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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.14


Mientras Daniela hablaba a solas con Israel en la habitación de La casa
della nonna, Rubén se sentó con los más pequeños alrededor de una mesa
para pintar. Estar con niños siempre le había gustado y todos se desvivían
por estar con él. Suhaila se sentó a su lado y mientras los otros peques le
enseñaban sus dibujos, ella le cogió de la mano y se la apretó mientras le
preguntaba.
—¿Mi hermano hizo algo malo?
—No, preciosa.
—¿Entonces porque Dani está enfadada? Si ella nunca se enfada.
A través de la cristalera de la puerta observó cómo Daniela, que estaba
sentada frente a Israel, hablaba con gesto serio mientras hacía aspavientos.
Sin más, el futbolista miró a la pequeña e indicó:
—Dani no está enfadada. Solo está preocupada por tu hermano.
Con gesto serio, la niña miró hacia la cristalera de la puerta y, acercando
su mejilla al hombro de él, cuchicheó:
—Yo no quiero que Dani se enfade con nosotros. Ella es muy buena y…
Conmovido por el puchero de la pequeña, Rubén la sentó en su regazo y,
cogiéndole la barbilla, le susurró:
—Eh…, yo no quiero que mi chica llore, ¿entendido? —La pequeña
asintió y él, al ver aquel gesto insistió: —Te prometo que Daniela no está
enfadada, créeme, ¿vale? —Le confirmó al ver que ella no estaba muy
convencida.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Al escuchar aquello, la cría sonrió.
—Me gusta ser tu chica —contestó Shulaila, dándole un beso en la
mejilla mientras le agarraba con fuerza de la mano.
Rubén se quedó sin palabras, conmocionado por el contacto, aceptó su
beso y sonrió. Aquella manita buscando cobijo en la suya le enterneció de
tal manera que le dio pena tener que soltarla cuando Daniela acabó de
hablar con Israel y tuvieron que marcharse.
Al salir, Daniela se fijó en cómo Rubén miraba a la niña y eso le tocó el
corazón. Pena, veía pena en su mirada, una pena que ella nunca quería dar.
La pequeña, al verla, soltó a Rubén y fue a enganchase a las piernas de
Daniela que rápidamente la cogió entre sus brazos.
—Rubén me ha prometido que no estabas enfadada con nosotros.
Daniela y Rubén intercambiaron una rápida mirada y ella respondió.
—Pues claro que no, cariño, solo me preocupo, no quiero que os pase
nada.
La pequeña miró al futbolista y este le guiñó un ojo, e instantes después,
dijo:—
¿Sabes que soy la chica de Rubén?
—¡No me digas! Eso no lo sabía. ¡Yupi… Yupi… Hey! —le respondió
Daniela divertida.
—Yo soy su chica, porque tú eres su novia, ¿verdad?
Al escuchar aquello, el gesto de Daniela cambió, y mirando al futbolista
que se había sorprendido tanto como ella ante el comentario de la cría,
murmuró:
—No, cielo, no soy su novia, solo soy su amiga.
Quince minutos después, por fin pudieron dejar a la niña convencida.
Cuando salían de la casita, Rubén preguntó:
—¿Qué le ocurría a Israel?
Daniela apretó el mando de su coche con fuerza y le miró fijamente.
—Un imbécil de su colegio se metió con él.
—¿A qué te refieres?
—Por lo visto hoy hablaron en clase sobre qué querían hacer en un
futuro. Y él dijo que quería ser médico para curar a su hermana. Pues bien,
a la salida, un chico con el que no tiene buen rollo le dijo que él nunca
podrá ser médico, porque era un muerto de hambre —le respondió Daniela
furiosa por la rabia que le provocaban ese tipo de injusticias.
—¡¿Cómo?! —preguntó Rubén sorprendido.
Metiéndose en el coche, mientras se ponía el cinturón Daniela, añadió:
—Los chavales son muy crueles y, nos guste o no, hay ciertos obstáculos
que Israel, y los niños como él, tienen que superar. Siempre habrá granos
en el culo o niños de papá que les recuerden que ellos no son nadie para
luchar y conseguir sus sueños. Por eso Israel hoy llegó enfadado del
colegio. Él se esfuerza en sacar buenas notas para intentar cumplir su
sueño, pero luego…
Al ver que los ojos de Daniela se llenaban de lágrimas, Rubén se asustó,
la abrazó y la consoló. Pasados unos minutos en los que sintió que su
respiración se normalizaba, la soltó, y sin hablar, la joven arrancó el coche.
Con el gesto menos tenso, Daniela condujo hasta la casa del futbolista y,
cuando llegaron a la puerta, se paró. Rubén la miró y preguntó:
—¿No vas a pasar?
—No, la fiestecita sexual se acabó; te lo dije, ¿no lo recuerdas?
Se quedó pasmado por todo lo que había ocurrido, pero en especial por
la tristeza que veía en su mirada y sin dejar de mirarla fijamente,
murmuró:
—No te estoy diciendo que pases para que te acuestes conmigo.
—¿Ah, no?
—No.
La joven soltó una risotada y torciendo el gesto susurró.
—Si fueras Pinocho… tu nariz ya saldría por el parabrisas.
Fascinado por cómo ella era capaz de enfadarle y hacerle reír casi
simultáneamente, la miró.
—Son las siete y media de la tarde y, simplemente, pensé que te
agradaría tomar algo conmigo, solo eso. —Ella no dijo nada y él añadió—:
Prometo no ponerte un dedo encima, no hablar sobre nuestra fiestecita de
sexo y no insinuarme, ¿te vale con esas promesas?
Daniela, finalmente sonrió y dijo:
—Anda, dale a tu bonito mando de Armani para que se abra el portón y
pueda meter el coche, pero a las nueve como muy tarde me voy,
¿entendido? —aceptó finalmente ella con un suspiro.
Tras aparcar el coche entraron en la casa, Loca, les hizo un recibimiento
de los suyos: alegría, lametazos, saltos y acrobacias. Una vez la perra se
tranquilizó, se quitaron los abrigos y los dejaron en la entrada; al entrar en
la cocina, Dani se fijó que allí estaba todavía su yogurt. Lo cogió y lo tiró a
la basura.
—¿Quieres una Coca-Cola o una cerveza? —preguntó Rubén abriendo el
frigorífico.
—Una Coca.
Daniela se encaminó al salón y sonrió al ver los cojines tirados en el
suelo. Rubén le leyó el pensamiento, pero calló: había prometido no
mencionar ciertas cosas, así que se limitó a sentarse en el sofá. Ella tomó
asiento frente a él y tras dar un trago a su Coca-Cola, murmuró:
—Uf… ¡qué rica!
Rubén sonrió y, sorprendido por todo lo que había ocurrido aquella
tarde, dijo señalándole los pies:
—Esas botas son peligrosas, ¿lo sabías? —Daniela asintió, y él le
confesó—: Quiero que sepas que esta tarde en esos billares me has
sorprendido.
—¿Por qué?
—Porque he visto a una Daniela que no conocía —le confesó extrañado
por tener que explicárselo.
—Ya te dije que era mejor no hacerme enfadar, porque cuando estallo,
soy lo peor, de lo peor, de lo peor… Paso de ser la Pitufina de mi padre, a
la bruja mayor del reino —susurró ella en un tono demasiado tentador, con
su dulce sonrisa de siempre.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Por qué has sido tan agresiva con ese muchacho?
—El término «muchacho» es demasiado bondadoso para referirse a ese
sinvergüenza —le contestó muy seria—. Luppo es una mala persona:
utiliza a los chicos para pasar droga. Hace un par de años, Mikel y Teo, dos
muchachos de La casa della nonna cayeron en sus redes. Intenté sacarles
por todos los medios, pero no pude competir con el dinero que les daba
Luppo. Y una noche, cuando quemaron mi coche…
—¡¿Quemaron tu coche?! —le interrumpió horrorizado Rubén.
—Sí, delante de La casa della nonna. Hubo un antes y un después de
aquello: todos me obligaron a dar el tema por zanjado. Tres días después
Luppo me estaba esperando fuera de la casita, para seguir intimidándome.
Lo cierto es que no pude contenerme y le dije que como volviera a
acercarse a uno de mis chicos, se las iba a ver conmigo; cosa que, como
has visto, ha pasado.
—Pero Daniela, ¿no tienes miedo?
—Claro que tengo miedo —respondió con una sonrisa—. Pero Israel
necesita ver que alguien se preocupa por él y, sobre todo, que le dé
confianza, que crea en él y en sus sueños. Hoy le he demostrado ante sus
ojos que me la estaba jugando por él y que, por su culpa, me podría haber
pasado algo, y sé que eso le va a marcar. Estoy convencida de que, a partir
de ahora, se lo pensará dos veces antes de volver a acercarse a Luppo y a su
dinero fácil.
—Estás loca, lo que has hecho ha sido una temeridad. Tú sola no
puedes…
—Lo sé —le cortó.
—Ahora entiendo porqué ese idiota dijo eso sobre lo de quemarte el
coche.
—El coche es una cosa material y me da igual; Israel es lo único que me
importa de verdad. —Quiso puntualizar Daniela, arrugando la nariz.
Sus convicciones y su entrega ponían los pelos de punta a Rubén. A
medida que la iba descubriendo, quería saber más y más de su fondo, de
sus principios y valores. No podía compararla con ninguna de sus
amiguitas ocasionales: era imposible. Todas las otras eran unas sosas
aburridas que solo pensaban en aparecer en las portadas o en las pasarelas
internacionales, mientras Daniela era una mujer que vivía con pasión y
entrega en el mundo real.
—Creo sinceramente que si la gente buena se ayudara más entre sí, el
mundo iría mejor. El problema es que vivimos en una sociedad en la que el
eslogan es: «¡Sálvese quien pueda!» Y poco puede hacerse. Y esos chicos,
los niños que nadie quiere, necesitan sentirse queridos. En general son
niños invisibles para la gran mayoría de la sociedad, por la problemática
que cargan en sus mochilas, pero alguien se tiene que ocupar de ellos. Y
sinceramente Rubén, si yo puedo conseguir que alguno, el día de mañana,
sea una persona de provecho, lo voy a hacer, porque sé muy bien de lo que
hablo.
—Tu padre me contó que os adoptó, a ti y a tu hermano Luis.
Sorprendida por aquella confidencia, sonrió y preguntó:
—¿Cuándo te ha contado el Gran Jefe eso?
—La noche de la cena del Club, se acercó a mí y me pidió disculpas por
no haberme dicho antes que eras su hija, según él, tú se lo prohibiste.
Daniela sonrió y tras dar un trago a su bebida añadió:
—Mi hermano y yo éramos niños como los que viven en La casa della
nonna, niños que nadie quiere. Vivimos hasta con cuatro familias de
acogida: nueva casa, nuevas normas, nuevas personas…pero al final,
siempre regresábamos al lugar de donde habíamos salido.
—¿Por qué?
—Yo era algo complicada —dejó en el aire Daniela, sin querer revelar
toda la verdad ni entrar en detalles.
—Seguro que eras un trasto y por eso te devolvían, ¿verdad? —intentó
bromear Rubén.
Aquellas palabras tocaron el corazón de Daniela y con una triste sonrisa,
murmuró:
—Pues sí, tienes razón, era un trasto que daba muchos problemas,
demasiados al parecer, pero un día, conocimos a… y todo cambió y…
No pudo continuar. De pronto, los recuerdos acudieron en manada y tuvo
que parar. No quería llorar delante de él ni de nadie, así que se levantó
rápidamente y caminó con premura, hacia el perchero.
—Me tengo que marchar, es tarde y quiero llegar a casa.
El futbolista, conmovido por la tristeza de sus ojos encharcados, se
sintió fatal por su comentario ¿cómo podía ser tan tonto? Sin demora, la
siguió y cuando la alcanzó, la agarró del brazo y la abrazó. Dócilmente,
ella se dejó envolver por ese abrazo, lo agradeció. Estuvieron unos
segundos sin moverse ni decirse nada, hasta que notó que ella dejaba de
temblar y su respiración se acompasaba, culpable y avergonzado por ser el
causante de sus lágrimas, le suplicó.
—Discúlpame ojalá no hubiera dicho esa tontería.
—No pasa nada, no te preocupes, todos tenemos un pasado y tú no
conocías el mío.
—Soy un auténtico imbécil, un bocazas, no puedo verte llorar y no
quiero que ser yo quien te traiga a la mente esos malos recuerdos. Dime
que estas bien, por favor.
Daniela respiró hondo y asintió. Tragó el nudo de emociones que se
agolpaban en su garganta y, sin separarse todavía de él, murmuró:
—Estoy bien, sí. Solo ha sido un momentito tonto: a veces recordar es
demasiado doloroso. Porque sé de qué va todo esto, por eso me frustra
tanto pensar que otros niños se puedan sentir tan perdidos como yo estuve
en mi infancia. Es una sensación tan dolorosa que soy incapaz de olvidarla.
Sin dejar de abrazarla en ningún momento, separó un poco su cabeza
para poner su mano en la nuca de Daniela y besarle la frente con cariño. En
ese momento supo que no quería dejar de tenerla cerca.
—Quédate esta noche.
—No, Rubén.
—Por favor, Daniela, quédate conmigo.
Su aterciopelada voz, sus manos alrededor de ella, su aroma tan
masculino pudo con todas las barreras que estaba acostumbrada a
interponer y que justo ese día, en ese momento, habían desaparecido. Ese
hombre le gustaba mucho, demasiado, y mirándole a los ojos, cedió.
—De acuerdo, pero…
—Si tú no quieres, no te tocaré. Quiero dormir contigo.
Aquello la hizo sonreír y, apretándose más a él, le besó y añadió,
dejándole sin aliento.
—Quiero que me toques, y tocarte; quiero que me hagas el amor y
hacértelo yo a ti. Y por último, pero no menos importante, quiero que
acabemos con la caja de preservativos que tienes en tu mesilla.
El futbolista soltó una carcajada, aquella era la sorprendente Daniela, la
mujer que, día a día, se estaba ganando su corazón y a la que comenzaba a
tener miedo. Ella, sin imaginarse en qué pensaba él, saltó a sus brazos, para
que la cogiera al vuelo.
—Ah… y quiero que me descalces, ya sabes que estas botas son
peligrosas para ciertas partes…
Ambos sonrieron y se besaron con pasión mientras sus cuerpos
anhelaban un contacto más directo. Cuando Rubén la llevaba en brazos
hacia la habitación tuvo una revelación: Daniela había llegado
inesperadamente pero y no estaba dispuesto a dejarla marchar.

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