Salgo de la pista de baile con la mano de Jesse apoyada en la
cadera. Va
apartando a la gente con el otro brazo y me guía entre la
multitud. Me lleva
hasta una mesa alta, pero se han llevado los taburetes.
—Espera aquí. —Me deja junto a la mesa, me pone una mano en la
nuca, tira de mí y me planta un beso en la frente—. No te vayas.
Dejo el bolso sobre la mesa y veo que desaparece entre la
multitud.
No tengo mucho tiempo para aclararme las ideas, lo cual,
seguramente, sea
algo positivo, porque no sé qué pensar. Kate y los demás aparecen
entre la
gente, riendo y sudando, con Sam y Drew detrás.
Sam ve que estoy sola.
—¿Y Jesse?
Enarco las cejas.
—No lo sé —respondo, y señalo en la dirección por la que se ha
marchado justo cuando reaparece entre la masa con un taburete
sobre la
cabeza.
Lo deja en el suelo.
—Siéntate —me ordena, y me levanta y me coloca sobre el asiento.
Es un alivio, los pies me están matando—. ¿Pido algo? —pregunta.
Todo el
mundo asiente y le dice lo que quiere tomar; parece estresarse un
poco
cuando se inclina para escuchar los pedidos.
Sam se ofrece a ayudarlo.
—Yo te echo una mano.
—Sí, yo también. —Drew sigue a Jesse y a Sam hasta la barra y me
dejan sola con las miradas inquisidoras de mis amigos.
—¿Qué? —pregunto como si no lo supiera. De repente el vino se me
sube a la cabeza.
Kate me mira con una ceja bien enarcada y se cruza de brazos. Que
se
vaya a la mierda. Si él está aquí es por su culpa.
—Te veo muy cómoda —espeta.
Tom se pasa la mano por las exageradas solapas de su camisa de
color
coral.
—¿Cómoda? Madre mía, nena. ¡Después de lo que acabo de ver te
espera una larga noche de sexo apasionado, querida! —Levanta las
dos
manos y Kate y Victoria responden chocándole una cada una al
unísono.
Lanzo una mirada asesina a Kate.
—Ya hablaremos tú y yo —la amenazo.
Ella inspira profundamente.
—Vaya, qué agresiva. Me gusta todo lo que este tío saca de ti.
Sí, ya ha dejado bien claro que le gusta este hombre, y quiero
saber a
qué han venido los cuchicheos de antes.
—¿Habéis visto cómo bailaba? —interviene Victoria.
—No lo hace mal —dice Tom con un mohín. Ay, Dios mío, alguien le
ha robado el protagonismo en la pista de baile. Es posible que
Jesse se haya
ganado un enemigo de por vida.
—A ti también se te ve muy cómoda. —Se la devuelvo a Kate, y
señalo con la cabeza a Sam, que regresa entre la gente con tres
bebidas en
las manos.
—Sólo me estoy divirtiendo. —Se encoge de hombros.
Joder, eso espero. ¿Debo contarle lo del Starbucks?
—¿Y tú? —digo mirando a Victoria.
Ella me mira estupefacta.
—¿Yo qué?
—Sí, se te veía muy a gusto con Drew.
Tom levanta las manos exasperado.
—¡Esto es muy injusto! Quiero ir al Route Sixty. —Se vuelve hacia
Victoria—. ¡Querida, por favor!
—¡No! —exclama ella, y no me extraña. Para una vez que es Victoria
y no Tom quien liga y quien posiblemente acabe teniendo algo de
acción...
Sam deja las bebidas sobre la mesa y Drew hace lo propio, rozando
sospechosamente a Victoria con el cuerpo. Ella se echa a reír y se
atusa el
pelo. Necesita deshacerse de ese bronceado artificial.
Sam sonríe.
—Vino para Kate. —Hace una reverencia cuando le entrega la copa—.
Vodka para Victoria y... No tengo ni idea de qué es esto, pero es
una
mariconada, así que debe de ser para ti —bromea, y le pasa a Tom
la piña
colada al tiempo que le guiña un ojo.
Tom se pone como un tomate y le hace un gesto a Sam con la muñeca
floja. No me lo puedo creer. Es la primera vez que veo a Tom
mostrar
timidez. Vaya, no puedo dejar pasar esta oportunidad.
—¡Tom, tu cara hace juego con la camisa! —suelto, y empiezo a
partirme de risa.
Todo el mundo se vuelve para mirarlo, lo que no hace sino
intensificar
su rubor y, por tanto, su humillación. Estallan las risas. Tom
resopla unas
cuantas veces y se larga.
—¿Qué tiene tanta gracia? —pregunta Jesse cuando llega y deja mi
vino y una botella de agua sobre la mesa. No puedo hablar. Todavía
estoy
recuperándome del ataque de risa. Me seco las lágrimas de los
ojos.
—Acabamos de encontrar el talón de Aquiles de Tom —explica Kate
al ver que soy incapaz de recobrar la compostura. Jesse observa
perplejo al
grupo de hienas muertas de risa que se ha encontrado al volver.
Sam se
encoge de hombros y da unos tragos a su cerveza.
—Sam —digo ya algo más calmada.
—¿Sam? —Jesse arquea una ceja.
Victoria interviene.
—¡A Tom le gusta Sam! —exclama con entusiasmo.
Jesse sacude la cabeza y coge la botella de agua. Desenrosca el
tapón
y da un sorbo.
—Toma, bebe un poco.
Me pone la botella debajo de la nariz.
—No. —Arrugo la cara y la aparto de mí.
—Bebe un poco de agua, Ava. Me lo agradecerás por la mañana.
—No quiero agua.
Me mira con el ceño fruncido y todo el mundo observa nuestra
pequeña disputa. No pienso discutir ahora. Le aparto el brazo
estirado y
cojo el vino, levanto la copa en su cara y le doy un trago. En
realidad, me
lo bebo entero. Justo cuando voy a dejarla de nuevo sobre la mesa,
me paro
a mirar a Jesse. Está cabreado: tiene los labios apretados y
sacude la
cabeza con desaprobación.
—No —repito con firmeza para dejar clara mi respuesta. Ya me ha
fastidiado la noche de superación. No va a decirme también lo que
tengo
que beber.
—Adiós a la larga noche de sexo apasionado —dice Sam sonriendo
con malicia, y Kate empieza a partirse de risa.
—Vete a la mierda, Sam —lo reprende Jesse con un tono superserio.
Está muy disgustado, pero yo estoy borracha y rebelde y me trae
sin
cuidado.
Sam levanta las manos y se aparta de inmediato. Al mismo tiempo,
Kate aprieta los labios para aguantarse la risa y me lanza una
miradita. Me
encojo de hombros. Me pregunto si el Jesse mandón y dominante le
gustará
tanto como el caballeroso.
Drew hace un gesto con la cabeza y él y Victoria se apartan a un
rincón donde no podemos oírlos. Por lo general es algo engreído y
rebosa
seguridad en sí mismo, pero parece tímido mientras Victoria charla
alegremente con él. Drew saca el móvil del bolsillo y empieza a
teclear los
números que ella le dicta. Cuando ha terminado, le muestra la
pantalla para
que los compruebe. Un hombre que no tiene intenciones de llamar no
haría
eso. Qué interesante.
Apenas soy consciente de la conversación que tiene lugar a mi
alrededor pero, de repente, todo se nubla. No debería haberme tomado
esa
última copa. Y lo he hecho sólo por una chiquillada. Jesse tiene
razón,
joder. Mañana me arrepentiré. El sonido de las voces se apaga y
empiezo a
ver doble.
Sí, misión cumplida... ¡voy pedo!
Jesse me pone la mano en el cuello y me lo masajea por encima del
pelo mientras charla con Sam. Cierro los ojos y agradezco su firme
tacto
mientras trabaja mis músculos. Es una sensación muy agradable. Si
sigue
haciéndolo me dormiré.
Cuando abro los ojos, Jesse está delante de mí mirándome a los
ojos
ebrios y sacudiendo la cabeza.
—Venga, señorita, te llevaré a casa.
Lo golpeo con el brazo muerto.
—Estoy bien. —No va a fastidiarme mi noche de superación. Oigo
que Kate y él intercambian unas palabras. Después, me levanta del
taburete
y me pone de pie.
—¿Puedes andar? —pregunta.
—Pues claro, no estoy tan borracha. —Sí que lo estoy. Y, por lo
visto,
también tengo ganas de discutir.
Todos desfilan ante mí y me dan un beso en la mejilla mientras
Jesse
me sostiene. Qué patético. Tras asegurarse de que me he despedido
de
todos, me guía fuera del bar. Me avergüenza admitirlo, pero si no
me
estuviese sujetando de la cintura me caería de bruces.
El aire fresco me golpea y hace que me tambalee ligeramente, pero
Jesse evita que me caiga y, de pronto, siento el familiar confort
de su
pecho contra mi mejilla mientras me guía hacia su coche.
—No me vomitarás encima, ¿verdad? —pregunta.
—No —contesto indignada.
—¿Seguro? —Se echa a reír, y las vibraciones de su pecho me
atraviesan.
—Estoy bien —balbuceo contra su camisa.
Parece mi padre. ¿Podría ser mi padre? No, ningún padre sobre la
faz
de la tierra baila o folla como Jesse. ¡Vaya! ¡Mi mente ebria es
una
indecente!
—Vale, pero te agradecería que me avisaras un momento antes de
hacerlo. Voy a meterte en el coche.
—Que no voy a vomitar —insisto.
Me mete en su coche y siento el cuero frío en la espalda y en las
piernas cuando me deja encima del asiento. Se inclina sobre mí y
me
abrocha el cinturón. Su aliento fresco invade mis orificios
nasales. Soy
capaz de reconocerlo hasta en este estado. Cuando se aparta, veo
dos
Jesses. Intento centrar la vista y acabo viendo una enorme
sonrisa.
—Hasta borracha eres adorable. —Se agacha y me da un beso ligero
en los labios—. Voy a llevarte a mi casa.
Parece que se han desconectado todas mis funciones excepto la
capacidad de discutir.
—No voy a ir a tu casa —digo arrastrando las palabras.
—Sí que vas a venir —asevera.
Reconozco su tono severo a pesar del sopor etílico. Aunque tampoco
es que le haga mucho caso. La puerta del copiloto se cierra de un golpe
y
Jesse se sienta en seguida ante el volante.
—No voy a ir, llévame a mi casa.
—Olvídalo, Ava. No voy a dejarte sola en tu estado. Fin de la
historia.
—Eres un mandón —me quejo—. Quiero irme a casa. —Lo cierto es
que no sé qué quiero hacer. ¿Qué más da dónde duerma esta noche?
Pero
mi ebria testarudez se empeña en acabar con todo atisbo de
sensatez que
pueda quedar en mi cerebro empapado de vino. ¡Quiero irme a mi
casa y
punto!
Él se echa a reír.
—Ve acostumbrándote.
—¡No! —Me apoyo en el reposacabezas y cierro los ojos. He
entendido esa frase lo suficiente como para desafiarla. Me
sorprende
conservar aún algo de coherencia.
—Eres encantadora, pero también te pones muy tonta cuando estás
borracha —gruñe.
—Me alegro —repongo con arrogancia.
Arranca el coche y las vibraciones del motor empiezan a revolverme
el estómago. Jesse se ríe en voz baja.
—¿Jesse?
—¿Qué, Ava?
—¿Cuántos años tienes? —Qué pregunta más tonta. Aunque cejase en
su empeño de ocultarme su edad, mañana no me acordaría.
Suspira.
—Veinticinco.
Estoy muy borracha y el traqueteo del coche está empezando a
afectarme a pesar de tener los ojos cerrados.
—No me importa cuántos años tengas —farfullo.
—¿Ah, no?
—No. No me importa nada, te quiero igual.
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