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50 Sombras liberadas: Capitulo 13


Aterrizamos suavemente en el Sardy Field a las 12.25, hora local. Stephan detiene el avión un poco
apartado de la terminal principal y por las ventanillas veo un monovolumen Volkswagen grande
esperándonos.
—Muy buen aterrizaje. —Christian sonríe y le estrecha la mano a Stephan mientras los demás nos
preparamos para salir del jet.
—Todo tiene que ver con la altitud de densidad, señor —le explica Stephan sonriéndole también—. Mi
compañera Beighley es muy buena con las matemáticas.
Christian le sonríe a la primera oficial de Stephan.
—Has dado en el clavo, Beighley. Un aterrizaje muy suave.
—Gracias, señor. —Ella sonríe orgullosa.
—Disfruten del fin de semana, señor y señora Grey. Les veremos mañana. —Stephan se aparta para que
podamos desembarcar y Christian me coge la mano y me ayuda a bajar por la escalerilla del avión hasta
donde ya está Taylor esperándonos junto al vehículo.
—¿Un monovolumen? —le pregunta Christian sorprendido cuando Taylor desliza la puerta para abrirla.
Taylor le mira con una sonrisa tensa y arrepentida y se encoge un poco de hombros.
—Cosas del último minuto, lo sé —se responde a sí mismo Christian, conforme.
Taylor vuelve al avión para sacar nuestro equipaje.
—¿Quieres que nos metamos mano en la parte de atrás del monovolumen? —me pregunta Christian con
un brillo travieso en los ojos.
Suelto una risita. ¿Quién es este hombre y qué ha hecho con el señor No Puedo Estar Más Furioso de los
últimos dos días?
—Vamos, pareja. Adentro —dice Mia desde detrás de nosotros. Se nota que está impaciente. Subimos, nos
dirigimos como podemos al asiento doble de la parte de atrás y nos sentamos. Me acurruco contra Christian y
él me rodea con el brazo y lo apoya en el respaldo del asiento detrás de mí.
—¿Cómoda? —me pregunta mientras Ethan y Mia se sientan delante.
—Sí —le digo con una sonrisa y él me da un beso en la frente. Por alguna razón que no logro entender, me
siento tímida con él hoy. ¿Por qué será? ¿Por lo de anoche? ¿Porque estamos con más gente? No consigo
comprenderlo.
Elliot y Kate llegan los últimos, cuando Taylor ya ha abierto el maletero para cargar las maletas. Cinco
minutos después ya estamos en camino.
Miro por la ventanilla. Los árboles todavía están verdes, pero se nota que el otoño se acerca porque aquí y
allá las puntas de las hojas han empezado a adquirir un tono dorado. El cielo es azul claro y cristalino, aunque
se ven nubes oscuras que se acercan por el oeste. En la distancia y rodeándonos se ven las Rocosas, con su
pico más alto justo delante de nosotros. Las montañas están frondosas y verdes y las cumbres cubiertas de
nieve; parece un paisaje montañoso sacado de un dibujo infantil.
Estamos en lo que en invierno es el patio de recreo de los ricos y famosos. Y yo tengo una casa aquí. Casi
no me lo puedo creer. Y de repente resurge en lo más profundo de mi mente esa incomodidad familiar que
aparece siempre que intento acostumbrarme a lo rico que es Christian y que me provoca dudas y me hace
sentir culpable. ¿Qué he hecho yo para merecer este estilo de vida? Yo no he hecho nada, aparte de
enamorarme.
—¿Has estado alguna vez en Aspen, Ana? —me pregunta Ethan girándose, y eso interrumpe mis
pensamientos.
—No, es la primera vez. ¿Y tú?
—Kate y yo veníamos a menudo cuando éramos adolescentes. A papá le gusta mucho esquiar, pero a
mamá no tanto.
—Yo espero que mi marido me enseñe a esquiar —digo mirándole.
—No pongas muchas esperanzas en ello —dice Christian entre dientes.
—¡No soy tan patosa!
—Podrías caerte y partirte el cuello. —Su sonrisa ha desaparecido.
Oh. No quiero discutir ni estropearle el buen humor, así que cambio de tema.
—¿Desde cuándo tienes esta casa?
—Desde hace unos dos años. Y ahora es suya también, señora Grey —me dice en voz baja.
—Lo sé —le respondo. Pero no estoy muy convencida de mis palabras. Me acerco y le doy un beso en la
mandíbula y me recuesto a su lado escuchándole reírse y bromear con Ethan y con Elliot. Mia participa en la
conversación a veces, pero Kate está muy callada y me pregunto si estará rumiando la información sobre Jack
Hyde o si será por alguna otra cosa. Entonces lo recuerdo. Aspen… La casa de Christian la rediseñó Gia
Matteo y la reconstruyó Elliot. Me pregunto si eso será lo que tiene a Kate preocupada. No puedo preguntarle
delante de Elliot, dada su historia con Gia. Pero ¿conocerá Kate la relación de Gia con esta casa? Frunzo el
ceño, todavía sin saber qué le pasa, y decido que ya lo averiguaré cuando estemos solas.
Cruzamos el centro de Aspen y mi humor mejora cuando veo la ciudad. Los edificios son bajos y casi
todos son de ladrillo rojo, como casitas de estilo suizo, y hay muchas casas de principios del siglo XX pintadas
de colores alegres. También se ven muchos bancos y tiendas de diseñadores, lo que da una idea del poder
adquisitivo de la gente que vive allí. Christian encaja perfectamente en este ambiente.
—¿Y por qué Aspen? —le pregunto.
—¿Qué? —me mira extrañado.
—¿Por qué decidiste comprar una casa aquí?
—Mi madre y mi padre nos traían aquí cuando éramos pequeños. Aprendí a esquiar aquí y me gustaba.
Espero que también te guste a ti… Si no te gusta, vendemos la casa y compramos otra en otro sitio.
¡Tan fácil como eso!
Me coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
—Estás preciosa hoy —me susurra.
Me sonrojo. Solo llevo ropa típica de viaje: vaqueros y una camiseta con una chaqueta cómoda azul
marino. Demonios… ¿por qué me hace sentir tímida?
Me da un beso, uno tierno, dulce y con mucho amor.
Taylor sigue conduciendo hasta salir de la ciudad y después asciende por el otro lado del valle, por una
carretera de montaña llena de curvas. Cuanto más subimos, más entusiasmada estoy. Pero noto que Christian
se pone tenso a mi lado.
—¿Qué te pasa? —le pregunto al girar una curva.
—Espero que te guste —me confiesa—. Ya hemos llegado.
Taylor reduce la velocidad y cruza una puerta hecha de piedras grises, beis y rojas. Sigue por el camino de
entrada y al final aparca delante de una casa impresionante. Tiene la fachada simétrica con tejados
puntiagudos y está construida con madera oscura y esas piedras mezcladas que he visto en la entrada. Es
espectacular: moderna y sobria, muy del estilo de Christian.
—Hogar, dulce hogar —me dice Christian mientras nuestros invitados empiezan a salir del coche.
—Es bonita.
—Ven a verla —me dice con un brillo a la vez entusiasmado y nervioso en los ojos, como si estuviera a
punto de enseñarme su proyecto de ciencia o algo así.
Mia sube corriendo los escalones hasta donde está de pie una mujer en el umbral. Es diminuta y su pelo
negro azabache está entreverado de canas. Mia le rodea el cuello con los brazos y la abraza con fuerza.
—¿Quién es? —le pregunto a Christian mientras me ayuda a salir del monovolumen.
—La señora Bentley. Vive aquí con su marido. Ellos cuidan la casa.
Madre mía, ¿más personal?
Mia está haciendo las presentaciones, primero Ethan y después Kate. Elliot también abraza a la señora
Bentley. Dejamos a Taylor descargando las maletas y Christian me da la mano y me lleva hasta la puerta
principal.
—Bienvenido a casa, señor Grey —le saluda la señora Bentley sonriendo.
—Carmella, esta es mi esposa, Anastasia —me presenta Christian lleno de orgullo. Pronuncia mi nombre
como una caricia, haciendo que casi se me pare el corazón.
—Señora Grey. —La señora Bentley me saluda respetuosamente con la cabeza. Le tiendo la mano y ella
me la estrecha. No me sorprende que sea mucho más formal con Christian que con el resto de la familia—.
Espero que hayan tenido un buen vuelo. Se espera que el tiempo sea bueno todo el fin de semana, aunque no
hay nada seguro —dice mirando las nubes grises cada vez más oscuras que hay detrás de nosotros—. La
comida está lista y puedo servirla cuando ustedes quieran. —Vuelve a sonreír y sus ojos oscuros brillan.
Me cae bien inmediatamente.
—Ven aquí. —Christian me coge en brazos.
—Pero ¿qué haces? —chillo.
—Cruzar otro umbral con usted en brazos, señora Grey.
Sonrío mientras me lleva en brazos hasta el amplio vestíbulo. Entonces me da un beso breve y me baja con
cuidado al suelo de madera. La decoración interior es muy sobria y me recuerda al salón del ático del Escala:
paredes blancas, madera oscura y arte abstracto contemporáneo. El vestíbulo da paso a una gran zona de estar
con tres sofás de piel de color hueso alrededor de una chimenea de piedra que preside la habitación. La única
nota de color la aportan unos cojines mullidos que hay desparramados por los sofás. Mia le coge la mano a
Ethan y tira de él hacia el interior de la casa. Christian mira con los ojos entornados a las dos figuras y frunce
los labios. Niega con la cabeza y se vuelve hacia mí.
Kate deja escapar un silbido.
—Bonito sitio.
Miro a mi alrededor y veo a Elliot ayudando a Taylor con el equipaje. Vuelvo a preguntarme si Kate sabrá
que Gia ha colaborado en la reforma de este sitio.
—¿Quieres una visita guiada? —me pregunta Christian. Lo que fuera que estuviera pensando acerca de
Mia y de Ethan ya no está; ahora irradia entusiasmo, ¿o será ansiedad? Es difícil saberlo.
—Claro. —Otra vez me quedo impresionada por lo rico que es. ¿Cuánto le habrá costado esta casa? Y yo
no he contribuido con nada. Brevemente me veo transportada a la primera vez que me llevó al Escala. Me
quedé alucinada. Ya te acostumbrarás, me recuerda mi subconsciente.
Christian frunce el ceño pero me coge la mano y me va enseñando las habitaciones. La cocina
modernísima tiene las encimeras de mármol de color claro y los armarios negros. Hay una bodega de vinos
increíble y una enorme sala abajo con una gran tele de plasma, sofás comodísimos… y mesas de billar. Las
observo boquiabierta y me ruborizo cuando Christian me mira.
—¿Te apetece echar una partida? —me pregunta con un brillo malicioso en los ojos. Niego con la cabeza y
él vuelve a fruncir el ceño. Me coge la mano otra vez y me lleva hasta el primer piso. Arriba hay cuatro
dormitorios, cada uno con su baño incorporado.
La suite principal es algo increíble. La cama es gigantesca, más grande que la que tenemos en casa, y está
frente a un mirador desde el que se ve todo Aspen y a lo lejos las frondosas montañas.
—Esa es Ajax Mountain… o Aspen Mountain, si te gusta más —dice Christian mirándome cauteloso. Está
de pie en el umbral con los pulgares enganchados en las trabillas para el cinturón de sus vaqueros negros.
Yo asiento.
—Estás muy callada —murmura.
—Es preciosa, Christian. —De repente solo quiero volver al ático del Escala.
En solo cinco pasos está justo delante de mí, me agarra la barbilla y con el pulgar me libera el labio inferior
que me estaba mordiendo.
—¿Qué te ocurre? —me pregunta sin dejar de mirarme a los ojos, examinándolos.
—Tienes mucho dinero.
—Sí.
—A veces me sorprende darme cuenta de lo rico que eres.
—Que somos.
—Que somos —repito de forma automática.
—No te agobies por esto, Ana, por favor. No es más que una casa.
—¿Y qué ha hecho Gia aquí, exactamente?
—¿Gia? —Arquea ambas cejas sorprendido.
—Sí, ¿no fue ella quien remodeló esta casa?
—Sí. Diseñó el salón del sótano. Elliot se ocupó de la construcción. —Se pasa la mano por el pelo y me
mira con el ceño fruncido—. ¿Por qué estamos hablando de Gia?
—¿Sabías que Gia tuvo un lío con Elliot?
Christian me mira durante un segundo con una expresión impenetrable.
—Elliot se ha follado a más de medio Seattle, Ana.
Me quedo boquiabierta.
—Sobre todo mujeres, por lo que yo sé —bromea Christian. Creo que le divierte ver la cara que se me ha
quedado.
—¡No…!
Christian asiente.
—Eso no es asunto mío —dice levantando las manos.
—No creo que Kate lo sepa.
—Supongo que Elliot no va por ahí divulgando esa información. Aunque Kate tampoco es ninguna
inocente…
Me quedo alucinada. ¿El Elliot dulce, sencillo, rubio y con ojos azules? Le miro con incredulidad.
Christian ladea a cabeza y me examina.
—Pero lo que te pasa no tiene que ver con la promiscuidad de Elliot o de Gia.
—Lo sé. Lo siento. Después de todo lo que ha pasado esta semana, es que… —Me encojo de hombros y
me siento de nuevo al borde de las lágrimas.
Christian baja los hombros, aliviado. Me rodea con los brazos y me estrecha con fuerza, a la vez que
entierra la nariz en mi pelo.
—Lo sé. Yo también lo siento. Vamos a relajarnos y a pasárnoslo bien, ¿vale? Aquí puedes leer, ver
alguna mierda en la televisión, ir de compras, hacer una excursión… pescar incluso. Lo que tú quieras. Y
olvida lo que te he dicho de Elliot. Ha sido una indiscreción por mi parte.
—Eso explica por qué siempre está bromeando contigo sobre eso —dijo acariciándole el pecho con la
nariz.
—Él no sabe nada de mi pasado. Ya te lo he dicho, mi familia creía que era gay. Célibe, pero gay.
Suelto una risita y empiezo a relajarme en sus brazos.
—Yo también creía que eras célibe. Qué equivocada estaba. —Le abrazo y pienso lo ridículo que es
pensar que Christian podría ser gay.
—Señora Grey, ¿se está riendo de mí?
—Un poco —reconozco—. Lo que no entiendo es por qué tienes este sitio.
—¿Qué quieres decir? —pregunta dándome un beso en el pelo.
—Tienes el barco, eso lo entiendo, y el piso en Nueva York por cosas de negocios, pero ¿por qué esta
casa? Hasta ahora no tenías a nadie con quien compartirla.
Christian se queda quieto y en silencio unos segundos.
—Te estaba esperando a ti —dice en voz baja con los ojos grises y luminosos.
—Que… Que bonito lo que acabas de decirme.
—Es cierto. Aunque cuando la compré no lo sabía. —Sonríe con timidez.
—Me alegro de que esperaras.
—Ha merecido la pena esperar por usted, señora Grey. —Me levanta la barbilla, se inclina y me da un
beso tierno.
—Y por ti también. —Sonrío—. Pero me siento como si hubiera hecho trampas porque yo no he tenido
que esperar mucho para encontrarte.
Sonríe.
—¿Tan buen partido soy?
—Christian, tú eres como el gordo de la lotería, la cura para el cáncer y los tres deseos de la lámpara de
Aladino, todo al mismo tiempo.
Levanta una ceja, incrédulo.
—¿Cuándo te vas a dar cuenta de eso? —le regaño—. Eras un soltero muy deseado. Y no lo digo por todo
esto. —Agito la mano señalando todo el lujo que nos rodea—. Yo hablo de esto. —Y coloco la mano sobre
su corazón y sus ojos se abren mucho. Ha desaparecido mi marido confiado y sexy y ahora tengo delante al
niño perdido—. Créeme, Christian, por favor —le susurro y le agarro la cara con las dos manos para acercar
sus labios a los míos. Gime y no sé si es porque estaba escuchando lo que le he dicho o es su respuesta
primitiva habitual. Profundizo el beso moviendo los labios sobre los suyos e invadiéndole la boca con la
lengua.
Cuando ambos nos quedamos sin aliento, él se aparta y me mira dubitativo.
—¿Cuándo te va a entrar en esa mollera tan dura que tienes el hecho de que te quiero? —le pregunto
exasperada.
Él traga saliva.
—Algún día —dice al fin.
Eso es un progreso. Sonrío y él me recompensa con su sonrisa tímida en respuesta.
—Vamos. Comamos algo. Los demás se estarán preguntando dónde estamos. Luego hablamos de lo que
queremos hacer.
—¡Oh, no! —exclama Kate de repente.
Todas las miradas se centran en ella.
—Mirad —dice señalando el mirador. Fuera ha empezado a llover a cántaros. Estamos sentados alrededor
de la mesa de madera oscura de la cocina después de haber comido un festín de entremeses italianos variados
preparados por la señora Bentley y haber acabado con un par de botellas de Frascati. Estoy más que llena y
un poco achispada por el alcohol.
—Nos quedamos sin excursión —murmura Elliot y suena ligeramente aliviado. Kate le mira con el ceño
fruncido. Sin duda les pasa algo. Se han mostrado relajados con los demás, pero no el uno con el otro.
—Podríamos ir a la ciudad —sugiere Mia. Ethan le sonríe.
—Hace un tiempo perfecto para pescar —aporta Christian.
—Yo me apunto a pescar —dice Ethan.
—Hagamos dos grupos —dice Mia juntando las manos—. Las chicas nos vamos de compras y los chicos
que salgan a la naturaleza a hacer esas cosas aburridas.
Miro a Kate, que observa a Mia con indulgencia. ¿Pescar o ir de compras? Buf, vaya elección.
—Ana, ¿tú qué quieres hacer? —me pregunta Christian.
—Me da igual —miento. La mirada de Kate se cruza con la mía y vocaliza la palabra «compras». Veo que
quiere hablar—. Me parece bien ir de compras —digo sonriéndoles a Kate y a Mia.
Christian sonríe burlón. Sabe que no me gusta nada ir de compras.
—Yo me quedo aquí contigo, si quieres —me dice y algo oscuro se despereza en mi interior al oír su tono.
—No, tú vete a pescar —le respondo. Christian necesita pasar un tiempo con los chicos.
—Parece que tenemos un plan —concluye Kate levantándose de la mesa.
—Taylor os acompañará —dice Christian y es una orden que no admite discusión.
—No necesitamos niñera —le responde Kate rotundamente, tan directa como siempre.
Yo le pongo la mano en el brazo a Kate.
—Kate, es mejor que venga Taylor.
Ella frunce el ceño, después se encoge de hombros y por una vez se muerde la lengua. Le sonrío
tímidamente a Christian. Su expresión permanece impasible. Oh, no… Espero que no se haya enfadado con
Kate.
Elliot frunce el ceño.
—Necesito ir a la ciudad a por una pila para mi reloj de pulsera. —Le lanza una mirada a Kate y se
ruboriza un poco, pero ella no se da cuenta porque le está ignorando a propósito.
—Llévate el Audi, Elliot. Nos iremos a pescar cuando vuelvas —le dice Christian.
—Sí —responde Elliot, pero parece distraído—. Buen plan.
—Aquí. —Mia me agarra del brazo y me arrastra al interior de una boutique de diseño con seda rosa por
todas partes y muebles rústicos envejecidos de aire francés.
Kate nos sigue mientras Taylor espera fuera, refugiándose de la lluvia bajo el toldo. Se oye a Aretha
Franklin cantar «Say a Little Prayer» en el hilo musical de la tienda. Me encanta esta canción. Tengo que
grabársela a Christian en el iPod.
—Este vestido te quedaría genial, Ana. —Mia me enseña una tela plateada—. Toma, pruébatelo.
—Mmm… es un poco corto.
—Te va a quedar fantástico. Y a Christian le va a encantar.
—¿Tú crees?
Mia me sonríe.
—Ana, tienes unas piernas de muerte y si esta noche vamos a ir de discotecas —sonríe antes de dar el
golpe de gracia—, con esto volverás loco a tu marido.
La miro y parpadeo un poco, perpleja. ¿Vamos a ir de discotecas? Yo no voy a discotecas.
Kate se ríe al ver mi expresión. Parece más relajada ahora que no está con Elliot.
—Deberíamos salir a bailar esta noche, sí —apoya Kate.
—Ve y pruébatelo —me ordena Mia y yo me encamino al probador a regañadientes.
Mientras espero a que Kate y Mia salgan del probador, me acerco al escaparate y miro afuera, al otro lado de
la calle principal, sin prestar mucha atención. Las canciones de soul continúan: ahora Dionne Warwick canta
«Walk on By», otra canción fabulosa y una de las favoritas de mi madre. Miro el vestido que tengo en la
mano, aunque «vestido» tal vez sea demasiado decir. No tiene espalda y es muy corto, pero Mia ha decidido
que es ideal y que es perfecto para bailar toda la noche. Por lo que se ve también necesito zapatos y un collar
llamativo; ahora vamos en su busca. Pongo los ojos en blanco y me alegro una vez más de la suerte que tengo
por contar con Caroline Acton, mi asesora personal de compras.
De repente veo a Elliot a través del escaparate. Ha aparecido al otro lado de la arbolada calle principal y
sale de un Audi grande. Entra en una tienda como para refugiarse de la lluvia. Parece una joyería… tal vez
sea haya ido a comparar la pila para su reloj. Sale a los pocos minutos. Pero ya no va solo: va con una mujer.
¡Joder! Es Gia. ¡Está hablando con Gia! ¿Qué demonios está haciendo ella aquí?
Mientras les observo, se dan un abrazo breve y ella echa atrás la cabeza para reírse animadamente de algo
que él ha dicho. Elliot le besa en la mejilla y después corre al coche que le espera. Ella se gira y baja por la
calle. Yo me quedo mirándola con la boca abierta. ¿De qué va eso? Me giro nerviosa hacia los probadores,
pero todavía no hay señales de Kate ni de Mia. Después me fijo en Taylor, que sigue esperando en el exterior
de la tienda. Ve que le estoy mirando y se encoge de hombros. Él también ha presenciado ese breve
encuentro. Me ruborizo, avergonzada porque me han pillado espiando. Me vuelvo y Kate y Mia emergen del
probador, ambas riendo. Kate me mira inquisitiva.
—¿Qué pasa, Ana? —me pregunta—. ¿Te has echado atrás con lo del vestido? Estás sensacional con él.
—Mmm… No.
—¿Estás bien? —Kate abre mucho los ojos.
—Estoy bien, ¿pagamos? —Me encamino a la caja, donde me uno a Mia, que ha elegido dos faldas.
—Buenas tardes, señora. —La joven dependienta (que lleva más brillo en los labios del que yo he visto en
mi vida reunido en un solo sitio) me sonríe—. Son ochocientos cincuenta dólares.
¿Qué? ¿Por este trozo de tela? Parpadeo y le doy dócilmente mi American Express negra.
—Gracias, señora Grey —canturrea la señorita Brillo de Labios.
Durante las dos horas siguientes sigo a Kate y a Mia totalmente aturdida, manteniendo todo el tiempo una
lucha conmigo misma. ¿Debería decírselo a Kate? Mi subconsciente niega con la cabeza firmemente. Sí,
debería decírselo. No, mejor no. Puede haber sido simplemente un encuentro fortuito. Mierda. ¿Qué debo
hacer?
—¿Te gustan los zapatos, Ana? —Mia tiene los brazos en jarras.
—Mmm… Sí, claro.
He acabado con un par de zapatos de Manolo Blahnik imposiblemente altos y con tiras que parecen hechas
de cristal de espejo. Quedan perfectos con el vestido y solo le cuestan a Christian más de mil dólares. Tengo
suerte con la larga cadena de plata que Kate insiste en que me compre: solo vale ochenta y cuatro dólares de
nada.
—¿Empiezas a acostumbrarte a tener dinero? —me pregunta Kate sin mala intención cuando vamos de
camino al coche. Mia se ha adelantado un poco.
—Ya sabes que yo no soy así, Kate. Todo esto me hace sentir incómoda. Pero si no me han informado
mal, va con el lote. —La miro con los labios fruncidos y ella me rodea con un brazo.
—Te acostumbrarás, Ana —me dice para animarme—. Y vas a estar genial.
—Kate, ¿qué tal os va a ti y a Elliot? —le pregunto.
Sus ojos azules se clavan en los míos. Oh, no… Niega con la cabeza.
—No quiero hablar de eso ahora —dice señalando a Mia con la cabeza—, pero las cosas están… —Kate
deja la frase sin terminar.
Esto no es propio de la Kate tenaz que yo conozco. Mierda. Sabía que estaba pasando algo. ¿Le digo lo
que he visto? Pero ¿qué he visto? Elliot y la señorita Depredadora-Sexual-Bien-Arreglada hablando, dándose
un abrazo y un beso en la mejilla. Seguro que no es más que un encuentro de viejos amigos. No, no se lo voy
a decir. Al menos no ahora. Asiento con una expresión que dice «lo entiendo perfectamente y voy a respetar
tu privacidad». Ella me coge la mano y le da un apretón agradecido. Veo un destello de sufrimiento y dolor
en sus ojos, pero ella lo oculta rápidamente con un parpadeo. De repente me siento muy protectora con mi
mejor amiga. ¿A qué demonios está jugando Elliot, el gigolo, Grey?
Cuando volvemos a la casa, Kate decide que nos merecemos unos cócteles después de nuestra tarde de
compras y nos hace unos daiquiris de fresa. Nos acomodamos en los sofás del salón, delante del fuego
encendido.
—Elliot ha estado un poco distante últimamente —me susurra Kate, mirando las llamas. Kate y yo por fin
hemos encontrado un momento para estar a solas mientras Mia guarda sus compras.
—¿Ah, sí?
—Creo que tengo problemas por haberte metido en problemas a ti.
—¿Te has enterado de eso?
—Sí. Christian llamó a Elliot y Elliot a mí.
Pongo los ojos en blanco. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta…
—Lo siento. Christian es muy… protector. ¿No has visto a Elliot desde el día que salimos a tomar
cócteles?
—No.
—Oh.
—Me gusta mucho, Ana —me confiesa. Y durante un horrible momento pienso que va a llorar. Esto no es
propio de Kate. ¿Significará esto la vuelta del pijama rosa? Kate me mira—. Me he enamorado de él. Al
principio creía que era solo el sexo, que es genial. Pero es encantador y amable y tierno y divertido. Nos veo
envejeciendo juntos con, ya sabes… hijos, nietos… todo.
—El «fueron felices y comieron perdices» —le susurro.
Asiente con tristeza.
—Creo que deberías hablar con él. Busca un momento para estar solos y descubre qué le preocupa.
O quién, me recuerda mi subconsciente. La aparto de un manotazo, sorprendida de lo rebeldes que son mis
propios pensamientos.
—¿Por qué no vais a dar un paseo mañana por la mañana?
—Ya veremos.
—Kate, no me gusta nada verte así.
Me sonríe un poco y me acerco para abrazarla. Decido no contarle lo de Gia, aunque puede que le
pregunte directamente al gigolo. ¿Cómo puede estar jugando con los sentimientos de mi amiga?
Mia vuelve y pasamos a hablar de cosas menos comprometidas.
El fuego crepita y chisporrotea cuando le echo el último tronco. Casi nos hemos quedado sin leña. Aunque es
verano, el fuego se agradece en un día húmedo como este.
—Mia, ¿sabes dónde se guarda la leña para el fuego? —le pregunto. Ella le da un sorbo al daiquiri.
—Creo que en el garaje.
—Voy a por unos cuantos troncos. Y así tengo oportunidad de explorar…
La lluvia ha parado cuando salgo y me encamino al garaje para tres coches que hay junto a la casa. La
puerta lateral no está cerrada con llave, así que entro y enciendo la luz. El fluorescente cobra vida con un
zumbido.
Hay un coche en el garaje; es el Audi en el que he visto a Elliot esta tarde. También hay dos motos de
nieve. Pero lo que me llama la atención son dos motos de motocross, ambas de 125 cc. Los recuerdos de
Ethan intentando valientemente enseñarme a conducir una el verano pasado me vienen a la mente. Me froto
inconscientemente el brazo donde me hice un buen hematoma en una caída.
—¿Sabes conducirlas? —oigo la voz de Elliot detrás de mí.
Me vuelvo.
—Has vuelto.
—Eso parece. —Sonríe y me doy cuenta de que Christian me respondería con las mismas palabras, pero
no con esa enorme sonrisa arrebatadora—. ¿Sabes?
¡Gigolo!
—Algo así.
—¿Quieres que te dé una vuelta?
Río burlonamente.
—Mmm… no. No creo que a Christian le gustara nada que hiciera algo así.
—Christian no está aquí. —Elliot muestra una media sonrisa (oh, parece que es un rasgo de familia) y
señala a nuestro alrededor para indicar que estamos solos. Se acerca a la moto más cercana, pasa una pierna
enfundada en un vaquero por encima del asiento, se acomoda y coge el manillar.
—Christian tiene… preocupaciones por mi seguridad. No debería.
—¿Siempre haces lo que él te dice? —Elliot tiene una chispa traviesa en sus ojos azules de bebé y puedo
ver un destello del chico malo… el chico malo del que se ha enamorado Kate. El chico malo de Detroit.
—No. —Arqueo una ceja reprobatoria en su dirección—. Pero intento no complicarle la vida. Ya tiene
bastantes preocupaciones sin que yo le dé ninguna más. ¿Ha vuelto ya?
—No lo sé.
—¿No has ido a pescar?
Elliot niega con la cabeza.
—Tenía que resolver unos asuntos en la ciudad.
¡Asuntos! ¡Vaya! ¡Asuntos rubios y muy bien arreglados! Inspiro bruscamente y le miro con la boca
abierta.
—Si no quieres conducir, ¿qué haces en el garaje? —me pregunta Elliot intrigado.
—He venido a buscar leña para el fuego.
—Oh, ahí estás… ¡Elliot! Ya has vuelto. —Kate nos interrumpe.
—Hola, cariño —la saluda con una amplia sonrisa.
—¿Has pescado algo?
Me quedo pendiente de la reacción de Elliot.
—No. Tenía que hacer unas cosas en la ciudad. —Y durante un breve momento veo un destello de
inseguridad en su cara.
Oh, mierda.
—He salido a ver qué había entretenido a Ana. —Kate nos mira confusa.
—Estábamos tomando el aire —dice Elliot y se ven saltar chispas entre ellos.
Todos nos giramos al oír un coche aparcando fuera. ¡Oh! Christian ha vuelto. Gracias a Dios. El
mecanismo que abre la puerta del garaje se pone en funcionamiento con un chirrido que nos sobresalta a
todos y la puerta se levanta lentamente para revelar a Christian y a Ethan descargando una camioneta negra.
Christian se queda parado cuando nos ve a todos allí de pie en el garaje.
—¿Vais a montar un grupo y estáis ensayando en el garaje para dar un concierto? —pregunta burlón
cuando entra directo hacia donde estoy yo.
Le sonrío. Me siento aliviada de verle. Debajo del cortavientos lleva el mono que le vendí yo cuando
trabajaba en Clayton’s.
—Hola —me dice mirándome inquisitivamente e ignorando a Kate y a Elliot.
—Hola. Me gusta tu mono.
—Tiene muchos bolsillos. Es muy útil para pescar —me dice con voz baja y sugerente, solo para mis
oídos, y cuando me mira su expresión es seductora.
Me ruborizo y él me sonríe con una sonrisa de oreja a oreja toda para mí.
—Estás mojado —murmuro.
—Estaba lloviendo. ¿Qué estáis haciendo todos aquí en el garaje? —Al fin habla teniendo en cuenta que
no estamos solo.
—Ana ha venido a por leña —dice Elliot arqueando una ceja. No sé cómo pero ha conseguido que eso
suene como algo indecente—. Yo he intentado tentarla para que monte. —Es un maestro de los dobles
sentidos.
A Christian le cambia la cara y a mí se me para el corazón.
—Me ha dicho que no, que a ti no te iba a gustar —responde Elliot amablemente y sin segundas.
Christian me mira con sus ojos grises.
—¿Eso ha dicho? —pregunta.
—Vamos a ver, me parece bien que nos dediquemos a hablar de lo que Ana ha hecho o no ha hecho, pero
¿podemos hacerlo dentro? —interviene Kate. Se agacha, coge dos troncos y se gira para encaminarse a la
puerta. Oh, mierda. Kate está enfadada, pero sé que no es conmigo.
Elliot suspira y, sin decir una palabra, la sigue. Yo me quedo mirándolos, pero Christian me distrae.
—¿Sabes llevar moto? —me pregunta incrédulo.
—No muy bien. Ethan me enseñó.
Sus ojos se convierten en hielo.
—Entonces has tomado la decisión correcta —me dice con la voz mucho más fría—. El suelo está muy
duro y la lluvia lo hace resbaladizo y traicionero.
—¿Dónde dejo los aparejos de pescar? —pregunta Ethan desde el exterior.
—Déjalos ahí, Ethan… Taylor se ocupará de ellos.
—¿Y los peces? —vuelve a preguntar Ethan con voz divertida.
—¿Habéis pescado algo? —pregunto sorprendida.
—Yo no. Kavanagh sí. —Y Christian hace un mohín encantador.
Suelto una carcajada.
—La señora Bentley se ocupará de ellos —responde.
Ethan sonríe y entra en la casa.
—¿Le resulto divertido, señora Grey?
—Mucho. Estás mojado… Te voy a preparar un baño.
—Solo si te metes conmigo. —Se inclina y me da un beso.
Lleno la enorme bañera ovalada del lavabo de la habitación y echo un chorrito de aceite de baño del caro, que
empieza a hacer espuma inmediatamente. El aroma es maravilloso… jazmín, creo. Vuelvo al dormitorio y me
pongo a colgar el vestido mientras se acaba de llenar la bañera.
—¿Os lo habéis pasado bien? —me pregunta Christian cuando entra en la habitación. Solo lleva una
camiseta y el pantalón del chándal y va descalzo. Cierra la puerta detrás de él.
—Sí —le respondo disfrutando de la vista. Le he echado de menos. Es ridículo porque ¿cuánto ha pasado?
¿unas cuantas horas…?
Ladea la cabeza y me mira.
—¿Qué pasa?
—Estaba pensando en cuánto te he echado de menos.
—Suena como si hubiera sido mucho, señora Grey.
—Mucho, sí, señor Grey.
Se acerca hasta quedar de pie justo delante de mí.
—¿Qué te has comprado? —me pregunta y sé que es para cambiar de tema.
—Un vestido, unos zapatos y un collar. Me he gastado un buen pellizco de tu dinero —confieso mirándole
culpable.
Eso le divierte.
—Bien —dice y me coloca un mechón suelto detrás de las orejas—. Y por enésima vez: nuestro dinero.
Me coge la barbilla, libera mi labio del aprisionamiento de mis dientes y me roza con el dedo índice la parte
delantera de la camiseta, bajando por el esternón entre mis pechos, después por el estómago y el vientre hasta
llegar al dobladillo.
—Creo que no vas a necesitar esto en la bañera —susurra, agarra el dobladillo de la camiseta con ambas
manos y me la va quitando lentamente—. Levanta los brazos.
Obedezco sin apartar mis ojos de los suyos y él deja caer mi camiseta al suelo.
—Creía que solo íbamos a darnos un baño. —El pulso se me acelera.
—Quiero ensuciarte bien primero. Yo también te he echado de menos. —Y se inclina para besarme.
—¡Mierda! ¡El agua! —Intento sentarme, todavía aturdida después del orgasmo.
Christian no me suelta.
—¡Christian, la bañera! —le miro.
Está acurrucado sobre mi pecho.
Ríe.
—Relájate. Hay desagües en el suelo. —Rueda sobre sí mismo y me da un beso rápido—. Voy a cerrar el
grifo.
Baja de la cama y camina hasta el cuarto de baño. Mis ojos lo siguen ávidamente durante todo el camino.
Mmm… Mi marido, desnudo y pronto muy mojado. Salgo de la cama de un salto.
Nos sentamos cada uno en un extremo de la bañera, que está demasiado llena (tanto que cada vez que nos
movemos el agua se sale por un lado y cae al suelo). Esto es un placer. Y un placer mayor es tener a Christian
lavándome los pies, masajeándome las plantas y tirando suavemente de mis dedos. Después me los besa uno
por uno y me da un mordisco en el meñique.
—¡Aaaah! —Lo he sentido… justo ahí, en mi entrepierna.
—¿Así? —murmura.
—Mmm… —digo incoherente.
Empieza a masajearme de nuevo. Oh, qué bien. Cierro los ojos.
—He visto a Gia en la ciudad —le digo.
—¿Ah, sí? Creo que también tiene una casa aquí —me contesta sin darle importancia. No le interesa lo
más mínimo.
—Estaba con Elliot.
Christian deja el masaje; eso sí le ha llamado la atención. Cuando abro los ojos tiene la cabeza ladeada,
como si no comprendiera.
—¿Qué quieres decir con que estaba con Elliot? —me pregunta más perplejo que preocupado.
Le cuento lo que vi.
—Ana, solo son amigos. Creo que Elliot está bastante pillado con Kate. —Hace una pausa y después
añade en voz más baja—. De hecho sé que está muy pillado con Kate —dice aunque pone una expresión de
«no puedo entender por qué».
—Kate es guapísima —le respondo defendiendo a mi amiga.
Él ríe.
—Me sigo alegrando de que fueras tú la que se cayó al entrar en mi despacho. —Me da un beso en el
pulgar, me suelta el pie izquierdo y me coge el derecho para empezar el proceso de masaje otra vez. Sus
dedos son tan fuertes y flexibles… Me vuelvo a relajar. No quiero discutir sobre Kate. Cierro los ojos y dejo
que sus dedos vayan haciendo su magia en mis pies.
Me miro boquiabierta en el espejo de cuerpo entero sin reconocer al bellezón que me mira desde el cristal.
Kate se ha vuelto loca y se ha puesto a jugar a la Barbie conmigo esta noche, peinándome y maquillándome.
Tengo el pelo liso y con volumen, los ojos perfilados y los labios rojo escarlata. Estoy… buenísima. Soy todo
piernas, sobre todo con los Manolos de tacón alto y el vestido indecentemente corto. Necesito que Christian
me dé su aprobación, aunque tengo la sensación de que no le va a gustar que exponga tanta carne al aire.
Como estamos en esta entente cordiale, decido que lo mejor será preguntarle. Cojo mi BlackBerry.
De: Anastasia Grey
Fecha: 27 de agosto de 2011 18:53
Para: Christian Grey
Asunto: ¿Se me ve el culo gordo con este vestido?
Señor Grey:
Necesito su consejo con respecto a mi atuendo.
Suya
Señora G x
De: Christian Grey
Fecha: 27 de agosto de 2011 18:55
Para: Anastasia Grey
Asunto: Como un melocotón
Señora Grey:
Lo dudo mucho.
Pero ahora voy y le hago una buena inspección a su culo para asegurarme.
Suyo por adelantado
Señor G x
Christian Grey
Presidente e inspector de culos de Grey Enterprises Holdings Inc.
Justo mientras estoy leyendo el correo, se abre la puerta del dormitorio y Christian se queda petrificado en
el umbral. Se le abre la boca y los ojos casi se le salen de las órbitas.
Madre mía, eso podría significar algo bueno o algo malo…
—¿Y bien? —pregunto en un susurro.
—Ana, estás… Uau.
—¿Te gusta?
—Sí, supongo que sí. —Suena un poco ronco. Entra lentamente en la habitación y cierra la puerta. Lleva
unos vaqueros negros y una camisa blanca con una chaqueta negra. Él también está fabuloso. Se acerca poco
a poco a mí, pero en cuanto llega a mi altura, me pone las manos en los hombros y me gira hasta que quedo
de frente al espejo con él detrás de mí. Mi mirada se encuentra con la suya en el espejo y después le veo mirar
hacia abajo, fascinado por mi espalda al aire. Me la acaricia con los dedos hasta que llega al borde del vestido,
donde la carne pálida se encuentra con la tela plateada—. Es muy atrevido —murmura.
Su mano desciende un poco más, siguiendo por mi culo y bajando por el muslo desnudo. Se detiene y sus
ojos grises brillan con un tono azulado. Lentamente sus dedos ascienden de nuevo hasta el dobladillo de mi
vestido.
Observo sus dedos largos que me rozan levemente, acariciándome la piel y dejando un cosquilleo a su
paso, y mi boca forma una O perfecta.
—No hay mucha distancia entre aquí… —dice tocando el dobladillo de mi vestido— y aquí —susurra
subiendo un poco el dedo. Doy un respingo cuando los dedos me acarician el sexo, moviéndose de forma
provocativa sobre mis bragas, sintiéndome y excitándome.
—¿Adónde quieres llegar? —le susurro.
—Quiero llegar a explicar que esto no está muy lejos… —Sus dedos se deslizan sobre mis bragas y en un
segundo mete uno debajo, contra la carne suave y humedecida—. De esto. —Introduce un dedo en mi
interior.
Doy un respingo y gimo bajito.
—Esto es mío —me susurra al oído. Cierra los ojos y mete y saca el dedo rítmicamente de mi interior—. Y
no quiero que nadie más lo vea.
Mi respiración se vuelve entrecortada y mis jadeos se acompasan con el ritmo de su dedo. Le estoy viendo
en el espejo mientras me hace esto… y es algo más que erótico.
—Así que si eres buena y no te agachas, no habrá ningún problema
—¿Lo apruebas? —le pregunto.
—No, pero no voy a prohibirte que lo lleves. Estás espectacular, Anastasia. —Saca de repente el dedo,
dejándome con ganas de más, pero él se mueve para quedar frente a mí. Me coloca la punta de su dedo
invasor en el labio inferior. Instintivamente frunzo los labios y le doy un beso. Él me recompensa con una
sonrisa maliciosa. Se mete el dedo en la boca y su expresión me informa de que le gusta mi sabor… mucho.
¿Siempre me va a impactar verle hacer eso?
Después me coge la mano.
—Ven —me ordena con voz suave y me tiende la mano para que vaya con él. Quiero responderle que
estaba a punto de conseguirlo con lo que me estaba haciendo, pero a la vista de lo que pasó ayer en el cuarto
de juegos, prefiero callarme.
Estamos esperando el postre en un restaurante pijo y exclusivo de la ciudad. Hasta ahora ha sido una cena
animada y Mia está decidida a que sigamos con la diversión y vayamos de discotecas. En este momento está
sentada en silencio, escuchando con atención mientras Ethan y Christian charlan. Es evidente que Mia está
encaprichada con Ethan, y Ethan… es difícil saberlo. No sé si son solo amigos o hay algo más.
Christian parece relajado. Ha estado conversando animadamente con Ethan. Parece que han estrechado su
amistad mientras pescaban. Hablan sobre todo de psicología. Irónicamente, Christian parece el que más sabe
de los dos. Me río por lo bajo mientras escucho a medias la conversación, dándome cuenta con tristeza de que
sus conocimientos son resultado de su experiencia con muchos psiquiatras.
«Tú eres la mejor terapia.» Esas palabras que me susurró una vez cuando hacíamos el amor resuenan en mi
cabeza. ¿Lo soy? Oh, Christian, eso espero.
Miro a Kate. Está guapísima, pero ella siempre lo está. Ella y Elliot no están tan animados. Él parece
nervioso; cuenta los chistes demasiado alto y su risa es un poco tensa. ¿Habrán tenido una pelea? ¿Qué le
estará preocupando? ¿Será esa mujer? Se me cae el alma a los pies al pensar que puede hacerle daño a mi
mejor amiga. Miro a la entrada, casi esperando ver a Gia pavoneándose tranquilamente por el restaurante en
dirección a nosotros. Mi mente me está jugando malas pasadas. Creo que es por el alcohol que he tomado.
Empieza a dolerme la cabeza.
De repente Elliot nos sobresalta a todos arrastrando la silla, que chirría contra el suelo de azulejo, para
ponerse de pie de golpe. Todos nos quedamos mirándole. Él mira a Kate un segundo y de repente planta una
rodilla en el suelo delante de ella.
Oh. Dios. Mío…
Elliot le coge la mano a Kate y el silencio se cierne sobre el restaurante; todo el mundo deja de comer y de
hablar e incluso de andar y se queda mirando.
—Mi preciosa Kate, te quiero. Tu gracia, tu belleza y tu espíritu ardiente no tienen igual y han atrapado mi
corazón. Pasa el resto de tu vida conmigo. Cásate conmigo.


¡Madre mía!
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