Te
casarás conmigo? —susurra, incrédulo.
Yo
asiento, nerviosa, ruborizada y ansiosa, y sin creer apenas su
reacción…
la de este hombre al que creí que había perdido. ¿Cómo puede no entender
cuánto
le quiero?
—Dilo
—me ordena en voz baja, con una mirada intensa y ardiente.
—Sí,
me casaré contigo.
Inspira
profundamente y de repente me coge en volandas y empieza a darme
vueltas
alrededor del salón de un modo muy impropio de Cincuenta. Se ríe, joven y
despreocupado,
radiante de una alegría eufórica. Yo me aferro a sus brazos, sintiendo
cómo
sus músculos se tensan bajo mis dedos, y me dejo llevar por su contagiosa risa,
aturdida,
confundida, una muchacha total y perdidamente enamorada de su hombre. Me
deja
en el suelo y me besa. Intensamente, con las manos a ambos lados de mi cara, y
su
lengua
insistente, persuasiva… excitante.
—Oh,
Ana —musita pegado a mis labios, y eso me enciende y hace que
todo
me dé vueltas.
Él
me quiere, de eso no tengo la menor duda, y disfruto del sabor de este
hombre
delicioso, este hombre al que creí que nunca volvería a ver. Su felicidad es
evidente
—le brillan los ojos, sonríe como un muchacho—, y el alivio que siente es
casi
palpable.
—Pensé
que te había perdido —murmuro, todavía abrumada y sin aliento
por
ese beso.
—Nena,
hará falta algo más que un 135 averiado para alejarme de ti.
—¿135?
—El
Charlie Tango. Es un Eurocopter EC135, el más seguro de su gama.
Una
emoción sombría cruza fugazmente por su rostro, distrayendo mi
atención.
¿Qué me oculta? Antes de que pueda preguntárselo, se queda muy quieto y
baja
los ojos hacia mí con el ceño fruncido, y por un segundo creo que va a
contármelo.
Observo sus ojos grises, pensativos.
—Un
momento… Me diste esto antes de que viéramos a Flynn —dice
sosteniendo
el llavero, con expresión casi horrorizada.
Oh,
Dios, ¿adónde quiere ir a parar con esto? Yo asiento, inexpresiva.
Abre
la boca.
Yo
me encojo de hombros a modo de disculpa.
—Quería
que supieras que dijera lo que dijese Flynn, para mí nada
cambiaría.
Christian
parpadea y me mira, incrédulo.
—Así
que toda la noche de ayer, mientras yo te suplicaba una respuesta,
¿ya
me la habías dado?
Parece
consternado. Yo vuelvo a asentir e intento desesperadamente
evaluar
su reacción. Él se me queda mirando, estupefacto, atónito, pero entonces
entorna
los ojos y en su boca se dibuja un amago de ironía.
—Toda
esa preocupación… —susurra en un tono inquietante. Yo le sonrío
y
me encojo de hombros otra vez—. Oh, no intente hacerse la niña ingenua conmigo,
señorita
Steele. Ahora mismo, tengo ganas de…
Se
pasa la mano por el pelo, y luego menea la cabeza y cambia de táctica.
—No
puedo creer que me dejaras con la duda.
Su
voz susurrante está teñida de incredulidad. Su expresión cambia
levemente,
sus ojos brillan perversos y aparece su sonrisa sensual.
Santo
cielo. Me estremezco por dentro. ¿En qué está pensando?
—Creo
que esto se merece algún tipo de retribución, señorita Steele —dice
en
voz baja.
¿Retribución?
¡Oh, no! Sé que está jugando… pero aun así retrocedo un
poco
con cautela.
Christian
sonríe.
—¿Así
que ese es el juego? —susurra—. Porque te tengo en mis manos. —
Y
sus ojos arden intensos, juguetones—. Y además te estás mordiendo el labio —
añade
amenazador.
Siento
cómo todas mis entrañas se contraen súbitamente. Oh, Dios. Mi
futuro
marido quiere jugar. Retrocedo un paso más, y luego me doy la vuelta para
tratar
de
huir, pero es en vano. Christian me agarra con un rápido movimiento y yo grito
de
placer,
sorprendida y sobresaltada. Me carga sobre su hombro y echa a andar por el
pasillo.
—¡Christian!
—siseo, consciente de que José está arriba, aunque no creo
que
pueda oírnos.
Intento
tranquilizarme dándole palmaditas en la parte baja de la espalda, y
de
pronto, con un valeroso impulso irrefrenable, le doy un cachete en el trasero.
Él me
lo
devuelve inmediatamente.
—¡Ay!
—chillo.
—Hora
de ducharse —declara triunfante.
—¡Bájame!
Me
esfuerzo por parecer enfadada, pero fracaso. Es una lucha fútil, él me
sujeta
firmemente los muslos con el brazo, y por la razón que sea no puedo parar de
reír.
—¿Les
tienes mucho cariño a estos zapatos? —pregunta con ironía,
mientras
abre la puerta del baño de su dormitorio.
—Ahora
mismo preferiría que tocaran el suelo —intento quejarme, pero no
acabo
de conseguirlo, porque no puedo dejar de reír.
—Sus
deseos son órdenes para mí, señorita Steele.
Sin
bajarme, me quita los dos zapatos y los deja caer ruidosamente sobre el
suelo
de baldosas. Se para junto al tocador, se vacía los bolsillos: la BlackBerry
sin
batería,
las llaves, la cartera, el llavero. Desde este ángulo, solo puedo imaginar qué
aspecto
tendré en el espejo. Una vez que ha terminado, se dirige muy decidido hacia la
inmensa
ducha.
—¡Christian!
—le advierto a gritos, viendo claras ahora sus intenciones.
Abre
el grifo al máximo. ¡Dios…! Un chorro de agua helada me cae
directamente
sobre el trasero, y chillo; luego vuelvo a acordarme de que José está
arriba
y me callo. Aunque voy totalmente vestida, tengo mucho frío. El agua helada me
empapa
el traje, las bragas y el sujetador. Estoy calada y me entra otro ataque de
risa.
—¡No!
—chillo—. ¡Bájame!
Vuelvo
a darle cachetes, más fuertes esta vez, y Christian me suelta dejando
que
me deslice por su cuerpo chorreante. Él tiene la camisa blanca pegada al torso
y
los
pantalones del traje empapados. Yo también estoy calada, enardecida, aturdida y
sin
aliento, y él me mira sonriente, y está tan… increíblemente sexy.
Se
pone serio, sus ojos centellean, y vuelve a cogerme la barbilla y acerca
mis
labios a su boca. Es un beso tierno, acariciante, que me trastorna por
completo. Ya
no
me importa estar totalmente vestida y chorreando en la ducha de Christian.
Estamos
los
dos solos bajo la cascada de agua. Ha vuelto, está bien, es mío.
Mis
manos se dirigen involuntariamente a su camisa, que se pega a todos
los
músculos y tendones de su torso, mostrando el vello apelmazado bajo la tela
blanca
empapada.
Yo le saco la camisa del pantalón de un tirón y él gime, pegado a mi boca,
sin
despegar sus labios de los míos. Cuando empiezo a desabrocharle la camisa, él
comienza
a bajar la cremallera de mi vestido lentamente. Sus labios son ahora más
insistentes,
más provocativos, su lengua invade mi boca… y mi cuerpo explota de
deseo.
Le abro la camisa de golpe. Los botones salen volando, rebotando contra las
baldosas
y repiqueteando por el suelo de la ducha. Mientras aparto la tela mojada de
sus
hombros y brazos, le empujo contra la pared, dificultando sus intentos de
desnudarme.
—Los
gemelos —murmura, y levanta las muñecas, de donde cuelga la
camisa
lacia y empapada.
Con
dedos torpes le quito el primer gemelo de oro y después el otro, los
dejo
caer sobre el suelo de baldosas, y luego la camisa. Sus ojos buscan los míos a
través
de la cascada de agua. Su mirada es candente, carnal, como el agua ahora
abrasadora.
Cojo sus pantalones por la cinturilla, pero él menea la cabeza, me sujeta
por
los hombros y me da la vuelta de manera que quedo de espaldas. Termina de
bajarme
la cremallera, me aparta el pelo mojado del cuello y pasa la lengua desde la
nuca
hasta el nacimiento del pelo, y de nuevo hacia abajo, sin parar de besarme y
chuparme
el cuello.
Yo
gimo y él me retira dulcemente el vestido de los hombros, haciéndolo
bajar
sobre mis senos mientras me besa la nuca y debajo de la oreja. Me desabrocha el
sujetador,
lo aparta también y libera mis pechos. Los rodea y los cubre con las manos
susurrándome
cosas bonitas al oído.
—Eres
preciosa —murmura.
Tengo
los brazos atrapados por el sujetador y el vestido desabrochado, que
cuelga
bajo mis senos; sigo con las mangas puestas, pero tengo las manos libres. Ladeo
la
cabeza para que Christian acceda fácilmente a mi cuello y dejo que sus mágicas
manos
tomen posesión de mis pechos. Echo hacia atrás los brazos y me alegra oír que
inspira
bruscamente cuando mis dedos inquisitivos toman contacto con su erección. Él
presiona
su sexo contra mis manos acogedoras. Maldita sea, ¿por qué no me ha dejado
que
le quitara los pantalones?
Me
pellizca los pezones, y mientras se endurecen y yerguen bajo sus
expertas
caricias, todos los pensamientos relacionados con sus pantalones desaparecen
y
un libidinoso placer se clava con fuerza bajo mi vientre. Pegada a su cuerpo,
echo la
cabeza
hacia atrás y gimo.
—Sí
—musita, me da la vuelta otra vez y atrapa mi boca con la suya.
Me
despoja del sujetador, el vestido y las bragas y los deja caer, de forma
que
se unen a su camisa en un amasijo de ropa húmeda sobre el suelo de la ducha.
Cojo
el gel que está a nuestro lado. Christian se queda quieto en cuanto se
da
cuenta de lo que voy a hacer. Le miro directamente a los ojos y me pongo un
poco
de
gel en la palma de la mano. La mantengo levantada frente a su torso, esperando
su
respuesta
a mi pregunta implícita. Él abre mucho los ojos y me contesta con un
asentimiento
casi imperceptible.
Poso
la mano cuidadosamente sobre su esternón y, con suavidad, empiezo a
frotarle
la piel con el jabón. Christian inspira profundamente hinchando el torso, pero
aparte
de eso permanece inmóvil. Acto seguido me aferra las caderas con las manos,
pero
no me aparta. Me observa con recelo y con una mirada más intensa que asustada,
pero
sus labios están entreabiertos y su respiración acelerada.
—¿Estás
bien? —susurro.
—Sí.
Su
breve respuesta es casi un jadeo. Acuden a mi memoria todas las veces
que
nos hemos duchado juntos, aunque el recuerdo del Olympic es agridulce. Bueno,
ahora
puedo tocarle. Le lavo con cariño dibujando pequeños círculos. Limpio a mi
hombre
por debajo de los brazos, sobre las costillas, y desciendo por su vientre firme
y
plano, hasta el vello que sobresale de su zona púbica.
—Ahora
me toca a mí —musita.
Coge
el champú, nos aparta a ambos del chorro de agua y me vierte un poco
sobre
la cabeza.
Interpreto
su gesto como una señal para que deje de lavarle, así que dejo
los
dedos aferrados a la cinturilla de su pantalón. Él me extiende el champú por el
pelo
y
me masajea el cuero cabelludo con sus dedos esbeltos y fuertes. Yo gimo de
placer.
Cierro
los ojos y me rindo a esa sensación celestial. Esto es justo lo que necesito,
después
de esta angustiosa noche.
Él
se ríe entre dientes y yo abro un ojo y veo que me mira complacido.
—¿Te
gusta?
—Mmm…
Sonríe
satisfecho.
—A
mí también —dice, y se inclina para besarme la frente, mientras sus
dedos
continúan masajeándome dulcemente el cuero cabelludo—. Date la vuelta —
dice
en tono autoritario.
Yo
hago lo que me ordena, y sus dedos se mueven despacio sobre mi
cabeza.
Me lavan, me relajan, me miman. Oh, esto es el éxtasis. Él coge más champú y
me
frota con delicadeza la melena que cae sobre mi espalda. Cuando termina, vuelve
a
empujarme
hacia el chorro de agua.
—Inclina
la cabeza hacia atrás —ordena en voz baja.
Yo
obedezco complaciente, y él me aclara la espuma del jabón. Cuando
termina,
me coloco otra vez de frente y echo mano de nuevo a sus pantalones.
—Quiero
lavarte entero —susurro.
Él
responde con su sensual media sonrisa y levanta las manos como
diciendo:
«Soy todo tuyo, nena». Yo sonrío: es una sensación maravillosa. Le bajo
delicadamente
la cremallera, y sus pantalones y calzoncillos no tardan en reunirse con
el
resto de la ropa. Me yergo y cojo el gel y la esponja natural.
—Parece
que te alegras de verme —murmuro con ironía.
—Yo
siempre me alegro de verla, señorita Steele —replica,
devolviéndome
la sonrisa.
Echo
gel en la esponja, y reemprendo mi viaje a través de su torso. Ahora
está
más relajado, quizá porque en realidad no le estoy tocando. Voy descendiendo
con
la
esponja, pasando por encima de su vientre hasta deslizarla entre su vello
púbico y
luego
sobre su erección hasta la base de su miembro.
Le
miro de reojo, y él me observa con ojos acechantes y anhelo sensual.
Mmm…
me gusta esa mirada. Tiro la esponja y uso las manos para sujetarle fuerte el
miembro.
Él cierra los ojos, echa la cabeza hacia atrás gimiendo, e impulsa las caderas
hacia
mis manos.
¡Oh,
sí! Esto es muy excitante. La diosa que llevo dentro ha resurgido
después
de pasarse la noche entera meciéndose y sollozando en un rincón, y ahora
lleva
los labios pintados de un tono rojo fulana.
De
pronto, Christian me mira fijamente con ojos ardientes. Ha recordado
algo.
—Es
sábado —exclama con asombro lascivo en la mirada, y me coge por
la
cintura, me atrae hacia él y me besa salvajemente.
¡Uau…
cambio de ritmo!
Sus
manos se deslizan por mi cuerpo húmedo y resbaladizo hasta moverse
en
torno a mi sexo, sus dedos me exploran provocativos, y su implacable boca me
deja
sin
respiración. Sube una mano hasta mi cabello húmedo para sujetarme la cabeza,
mientras
yo resisto toda la fuerza de su pasión desatada. Sus dedos se mueven en mi
interior.
—¡Ah!
—jadeo junto a su boca.
—Sí
—sisea, desliza las manos hasta mi trasero y me levanta—. Rodéame
con
las piernas, nena.
Mis
piernas obedecen, y me aferro a su cuello como una lapa. Él me
sostiene
contra la pared de la ducha, se para y me observa intensamente.
—Abre
los ojos —murmura—. Quiero verte.
Le
miro parpadeante, con el corazón latiéndome desbocado y la sangre
hirviendo
ardiente a través de mis venas, y un deseo real y galopante aumenta en mi
interior.
Entonces él se desliza dentro de mí, oh, muy despacio, y me llena, y me
reclama,
piel contra piel. Yo empujo hacia abajo para fundirme en él, gimiendo con
fuerza.
Una vez dentro de mí, se detiene otra vez, con la cara contraída, intensa.
—Eres
mía, Anastasia —susurra.
—Siempre.
Sonríe
victorioso, se mueve y me hace jadear.
—Y
ahora ya podemos contárselo a todo el mundo, porque has dicho que
sí.
Su
voz tiene un tono reverencial, y entonces se inclina hacia abajo, sus
labios
se apoderan de mi boca, y empieza a moverse… lenta y dulcemente. Yo cierro
los
ojos y echo la cabeza hacia atrás, mi cuerpo se arquea y someto mi voluntad a
la
suya,
esclava de su cadencia lenta y embriagadora.
Me
roza con los dientes la mandíbula, y la barbilla, bajando por el cuello
mientras
recupera el ritmo, empujándome hacia delante y hacia arriba… lejos de este
planeta
terrenal, de la ducha abrasadora, del terror gélido de la noche pasada. Somos
solo
mi hombre y yo, moviéndonos al unísono como si fuéramos uno, cada uno
absolutamente
absorbido en el otro, y nuestros jadeos y gruñidos se funden. Yo saboreo
la
sensación exquisita de que me posea, mientras mi cuerpo brota y florece en
torno a
él.
Podría
haberle perdido… y le amo… le amo tanto, y de pronto me supera la
inmensidad
de mi amor y la profundidad de mi compromiso con él. Pasaré el resto de
mi
vida amando a este hombre, y con esa revelación abrumadora, exploto en torno a
él
en
un orgasmo catártico, sanador, y grito su nombre mientras las lágrimas bañan
mis
mejillas.
Él
alcanza el clímax y se vierte en mi interior. Con la cara hundida en mi
cuello,
se derrumba en el suelo, abrazándome fuerte, besándome la cara y secándome
las
lágrimas a besos, mientras el agua caliente cae a nuestro alrededor y nos
purifica.
—Tengo
los dedos morados —murmuro, saciada y reclinada sobre su
pecho
en la dicha poscoital.
Él
acerca mis dedos a sus labios y los besa, uno por uno.
—Deberíamos
salir de esta ducha.
—Yo
estoy muy a gusto aquí.
Reposo
sentada entre sus piernas mientras él me abraza fuerte. No quiero
moverme.
Christian
expresa su conformidad con un murmullo. Pero de pronto me
siento
agotada, totalmente exhausta. Han pasado tantas cosas durante la última semana,
historias
como para llenar toda una vida, y además ahora voy a casarme. Se me escapa
una
risita de incredulidad.
—¿Qué
le hace tanta gracia, señorita Steele? —pregunta él cariñosamente.
—Ha
sido una semana muy intensa.
Sonríe.
—Lo
ha sido, sí.
—Gracias
a Dios que ha regresado sano y salvo, señor Grey —murmuro, y
al
pensar en lo que podría haber pasado se me encoge el alma.
Él
se pone tenso e inmediatamente lamento habérselo recordado.
—Pasé
mucho miedo —confiesa para mi sorpresa.
—¿Cuándo…
Antes?
Asiente
con gesto serio.
Santo
cielo.
—¿Así
que le quitaste importancia para tranquilizar a tu familia?
—Sí.
Volaba demasiado bajo para poder aterrizar bien. Pero lo conseguí,
no
sé cómo.
Oh,
Dios. Levanto los ojos hacia él, con la cascada de agua cayendo sobre
nosotros,
y su expresión es muy grave.
—¿Ha
estado cerca?
Me
mira fijamente.
—Muy
cerca. —Hace una pausa—. Durante unos segundos espantosos,
pensé
que no volvería a verte.
Le
abrazo fuerte.
—No
puedo imaginar mi vida sin ti, Christian. Te quiero tanto que me da
miedo.
—Yo
también. —Me estrecha con fuerza entre sus brazos y hunde el rostro
en
mi cabello—. Nunca dejaré que te vayas.
—No
quiero irme, nunca.
Le
beso el cuello, y él se inclina y me besa también con dulzura.
Al
cabo de un momento, se remueve un poco.
—Ven…
vamos a secarte, y luego a la cama. Yo estoy exhausto, y a ti
parece
que te hayan dado una paliza.
Al
oír estas palabras, me inclino hacia atrás y arqueo una ceja. Él ladea la
cabeza
y me sonríe con ironía.
—¿Algo
que decir, señorita Steele?
Niego
con la cabeza y me pongo de pie algo tambaleante.
*
* *
Estoy
sentada en la cama. Christian se ha empeñado en secarme el pelo… y
lo
hace bastante bien. Me desagrada pensar cómo adquirió esa habilidad, así que
alejo
la
idea de mi mente. Son más de las dos de la madrugada, y estoy deseando dormir.
Antes
de meterse en la cama, Christian baja de nuevo la mirada hacia el llavero y
vuelve
a menear la cabeza sin dar crédito.
—Es
fantástico. El mejor regalo de cumpleaños que he tenido nunca. —Me
mira
fijamente, con ojos dulces y cariñosos—. Mejor que el póster firmado de
Giuseppe
DeNatale.
—Te
lo habría dicho antes, pero como se acercaba tu cumpleaños… ¿Qué
le
das a un hombre que lo tiene todo? Así que pensé en darme… yo.
Deja
el llavero en la mesita de noche y se acurruca a mi lado. Me acoge en
sus
brazos, me estrecha contra su pecho y se queda abrazado a mi espalda.
—Es
perfecto. Como tú.
Sonrío,
aunque él no puede verme.
—Yo
no soy perfecta, ni mucho menos, Christian.
—¿Está
sonriendo, señorita Steele?
¿Cómo
lo sabe?
—Tal
vez —respondo con una risita—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro
—dice acariciándome el cuello con la nariz.
—No
llamaste mientras volvías de Portland. ¿Fue en realidad por culpa de
José?
¿Te preocupaba que me quedara a solas con él?
Christian
no dice nada. Me doy la vuelta para verle la cara, y él me mira
con
los ojos muy abiertos, como si le estuviera reprochando algo.
—¿Te
das cuenta de lo ridículo que es eso? ¿De lo mal que nos lo has
hecho
pasar a tu familia y a mí? Todos te queremos mucho.
Él
parpadea un par de veces y después me dedica su sonrisa tímida.
—No
imaginaba que todos os preocuparíais tanto.
Frunzo
los labios.
—¿Cuándo
te entrará en esa cabeza tan dura que la gente te quiere?
—¿Cabeza
dura?
Arquea
las cejas, completamente atónito.
Yo
asiento.
—Sí,
cabeza dura.
—No
creo que los huesos de mi cráneo tengan una dureza
significativamente
mayor que cualquier otra parte de mi cuerpo.
—¡Estoy
hablando en serio! Deja de hacer bromas. Aún estoy un poco
enfadada
contigo, aunque eso haya quedado parcialmente eclipsado por el hecho de
que
estés en casa sano y salvo. Cuando pensé… —Se me quiebra la voz al recordar
esas
horas de angustia—. Bueno, ya sabes lo que pensé.
Su
mirada se dulcifica, alarga la mano y me acaricia la cara.
—Lo
siento. ¿De acuerdo?
—Y
también tu pobre madre. Fue muy conmovedor verte con ella —
susurro.
Él
sonríe tímidamente.
—Nunca
la había visto de ese modo. —Adopta una expresión perpleja al
recordarlo—.
Sí, ha sido realmente impresionante. Por lo general es tan serena…
Resultó
muy impactante.
—¿Lo
ves? Todo el mundo te quiere. —Sonrío—. Quizá ahora empieces a
creértelo.
—Me inclino y le beso con dulzura—. Feliz cumpleaños, Christian. Me
alegro
de que estés aquí para compartir tu día conmigo. Y no has visto lo que te tengo
preparado
para mañana… bueno, hoy.
—¿Hay
más? —dice asombrado, y en su cara aparece una sonrisa
arrebatadora.
—Ah,
sí, señor Grey, pero tendrá que esperar hasta entonces.
*
* *
Me
despierto de repente de un sueño, o de una pesadilla, y me incorporo en
la
cama con el pulso terriblemente acelerado. Me doy la vuelta, aterrada, y
compruebo
con
alivio que Christian duerme plácidamente a mi lado. Como me he movido, él se
revuelve
y alarga un brazo en sueños para rodearme con él, recuesta la cabeza en mi
hombro,
y suspira quedamente.
La
luz inunda la habitación. Son las ocho. Christian nunca duerme hasta tan
tarde.
Vuelvo a tumbarme y dejo que mi corazón palpitante se calme. ¿Por qué esta
angustia?
¿Es una secuela de lo sucedido anoche?
Me
doy la vuelta y le observo. Está a salvo. Inspiro profunda y
tranquilamente
y contemplo su adorable rostro. Un rostro que ahora me resulta tan
familiar,
con todas sus luces y sombras grabadas en mi mente a perpetuidad.
Cuando
duerme parece mucho más joven, y sonrío porque a partir de hoy es
un
año más viejo. Me abrazo a mí misma, pensando en mi regalo. Oooh… ¿cómo
reaccionará?
Quizá debería empezar trayéndole el desayuno a la cama. Además, puede
que
José todavía esté aquí.
Me
lo encuentro en la barra, comiendo un bol de cereales. No puedo evitar
ruborizarme
al verle. Sabe que he pasado la noche con Christian. ¿Por qué siento de
pronto
esta timidez? No es como si fuera desnuda ni nada parecido. Llevo mi bata de
seda
larga hasta los pies.
—Buenos
días, José —saludo sonriendo abiertamente.
—¡Eh,
Ana!
Se
le ilumina la cara. Se alegra sinceramente de verme. En su expresión no
hay
ningún deje burlón ni desdeñoso.
—¿Has
dormido bien? —pregunto.
—Mucho.
Vaya vistas hay desde aquí.
—Sí,
es un lugar muy especial. —Como el propietario del apartamento—.
¿Te
apetece un auténtico desayuno para hombres? —le pregunto bromeando.
—Me
encantaría.
—Hoy
es el cumpleaños de Christian. Voy a llevarle el desayuno a la cama.
—¿Está
despierto?
—No.
Creo que está bastante cansado después de todo lo de ayer.
Aparto
rápidamente la mirada y voy hacia el frigorífico para que no vea
que
me he ruborizado. Dios… pero si solo es José. Cuando saco el beicon y los
huevos
de
la nevera, me está mirando sonriente.
—Te
gusta de verdad, ¿eh?
Frunzo
los labios.
—Le
quiero, José.
Abre
mucho los ojos un momento y luego sonríe.
—¿Cómo
no vas a quererle? —pregunta, y hace un gesto con la mano
alrededor
del salón.
—¡Vaya,
gracias! —le digo en tono de reproche.
—Oye,
Ana, que solo era una broma.
Mmm…
¿Me harán siempre ese comentario: que me caso con Christian por
su
dinero?
—De
verdad que era una broma. Tú nunca has sido de esa clase de chicas.
—¿Te
apetece una tortilla? —le pregunto para cambiar de tema: no quiero
discutir.
—Sí.
—Y
a mí también —dice Christian, entrando pausadamente en el salón.
Oh,
Dios…, solo lleva esos pantalones de pijama que le quedan tan
tremendamente
sexys.
—José
—le saluda con un gesto de la cabeza.
—Christian
—le devuelve el saludo José con aire solemne.
Christian
se vuelve hacia mí y sonríe maliciosamente. Lo ha hecho a
propósito.
Entorno los ojos en un intento desesperado por recuperar la compostura, y
la
expresión de Christian se altera levemente. Sabe que ahora soy consciente de lo
que
se
propone, y no le importa en absoluto.
—Iba
a llevarte el desayuno a la cama.
Se
me acerca con arrogancia, me rodea los hombros con el brazo, me
levanta
la barbilla y me planta un beso apasionado y sonoro en los labios. ¡Tan
impropio
de Cincuenta!
—Buenos
días, Anastasia —dice.
Tengo
ganas de reñirle y de decirle que se comporte… pero es su
cumpleaños.
Me sonrojo. ¿Por qué es tan posesivo?
—Buenos
días, Christian. Feliz cumpleaños.
Le
dedico una sonrisa y él me la devuelve.
—Espero
con ansia mi otro regalo —dice sin más.
Me
pongo del color del cuarto rojo del dolor y miro nerviosamente a José,
que
parece como si se hubiera tragado algo muy desagradable. Aparto la vista y
empiezo
a preparar el desayuno.
—¿Y
qué planes tienes para hoy, José? —pregunta Christian con fingida
naturalidad,
sentándose en un taburete de la barra.
—Voy
a ir a ver a mi padre y a Ray, el padre de Ana.
Christian
frunce el ceño.
—¿Se
conocen?
—Sí,
estuvieron juntos en el ejército. Perdieron el contacto hasta que Ana y
yo
nos conocimos en la universidad. Fue algo bastante curioso, y ahora son
auténticos
colegas.
Vamos a ir de pesca.
—¿De
pesca?
Christian
parece realmente interesado.
—Sí…
hay piezas muy buenas en estas aguas. Unos salmones enormes.
—Es
verdad. Mi hermano Elliot y yo pescamos una vez uno de quince
kilos.
¿Ahora
se ponen a hablar de pesca? ¿Qué tendrá la pesca para los
hombres?
Nunca lo he entendido.
—¿Quince
kilos? No está mal. Pero el récord lo tiene el padre de Ana, con
uno
de diecinueve kilos.
—¿En
serio? No me lo había dicho.
—Por
cierto, feliz cumpleaños.
—Gracias.
¿Y a ti dónde te gusta pescar?
Me
desentiendo. No me interesa nada de todo esto. Pero, al mismo tiempo,
me
siento aliviada. ¿Lo ves, Christian? José no es tan malo.
*
* *
Cuando
llega la hora de que José se marche, el ambiente entre ambos se ha
relajado
bastante. Christian se pone rápidamente unos vaqueros y una camiseta y, aún
descalzo,
nos acompaña a José y a mí al vestíbulo.
—Gracias
por dejarme dormir aquí —le dice José a Christian cuando se
dan
la mano.
—Cuando
quieras —responde Christian sonriendo.
José
me da un pequeño abrazo.
—Cuídate,
Ana.
—Claro.
Me alegro de haberte visto. La próxima vez saldremos por ahí.
—Te
tomo la palabra.
Se
despide alzando la mano desde el interior del ascensor, y luego las
puertas
se cierran.
—Sigue
queriendo acostarse contigo, Ana. Pero no puedo culparle de eso.
—¡Christian,
eso no es cierto!
—No
te enteras de nada, ¿verdad? —Me sonríe—. Te desea. Muchísimo.
Frunzo
el ceño.
—Solo
es un amigo, Christian, un buen amigo.
Y
de pronto me doy cuenta de que me parezco a Christian cuando habla de
la
señora Robinson. Y esa idea me inquieta.
Él
levanta las manos en un gesto conciliatorio.
—No
quiero discutir —dice en voz baja.
¡Ah!
No estamos discutiendo… ¿o sí?
—Yo
tampoco.
—No
le has dicho que vamos a casarnos.
—No.
Pensé que debía decírselo primero a mamá y a Ray.
Oh,
no. Es la primera vez que pienso en eso desde que acepté su
proposición.
Dios… ¿qué van a decir mis padres?
Christian
asiente.
—Sí,
tienes razón. Y yo… eh… debería pedírselo a tu padre.
Me
echo a reír.
—Christian,
no estamos en el siglo XVIII.
Madre
mía. ¿Qué dirá Ray? Pensar en esa conversación me horroriza.
—Es
la tradición —replica Christian, encogiéndose de hombros.
—Ya
hablaremos luego de eso. Quiero darte tu otro regalo —digo para
intentar
distraerle.
Pensar
en mi regalo me tiene en un sinvivir. Necesito dárselo para ver
cómo
reacciona.
Él
me dedica su sonrisa tímida y se me para el corazón. Aunque viva mil
años,
nunca me cansaré de esa sonrisa.
—Estas
mordiéndote el labio otra vez —me dice, y me levanta la barbilla.
Cuando
sus dedos me tocan, un estremecimiento recorre mi cuerpo. Sin
decir
una palabra, y ahora que todavía me queda algo de valor, le cojo de la mano y
le
llevo
de nuevo al dormitorio. Le suelto cuando llegamos junto a la cama y, de debajo
de
mi lado del lecho, saco las otras dos cajas de regalo.
—¿Dos?
—dice sorprendido.
Yo
inspiro profundamente.
—Esto
lo compré antes del… eh… incidente de ayer. Ahora ya no me
convence
tanto.
Y
me apresuro a darle uno de los paquetes, antes de cambiar de opinión. Él
se
me queda mirando desconcertado al notar mis dudas.
—¿Seguro
que quieres que lo abra?
Yo
asiento, ansiosa.
Christian
rompe el envoltorio y mira sorprendido la caja.
—Es
el Charlie Tango —susurro.
Él
sonríe. La caja contiene un pequeño helicóptero de madera, con unas
grandes
hélices que funcionan con energía solar. La abre.
—Energía
solar —murmura—. Uau.
Y,
sin apenas darme cuenta, ya está sentado en la cama, montándolo. Lo
encaja
rápidamente y lo sostiene en la palma de la mano. Un helicóptero azul de
madera.
Levanta la vista hacia mí con esa gloriosa sonrisa de muchacho cien por cien
americano,
y luego se acerca a la ventana y, cuando la luz del sol baña el pequeño
helicóptero,
las hélices empiezan a girar.
—Mira
esto —musita, y lo observa de cerca—. Lo que ya es posible hacer
con
esta tecnología.
Lo
sostiene a la altura de los ojos y contempla cómo giran las hélices. Está
fascinado,
y también es fascinante ver cómo se deja llevar por sus pensamientos
mientras
mira el pequeño helicóptero. ¿En qué estará pensando?
—¿Te
gusta?
—Me
encanta, Ana. Gracias. —Me coge y me besa rápidamente, y luego se
da
la vuelta para ver girar la hélice—. Lo pondré en mi despacho al lado del
planeador
—dice,
absorto, viendo girar las aspas.
Luego
aparta el helicóptero del sol, y la hélice se ralentiza hasta pararse
finalmente.
Yo
no puedo evitar sonreír de oreja a oreja y tengo deseos de abrazarme a
mí
misma. Le encanta. Claro, está muy interesado en las tecnologías alternativas.
Ni
siquiera
había pensado en eso cuando lo compré a toda prisa. Lo deja sobre la cómoda
y
se vuelve hacia mí.
—Me
hará compañía hasta que recuperemos el Charlie
Tango.
—¿Se
podrá recuperar?
—No
lo sé. Eso espero. Si no, lo echaré de menos.
¿Qué?
Yo misma me escandalizo por sentir celos de un objeto inanimado.
Mi
subconsciente resopla y suelta una carcajada desdeñosa. Yo no le hago caso.
—¿Qué
hay en la otra caja? —pregunta con los ojos muy abiertos,
emocionado
como un crío.
Dios
mío.
—No
estoy segura de si este regalo es para ti o para mí.
—¿De
verdad? —pregunta, y sé que he despertado su curiosidad.
Le
entrego nerviosa la segunda caja. Él la agita con cuidado y ambos oímos
un
fuerte traqueteo. Christian levanta la vista hacia mí.
—¿Por
qué estás tan nerviosa? —pregunta, perplejo.
Avergonzada
y excitada, me encojo de hombros y me ruborizo. Él arquea
una
ceja.
—Me
tiene intrigado, señorita Steele —susurra, y su voz me penetra, y el
deseo
y la expectativa se expanden por mi vientre—. Debo decir que estoy disfrutando
con
tu reacción. ¿En qué has estado pensando? —pregunta, entornando los ojos con
suspicacia.
Yo
contengo la respiración y sigo callada.
Él
retira la tapa de la caja y saca una pequeña tarjeta. El resto del contenido
está
envuelto en papel de seda. Abre la tarjeta, e inmediatamente me clava la
mirada,
con
los ojos muy abiertos, impactado o sorprendido, no lo sé.
—¿Que
te trate con dureza? —murmura.
Y
yo asiento y trago saliva. Él ladea la cabeza con cautela evaluando mi
reacción,
y frunce el ceño. Entonces vuelve a fijarse en la caja. Rasga el papel de seda
azul
pálido y saca un antifaz, unas pinzas para pezones, un dilatador anal, su iPod,
su
corbata
gris perla… y, por último, aunque no por eso menos importante, la llave de su
cuarto
de juegos.
Me
mira fijamente con una expresión oscura e indescifrable. Oh, no. ¿Ha
sido
una mala idea?
—¿Quieres
jugar? —pregunta con voz queda.
—Sí
—musito.
—¿Por
mi cumpleaños?
—Sí.
¿De
dónde me sale este hilo de voz?
Multitud
de emociones cruzan por su rostro sin que pueda identificar
ninguna,
pero finalmente me domina la ansiedad. Mmm… Esa no es exactamente la
reacción
que esperaba.
—¿Estás
segura? —pregunta.
—Nada
de látigos ni cosas de esas.
—Eso
ya lo he entendido.
—Pues
entonces sí. Estoy segura.
Sacude
la cabeza y vuelve a mirar el contenido de la caja.
—Loca
por el sexo e insaciable. Bueno, creo que podré hacer algo con
estas
cosas —murmura como si hablara consigo mismo, y vuelve a meter el contenido
dentro
de la caja.
Cuando
me mira otra vez, su expresión ha cambiado totalmente. Madre mía,
sus
ojos refulgen ardientes, y en sus labios se dibuja lentamente una erótica
sonrisa.
Me
tiende la mano.
—Ahora
—dice, y no es una petición.
Mi
vientre se contrae y se tensa con fuerza muy, muy adentro.
Acepto
su mano.
—Ven
—ordena, y salgo de la habitación detrás de él, con el corazón en un
puño.
El
deseo recorre lentamente mi sangre ardiente y mis entrañas se contraen
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