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50 SOMBRAS MÁS OSCURAS:Capitulo 12


—Hablaste con ella hoy? —le pregunto a Christian mientras esperamos la
llegada de la señora Robinson.
—Sí.
—¿Qué le dijiste?
—Le dije que tú no querías verla, y que yo entendía perfectamente tus
motivos. También le dije que no me gustaba que actuara a mis espaldas.
Tiene una mirada inexpresiva que no trasluce nada.
Ay, Dios.
—¿Y ella qué dijo?
—Eludió la responsabilidad como solo ella sabe hacerlo.
Hace una mueca con los labios.
—¿Para qué crees que ha venido?
—No tengo ni idea —responde Christian, encogiéndose de hombros.
Taylor vuelve a entrar en el salón.
—La señora Lincoln —anuncia.
Y ahí está… ¿Por qué ha de ser tan endiabladamente atractiva? Va toda
vestida de negro: vaqueros ajustados, una blusa que realza su silueta perfecta, y el
cabello brillante y sedoso como un halo.
Christian me atrae hacia él.
—Elena —dice, y parece confuso.
Ella me mira estupefacta y se queda paralizada. Le cuesta recuperar la voz
y parpadea.
—Lo siento. No sabía que estabas acompañado, Christian. Es lunes —dice
como si eso explicara su presencia aquí.
—Novia —responde Christian a modo de explicación, mientras ladea la
cabeza y le dedica una sonrisa fría.
En la cara de ella aparece lentamente un gesto de inmensa satisfacción.
Todo resulta muy desconcertante.
—Claro. Hola, Anastasia. No sabía que estabas aquí. Sé que no quieres
hablar conmigo, y lo entiendo.
—¿Ah, sí? —respondo en voz baja, y la miro a la cara de un modo que nos
sorprende a ambas.
Ella frunce levemente el ceño y avanza un paso más para entrar en la
habitación.
—Sí, he captado el mensaje. No he venido a verte a ti. Como he dicho,
Christian no suele tener compañía entre semana. —Hace una pausa—. Tengo un
problema y necesito hablarlo con Christian.
—¿Ah? —Christian se yergue—. ¿Quieres beber algo?
—Sí, por favor.
Christian le sirve una copa de vino, mientras Elena y yo seguimos
observándonos mutuamente con cierta incomodidad. Ella juguetea con un gran anillo de
plata que lleva en el dedo corazón, y yo no sé dónde mirar. Finalmente me dedica una
sonrisita crispada, se acerca a la cocina y se sienta en el taburete del extremo de la
isla. Es obvio que conoce bien el sitio y que se mueve por él con naturalidad.
¿Me quedo? ¿Me marcho? Oh, qué difícil es esto. Mi subconsciente mira
ceñuda a Elena con su expresión más abiertamente hostil.
Hay tantas cosas que quiero decirle a esa mujer, y ninguna es agradable.
Pero es amiga de Christian —su única amiga—, y por mucho odio que sienta por ella,
soy educada por naturaleza. Decido quedarme y me siento, con toda la elegancia de la
que soy capaz, en el taburete que ocupaba Christian. Él nos sirve vino en las copas y se
sienta entre ambas en la barra del desayuno. ¿Se da cuenta de lo raro que es todo esto?
—¿Qué pasa? —le pregunta a Elena.
Ella me mira nerviosa, y Christian me coge la mano.
—Anastasia está ahora conmigo —dice ante su pregunta implícita, y me
aprieta la mano.
Yo me sonrojo y mi subconsciente, olvidada ya la cara de arpía, sonríe
radiante.
Elena suaviza el gesto como si se alegrara por él. Como si realmente se
alegrara por él. Oh, no entiendo en absoluto a esta mujer, y su presencia me incomoda
y me pone nerviosa.
Ella inspira profundamente, se remueve inquieta y se sienta en el borde del
taburete. Se mira las manos con nerviosismo, y empieza a dar vueltas sin parar al
anillo de plata de su dedo corazón.
¿Cuál es su problema? ¿Que yo esté presente? ¿Provoco ese efecto en ella?
Porque yo siento lo mismo: no la quiero aquí. Ella levanta la cabeza y mira a Christian
directamente a los ojos.
—Me están haciendo chantaje.
Por Dios. No es eso lo que esperaba que dijera. Christian se pone tenso.
¿Alguien ha descubierto su afición por los jóvenes menores de edad maltratados y
vapuleados por la vida? Reprimo mi repulsión, y por un momento acude a mi mente esa
frase sobre el burlador burlado. Mi subconsciente se frota las manos con mal
disimulado placer. Bien.
—¿Cómo? —pregunta Christian, y su voz refleja claramente el espanto.
Ella coge su enorme bolso de piel, un diseño exclusivo, saca una nota y se
la entrega.
—Ponla aquí y ábrela.
Christian señala la barra con el mentón.
—¿No quieres tocarla?
—No. Huellas dactilares.
—Christian, tú sabes que no puedo ir a la policía con esto.
¿Por qué estoy escuchando esto? ¿Es que ella está tirándose a otro pobre
chico?
Deja la nota delante de él, que se inclina para leerla.
—Solo piden cinco mil dólares —dice como si no le diera importancia—.
¿Tienes idea de quién puede ser? ¿Alguien de la comunidad?
—No —contesta ella con su voz dulce y melosa.
—¿Linc?
¿Linc? ¿Quién es ese?
—¿Qué? ¿Después de tanto tiempo? No creo —masculla ella.
—¿Lo sabe Isaac?
—No se lo he dicho.
¿Quién es Isaac?
—Creo que él debería saberlo —dice Christian.
Ella niega con la cabeza, y ahora me siento fuera de lugar. No quiero saber
nada de esto. Intento soltar mi mano de la de Christian, pero él me retiene con fuerza y
se vuelve a mirarme.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Estoy cansada. Creo que me voy a la cama.
Sus ojos escrutan los míos… ¿buscando acaso qué? ¿Censura?
¿Aprobación? ¿Hostilidad? Yo intento mantenerme impertérrita.
—De acuerdo —dice—. Yo no tardaré.
Me suelta y me pongo de pie. Elena me mira con cautela. Yo sigo impasible
y le devuelvo la mirada sin expresar nada.
—Buenas noches, Anastasia —me dice con una leve sonrisa.
—Buenas noches —musito con frialdad.
Me doy la vuelta para marcharme. La tensión me resulta insoportable. En
cuanto salgo de la estancia ellos reanudan la conversación.
—No creo que yo pueda hacer gran cosa, Elena —le dice Christian—. Si es
una cuestión de dinero… —Se interrumpe—. Puedo pedirle a Welch que investigue.
—No, Christian, solo quería que lo supieras —dice ella.
Desde fuera del salón la oigo comentar:
—Se te ve muy feliz.
—Lo soy —contesta Christian.
—Mereces serlo.
—Ojalá eso fuera verdad.
—Christian… —replica en tono reprobador.
Yo me quedo paralizada, y escucho atentamente sin poder evitarlo.
—¿Sabe ella lo negativo que eres contigo mismo? ¿En todos los aspectos?
—Ella me conoce mejor que nadie.
—¡Vaya! Eso me ha dolido.
—Es la verdad, Elena. Con ella no necesito jueguecitos. Y lo digo en serio,
déjala en paz.
—¿Cuál es su problema?
—Tú… lo que fuimos. Lo que hicimos. Ella no lo entiende.
—Haz que lo entienda.
—Eso es el pasado, Elena, ¿y por qué voy a querer contaminarla con
nuestra jodida relación? Ella es buena y dulce e inocente, y, milagrosamente, me
quiere.
—Eso no es un milagro, Christian —le replica ella con afecto—. Confía un
poco en ti mismo. Eres una auténtica joya. Ya te lo he dicho muchas veces. Y ella
parece encantadora también. Fuerte. Alguien que te hará frente.
No oigo la respuesta de Christian. Así que soy fuerte… ¿en serio? La
verdad es que no me siento así.
—¿Lo echas de menos? —continúa Elena.
—¿El qué?
—Tu cuarto de juegos.
Se me corta la respiración.
—La verdad es que eso no es asunto tuyo, maldita sea —le espeta
Christian.
Oh.
—Perdona —replica Elena sin sentirlo realmente.
—Creo que deberías irte. Y, por favor, otra vez llama antes de venir.
—Lo siento, Christian —dice, y a juzgar por el tono, esta vez es de verdad
—. ¿Desde cuándo eres tan sensible? —vuelve a reprenderle.
—Elena, nosotros tenemos una relación de negocios que ha sido
enormemente provechosa para ambos. Dejémoslo así. Lo que hubo entre los dos forma
parte del pasado. Anastasia es mi futuro, y no quiero ponerlo en peligro de ningún
modo, así que ahórrate toda esa mierda.
¡Su futuro!
—Ya veo.
—Mira, siento que tengas problemas. Quizá deberías enfrentarte
directamente y plantarles cara.
Ahora su tono es más suave.
—No quiero perderte, Christian.
—Para eso debería ser tuyo, Elena —le espeta de nuevo.
—No quería decir eso.
—¿Qué querías decir?
Está enfadado, su tono es brusco.
—Oye, no quiero discutir contigo. Tu amistad es muy importante para mí.
Me alejaré de Anastasia. Pero si me necesitas, aquí estaré. Siempre.
—Anastasia cree que estuvimos juntos el sábado pasado. En realidad tú me
llamaste por teléfono y nada más. ¿Por qué le dijiste lo contrario?
—Quería que supiera cuánto te afectó que se marchara. No quiero que te
haga daño.
—Ella ya lo sabe. Se lo he dicho. Deja de entrometerte. Francamente, te
estás comportando como una madraza muy pesada.
Christian parece más resignado y Elena se ríe, pero su risa tiene un deje
triste.
—Lo sé. Lo siento. Ya sabes que me preocupo por ti. Nunca pensé que
acabarías enamorándote, Christian, y verlo es muy gratificante. Pero no podría soportar
que ella te hiciera daño.
—Correré el riesgo —dice con sequedad—. ¿Seguro que no quieres que
Welch investigue un poco?
Elena lanza un gran suspiro.
—Supongo que eso no perjudicaría a nadie.
—De acuerdo. Le llamaré mañana por la mañana.
Les oigo hablar un poco más del tema. Como viejos amigos, como dice
Christian. Solo amigos. Y ella se preocupa por él… quizá demasiado. Bueno, como
haría cualquiera que le conociera bien.
—Gracias, Christian. Y lo siento. No pretendía entrometerme. Me voy. La
próxima vez llamaré.
—Bien.
¡Se marcha! ¡Oh, maldita sea! Recorro a toda prisa el pasillo hasta el
dormitorio de Christian y me siento en la cama. Christian entra poco después.
—Se ha ido —dice cauteloso, pendiente de mi reacción.
Yo levanto la vista, le miro e intento formular mi pregunta.
—¿Me lo contarás todo sobre ella? Intento entender por qué crees que te
ayudó. —Me callo y pienso a fondo mi siguiente frase—. Yo la odio, Christian. Creo
que te hizo un daño indecible. Tú no tienes amigos. ¿Fue ella quien los alejó de ti?
Él suspira y se pasa la mano por el pelo.
—¿Por qué coño quieres saber cosas de ella? Tuvimos una historia hace
mucho tiempo, ella solía darme unas palizas de muerte y yo me la tiraba de formas que
tú ni siquiera imaginas, fin de la historia.
Me pongo pálida. Oh, no, está enfadado… conmigo.
—¿Por qué estás tan enfadado?
—¡Porque toda esa mierda se acabó! —grita, ceñudo.
Suspira exasperado y menea la cabeza.
Estoy blanca como la cera. Dios. Me miro las manos unidas en mi regazo.
Yo solo pretendo entenderlo.
Se sienta a mi lado.
—¿Qué quieres saber? —pregunta con aire cansado.
—No tienes que contármelo. No quiero entrometerme.
—No es eso, Anastasia. No me gusta hablar de todo aquello. He vivido en
una burbuja durante años, sin que nada me afectara y sin tener que justificarme ante
nadie. Ella siempre ha sido mi confidente. Y ahora mi pasado y mi futuro colisionan de
una forma que nunca creí posible.
Le miro, y él me está observando con los ojos muy abiertos.
—Nunca imaginé mi futuro con nadie, Anastasia. Tú me das esperanza y
haces que me plantee todo tipo de posibilidades —se queda pensando.
—Os he estado escuchando —susurro, y vuelvo a mirarme las manos.
—¿Qué? ¿Nuestra conversación?
—Sí.
—¿Y? —dice en tono resignado.
—Ella se preocupa por ti.
—Sí, es verdad. Y yo por ella, a mi manera, pero eso no se puede ni
comparar siquiera a lo que siento por ti. Si es que se trata de eso…
—No estoy celosa. —Me duele que piense eso… ¿o sí lo estoy? Maldita
sea. Quizá sea eso—. Tú no la quieres —murmuro.
Él vuelve a suspirar. Se le nota de nuevo enfadado.
—Hace mucho tiempo creí que la quería —dice con los dientes apretados.
Oh.
—Cuando estábamos en Georgia… dijiste que no la querías.
—Es verdad.
Frunzo el ceño.
—Entonces te amaba a ti, Anastasia —susurra—. He volado cinco mil
kilómetros solo para verte. Eres la única persona por la que he hecho algo así.
Oh, Dios… No lo entiendo, en aquel momento él todavía me quería como
sumisa. Frunzo más el ceño.
—Mis sentimientos por ti son muy diferentes de los que sentí nunca por
Elena —dice a modo de explicación.
—¿Cuándo lo supiste?
Se encoge de hombros.
—Es irónico, pero fue Elena quien me lo hizo notar. Ella me animó a ir a
Georgia.
¡Lo sabía! Lo supe en Savannah. Le miro, impasible.
¿Y ahora qué? Quizá ella está realmente de mi parte y solo le preocupa que
yo pueda hacerle daño a Christian. Pensar en eso me duele. Yo nunca desearía hacerle
daño. Ella tiene razón: ya le han herido bastante.
Puede que no sea tan mala, después de todo. Niego con la cabeza. No
quiero aceptar su relación con Christian. La desapruebo. Sí, eso es. Es un personaje
despreciable que se aprovechó de un adolescente vulnerable y le arrebató esa etapa de
su vida, diga lo que diga él.
—¿Así que la deseabas? Cuando eras más joven.
—Sí.
Ah.
—Me enseñó muchísimas cosas. Me enseñó a creer en mí mismo.
Ah.
—Pero ella también te daba unas palizas terribles.
Él sonríe con cariño.
—Sí, es verdad.
—¿Y a ti te gustaba?
—En aquella época, sí.
—¿Tanto que querías hacérselo a otras?
Abre los ojos de par en par y se pone serio.
—Sí.
—¿Ella te ayudó con eso?
—Sí.
—¿Fue también tu sumisa?
—Sí.
Por Dios…
—¿Y esperas que me caiga bien? —digo con voz amarga y quebradiza.
—No. Aunque eso me facilitaría muchísimo la vida —dice con cautela—.
Comprendo tu reticencia.
—¡Reticencia! Dios, Christian… si se hubiera tratado de tu hijo, ¿qué
sentirías?
Se me queda mirando, como si no comprendiera del todo la pregunta.
Tuerce el gesto.
—Nadie me obligó a estar con ella. Lo elegí yo, Anastasia —murmura.
Así no voy a llegar a ninguna parte.
—¿Quién es Linc?
—Su ex marido.
—¿Lincoln el maderero?
—El mismo —dice sonriendo.
—¿E Isaac?
—Su actual sumiso.
Oh, no.
—Tiene veintimuchos años, Anastasia. Ya sabes, es un adulto que sabe lo
que hace —añade enseguida, al interpretar correctamente mi expresión de repugnancia.
—Tu edad —musito.
—Mira, Anastasia, como le he dicho a Elena, ella forma parte de mi
pasado. Tú eres mi futuro. No permitas que se entrometa entre nosotros, por favor. Y la
verdad, ya estoy harto de este tema. Voy a trabajar un poco. —Se pone de pie y me
mira—. Déjalo estar, por favor.
Yo levanto la vista y le observo, tozuda.
—Ah, casi me olvido —añade—. Tu coche ha llegado un día antes. Está en
el garaje. Taylor tiene la llave.
Uau… ¿el Saab?
—¿Podré conducirlo mañana?
—No.
—¿Por qué no?
—Ya sabes por qué no. Y eso me recuerda que, si vas a salir de la oficina,
me lo hagas saber. Sawyer estaba allí, vigilándote. Por lo visto, no puedo fiarme de
que cuides de ti misma —dice en tono de reproche, y consigue que vuelva a sentirme
como una niña descarriada… otra vez.
Y me dan ganas de volver a plantarle cara, pero ya está bastante exaltado
por lo de Elena y no quiero presionarle más. Sin embargo no puedo evitar comentar:
—Por lo visto, yo tampoco puedo fiarme de ti —digo entre dientes—.
Podrías haberme dicho que Sawyer me estaba vigilando.
—¿Quieres discutir por eso también? —replica.
—No sabía que estuviéramos discutiendo. Creía que nos estábamos
comunicando —mascullo malhumorada.
Él cierra los ojos un segundo y hace esfuerzos para reprimir el mal genio.
Yo trago saliva y le miro, ansiosa. No sé cómo acabará esto.
—Tengo trabajo —dice en voz baja, y seguidamente sale de la habitación.
Exhalo con fuerza. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la
respiración. Me tumbo otra vez en la cama, mirando el techo.
¿Alguna vez podremos tener una conversación que no termine en discusión?
Resulta agotador.
Simplemente, aún no nos conocemos bien. ¿Realmente quiero venirme a
vivir con él? Ni siquiera sé si debería prepararle una taza de té o de café mientras está
trabajando. ¿Debería interrumpirle? No tengo ni idea de qué le gusta y qué no.
Es evidente que está harto de todo el tema de Elena… y tiene razón: tengo
que olvidarlo. Dejarlo correr. Bien, al menos no espera que me haga amiga de ella, y
confío en que ahora Elena deje de acosarme para que nos veamos.
Salgo de la cama y voy hacia el ventanal. Abro la puerta del balcón y me
acerco a la barandilla de vidrio. Su transparencia me pone nerviosa. Está muy alto, y el
aire es fresco, frío.
Contemplo las luces de Seattle centelleando allá fuera. Christian está tan
lejos de todo, aquí arriba en su fortaleza. No tiene que rendir cuentas ante nadie.
Acababa de decirme que me quería, y entonces vuelve a interponerse toda esa
porquería por culpa de esa espantosa mujer. Pongo los ojos en blanco. Su vida es muy
complicada. Él es muy complicado.
Respiro hondo, echo un último vistazo a la ciudad que se extiende a mis
pies como un manto dorado, y decido telefonear a Ray. Hace tiempo que no hablo con
él. Tenemos una conversación breve, como de costumbre, pero me cuenta que está bien
y que estoy interrumpiendo un partido de fútbol importante.
—Espero que vaya todo bien con Christian —dice con naturalidad, y sé que
su intención es obtener información, pero que en realidad no lo quiere saber.
—Sí. Estamos muy bien.
Más o menos, y me voy a vivir con él. Aunque no hemos concretado fechas.
—Te quiero, papá.
—Yo también te quiero, Annie.
Cuelgo y miro el reloj. Solo son las diez. Estoy inquieta y tensa.
Me doy una ducha rápida y, cuando vuelvo a la habitación, decido ponerme
uno de los camisones de Neiman Marcus que me envió Caroline Acton. Christian
siempre se queja de mis camisetas. Hay tres. Escojo el rosa pálido y me lo pongo por
la cabeza. La tela se desliza por mi piel, acariciándome y ciñéndose mientras me cubre
el cuerpo. Es de un satén finísimo y buenísimo, que transmite una sensación de lujo.
¡Uau! Me miro en el espejo y parezco una estrella de cine de los años treinta. Es largo
y elegante… y tan impropio de mí.
Cojo la bata a juego y decido ir a buscar un libro a la biblioteca. Puedo
leer con mi iPad, pero en este momento me apetece la comodidad y la solidez física de
un libro. Dejaré tranquilo a Christian. Quizá recupere el buen humor cuando haya
terminado de trabajar.
En la biblioteca de Christian hay una cantidad ingente de libros. Tardaría
una eternidad en revisarlos título por título. Le echo un vistazo a la mesa de billar y, al
recordar la noche anterior, me ruborizo. Sonrío al ver que la regla sigue en el suelo. La
recojo y me golpeo en la mano. ¡Ay! Escuece.
¿Por qué no puedo aceptar un poco más de dolor por mi hombre? Dejo la
regla sobre la mesa con cierto abatimiento y sigo buscando un buen libro para leer.
La mayoría son primeras ediciones. ¿Cómo puede haber reunido una
colección como esta en tan poco tiempo? Quizá el trabajo de Taylor incluya la
adquisición de libros. Me decido por Rebecca, de Daphne du Maurier. Lo leí hace
mucho tiempo. Sonrío, me acurruco en una de las mullidas butacas y leo la primera
frase:
Anoche soñé que había vuelto a Manderley…
* * *
Me despierto de golpe cuando Christian me coge en brazos.
—Hola —murmura—, te has quedado dormida. No te encontraba.
Hunde la nariz en mi pelo. Adormecida, le echo los brazos al cuello y
aspiro su aroma —oh, qué bien huele—, mientras él me lleva otra vez al dormitorio.
Me tumba en la cama y me arropa.
—Duerme, nena —susurra, y me besa en la frente.
* * *
Me despierto sobresaltada de un sueño convulso y me quedo
momentáneamente desorientada. Reacciono mirando con ansiedad a los pies de la
cama, pero allí no hay nadie. Del salón llega el tenue sonido de una compleja melodía
de piano.
¿Qué hora es? Miro el despertador: las dos de la madrugada. ¿Habrá
dormido algo Christian? Apartando la bata que todavía llevo puesta y que se me enreda
en las piernas, bajo de la cama.
Me quedo de pie en la penumbra del salón, escuchando. Christian está
absorto en la música. Parece tranquilo y a salvo en su burbuja de luz. Y la pieza que
interpreta es una melodía cadenciosa, con partes que me resultan familiares. Pero es
muy compleja. Es un intérprete maravilloso. ¿Por qué siempre me sorprendo ante ello?
La escena en conjunto parece diferente de algún modo, y entonces me doy
cuenta de que la tapa del piano está bajada y el entorno parece más diáfano. Él levanta
la vista y nuestras miradas se encuentran. Sus ojos grises se iluminan bajo el difuso
resplandor de la lámpara. Sigue tocando, sin la menor vacilación ni fallo, mientras yo
me voy acercando. Me sigue con sus ojos, que se embeben de mí, arden y
resplandecen. Cuando llego a su lado, deja de tocar.
—¿Por qué paras? Era precioso.
—¿Tienes idea de lo deseable que estás en este momento? —dice en voz
baja.
Oh.
—Ven a la cama —susurro, y sus ojos refulgen cuando me tiende la mano.
La acepto, él tira repentinamente de mí y caigo en su regazo. Me rodea con
sus brazos y me acaricia la nuca con la nariz, por detrás de la oreja, y un escalofrío me
recorre la columna.
—¿Por qué nos peleamos? —murmura, y sus dientes me rozan el lóbulo.
Mi corazón late con fuerza y empieza a palpitar desbocado, y mi cuerpo se
enardece.
—Porque nos estamos conociendo, y tú eres tozudo y cascarrabias y gruñón
y difícil —murmuro sin aliento, y ladeo la cabeza para facilitarle el acceso a mi
cuello.
Él baja la nariz por mi garganta, y noto que sonríe.
—Soy todas esas cosas, señorita Steele. Me asombra que me soporte. —Me
mordisquea el lóbulo y yo gimo—. ¿Es siempre así? —suspira.
—No tengo ni idea.
—Yo tampoco.
Tira del cinturón de mi bata, la abre, y desliza una mano que me acaricia el
cuerpo, los senos. Mis pezones se endurecen con sus tiernas caricias y se yerguen bajo
el satén. Él sigue bajando hacia la cintura, hasta la cadera.
—Es muy agradable tocarte bajo esta tela, y se trasluce todo, incluso esto.
Tira suavemente de mi vello público y me provoca un gemido, mientras con
la otra mano me agarra el pelo de la nuca. Me echa la cabeza hacia atrás y me besa con
una lengua anhelante, despiadada, hambrienta. Yo respondo con un quejido y acaricio
ese rostro tan querido. Con una mano tira hacia arriba de mi camisón, con delicadeza,
despacio, seductor. Me acaricia el trasero desnudo y luego baja el pulgar hasta el
interior del muslo.
De repente se levanta, sobresaltándome. Me coloca sobre el piano con los
pies apoyados en las teclas, que emiten notas discordantes e inconexas, mientras sus
manos suben por mis piernas y me separan las rodillas. Me sujeta las manos.
—Túmbate —ordena, sin soltarme las manos mientras yo me recuesto sobre
el piano.
Noto en la espalda la tapa dura y rígida. Me libera las manos y me separa
mucho las piernas. Mis pies bailan sobre las teclas, sobre las notas más graves y
agudas.
Ay, Dios. Sé qué va a hacer, y la expectativa… Cuando me besa el interior
de la rodilla gimo con fuerza. Luego me mordisquea mientras sube por la pierna hasta
el muslo. Aparta la suave tela de satén del camisón, que se desliza hacia arriba sobre
mi piel electrizada. Yo flexiono los pies y vuelven a sonar los acordes discordantes.
Cierro los ojos y, cuando su mano alcanza el vértice de mis muslos, me rindo a él.
Me besa… ahí… Oh, Dios… ahora sopla ligeramente antes de trazar
círculos con la lengua en mi clítoris. Empuja para separarme más las piernas, y yo me
siento tan abierta… tan vulnerable. Me coloca bien, apoya las manos encima de mis
rodillas, y su lengua sigue torturándome, sin cuartel, sin descanso… sin piedad. Yo
alzo las caderas para unirme y acompasarme a su ritmo.
—Oh, Christian, por favor —gimo.
—Ah, no, nena, todavía no —dice con un deje burlón, pero noto que me
acelero al ritmo de él, y entonces se detiene.
—No —gimoteo.
—Esta es mi venganza, Ana —gruñe suavemente—. Si discutes conmigo,
encontraré el modo de desquitarme con tu cuerpo.
Dibuja un rastro de besos a través de mi vientre, sus manos recorren mis
muslos hacia arriba, rozando, masajeando, seduciendo. Me rodea el ombligo con la
lengua, mientras sus manos —y sus pulgares… oh, sus pulgares— llegan a la cúspide
de mis muslos.
—¡Ah! —grito cuando uno de ellos penetra en mi interior.
El otro me acosa, despacio, de forma agónica, trazando círculos una y otra
vez. Mi espalda se arquea y se separa de la tapa del piano, y me retuerzo bajo sus
caricias. Es casi insoportable.
—¡Christian! —grito, y me sumerjo en una espiral descontrolada de deseo.
Él se apiada de mí y se para. Me levanta los pies del teclado, me empuja y
me desliza sobre la tapa del piano. El satén resbala con suavidad, y él también se sube.
Se arrodilla un momento para ponerse un condón. Se cierne sobre mí y yo jadeo, le
miro con anhelo febril, y me doy cuenta de que está desnudo. ¿Cuándo se ha quitado la
ropa?
Él baja la mirada hacia mí con ojos asombrados, maravillados de amor y
pasión, y resulta embriagador.
—Te deseo tanto —dice y muy despacio, de forma exquisita, se hunde en
mí.
Estoy tumbada sobre él, exhausta, siento las extremidades pesadas y
lánguidas. Ambos estamos encima del piano. Oh, Dios. Es mucho más cómodo estar
encima de Christian que sobre el piano. Con cuidado de no tocarle el torso, apoyo la
mejilla en él y me quedo inmóvil. No protesta, y escucho su respiración, que se
ralentiza como la mía. Me acaricia con ternura el pelo.
—¿Tomas té o café por las noches? —pregunto, medio dormida.
—Qué pregunta tan rara —dice también adormilado.
—Se me ocurrió llevarte un té al estudio, y entonces caí en la cuenta de que
no sabía si te apetecería.
—Ah, ya. Por las noches agua o vino, Ana. Aunque a lo mejor debería
probar el té.
Baja la mano cadenciosamente por mi espalda y me acaricia con ternura.
—La verdad es que sabemos muy poco uno del otro —murmuro.
—Lo sé —dice en tono afligido.
Me siento y le miro fijamente.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Él mueve la cabeza, como si quisiera deshacerse de una idea desagradable.
Levanta una mano y me acaricia la mejilla, con los ojos brillantes, muy serio.
—Te quiero, Ana Steele —dice.
* * *
A las seis en punto suena la alarma con la información del tráfico, y me
despierta bruscamente de un perturbador sueño sobre rubias de intensa cabellera y
mujeres de pelo oscuro. No entiendo de qué va todo esto, pero me olvido al momento
porque Christian Grey me envuelve el cuerpo como la seda, con su mata de pelo
rebelde sobre mi pecho, una mano sobre mis senos y una pierna echada por encima de
mí, sujetándome. Él sigue durmiendo y yo tengo demasiado calor. Pero no hago caso de
esa incómoda sensación, e intento pasarle los dedos por el pelo con suavidad. Se
mueve, levanta sus brillantes ojos grises y sonríe adormilado. Oh, Dios… es adorable.
—Buenos días, preciosa —dice.
—Buenos días, precioso tú también.
Le devuelvo la sonrisa. Me besa, se desenreda para incorporarse, se apoya
en un codo y me mira.
—¿Has dormido bien?
—Sí, a pesar de esa interrupción de anoche.
Su sonrisa se ensancha.
—Mmm. Tú puedes interrumpirme así siempre que quieras.
Vuelve a besarme.
—¿Y tú? ¿Has dormido bien?
—Contigo siempre duermo bien, Anastasia.
—¿Ya no tienes pesadillas?
—No.
Frunzo el ceño y me atrevo a preguntar:
—¿Sobre qué son tus pesadillas?
Él arquea una ceja y su sonrisa se desvanece. Maldita sea… mi estúpida
curiosidad.
—Son imágenes de cuando era muy pequeño, según dice el doctor Flynn.
Algunas muy claras, otras menos.
Se le quiebra la voz y aparece en su rostro una mirada distante y
atormentada. Con aire ausente, resigue con el dedo el perfil de mi clavícula, tratando
de desviar mi atención.
—¿Te despiertas llorando y gritando? —intento bromear, en vano.
Él me mira, perplejo.
—No, Anastasia. Nunca he llorado, que yo recuerde.
Frunce el ceño, como si se asomara al abismo de su memoria. Oh, no…
probablemente sea un lugar demasiado siniestro para visitarlo en este momento.
—¿Tienes algún recuerdo feliz de tu infancia? —pregunto enseguida,
básicamente para distraerle.
Se queda pensativo un momento, sin dejar de acariciarme la piel con el
pulgar.
—Recuerdo a la puta adicta al crack preparando algo en el horno.
Recuerdo el olor. Creo que era un pastel de cumpleaños. Para mí. Y luego recuerdo la
llegada de Mia, cuando ya estaba con mis padres. A mi madre le preocupaba mi
reacción, pero yo adoré a aquel bebé desde el primer momento. La primera palabra
que dije fue «Mia». Recuerdo mi primera clase de piano. La señorita Kathie, la
profesora, era extraordinaria. Y también criaba caballos.
Sonríe con nostalgia.
—Dijiste que tu madre te salvó la vida. ¿Cómo?
Su expresión soñadora desaparece, y me mira como si yo fuera incapaz de
sumar dos más dos.
—Me adoptó —dice sin más—. La primera vez que la vi creí que era un
ángel. Iba vestida de blanco, y fue tan dulce y tranquilizadora mientras me
examinaba… Nunca lo olvidaré. Si ella me hubiera rechazado, o si Carrick me hubiera
rechazado… —Se encoge de hombros y echa un vistazo al despertador a su espalda—.
Todo esto es un poco demasiado profundo para esta hora de la mañana —musita.
—Me he prometido a mí misma que te conocería mejor.
—¿Ah, sí, señorita Steele? Yo creía que solo quería saber si prefería café o
té. —Sonríe—. De todas formas, se me ocurre una forma mejor de que me conozcas —
dice, empujando las caderas hacia mí sugerentemente.
—Creo que en ese sentido ya te conozco bastante —replico con altivez,
haciéndole sonreír aún más.
—Pues yo creo que nunca te conoceré bastante en ese sentido —murmura
—. Está claro que despertarse contigo tiene ventajas —dice en un tono seductor que
me derrite por dentro.
—¿Tienes que levantarte ya? —pregunto con voz baja y ronca.
Oh… lo que provoca en mí…
—Esta mañana no. Ahora mismo solo deseo estar en un sitio, señorita
Steele —dice con un brillo lascivo en los ojos.
—¡Christian! —jadeo sobresaltada cuando, de pronto, le tengo encima,
sujetándome contra la cama.
Me coge las manos, me las coloca sobre la cabeza y empieza a besarme el
cuello.
—Oh, señorita Steele. —Sonríe con su boca contra mi piel, y su mano
recorre mi cuerpo y empieza a levantar despacio el camisón de satén, provocándome
unos calambres deliciosos—. Ah, lo que me gustaría hacerte —murmura.
Y el interrogatorio se acaba, y yo estoy perdida.
La señora Jones me sirve tortitas y beicon para desayunar, y una tortilla y
beicon para Christian. Estamos sentados de lado frente a la barra, cómodos y en
silencio.
—¿Cuándo conoceré a Claude, tu entrenador, para ponerle a prueba? —
pregunto.
Christian me mira y sonríe.
—Depende de si quieres ir a Nueva York este fin de semana o no; a menos
que quieras verle entre semana, a primera hora de la mañana. Le pediré a Andrea que
consulte su horario y te lo diga.
—¿Andrea?
—Mi asistente personal.
Ah, sí.
—Una de tus muchas rubias —bromeo.
—No es mía. Trabaja para mí. Tú eres mía.
—Yo trabajo para ti —murmuro en tono mordaz.
Él sonríe, como si lo hubiera olvidado.
—Eso también —replica, y su sonrisa se ensancha de forma contagiosa.
—Quizá Claude pueda enseñarme kickboxing —le advierto.
—¿Ah, sí? ¿Para enfrentarte a mí con más garantías? —Christian levanta
una ceja, divertido—. Pues adelante, señorita Steele.
Ahora se le ve tan condenadamente feliz, comparado con el mal humor de
anoche cuando se fue Elena, que me desarma totalmente. A lo mejor es por todo el
sexo… a lo mejor es eso lo que le pone tan contento.
Echo un vistazo al piano a nuestra espalda, y me deleito en el recuerdo de
anoche.
—Has vuelto a levantar la tapa del piano.
—La bajé anoche para no molestarte. Por lo visto no funcionó, pero me
alegro.
Christian esboza una sonrisa lasciva mientras se lleva un trozo de tortilla a
los labios. Yo me pongo de todos los colores y le devuelvo la sonrisa.
Oh sí… esos gloriosos momentos sobre el piano.
La señora Jones se inclina sobre la barra y me coloca delante una bolsa de
papel con mi almuerzo, y yo me sonrojo, avergonzada.
—Para después, Ana. De atún, ¿vale?
—Sí, sí. Gracias, señora Jones.
Le sonrió con timidez.
Ella me devuelve una sonrisa afectuosa y abandona la estancia. Para
proporcionarnos un poco de intimidad, supongo.
Me vuelvo hacia Christian.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
Su expresión divertida se esfuma.
—Claro.
—¿Y no te enfadarás?
—¿Es sobre Elena?
—No.
—Entonces no me enfadaré.
—Pero ahora tengo una pregunta adicional.
—¿Ah?
—Que sí es sobre ella.
Él pone los ojos en blanco.
—¿Qué? —dice, ahora ya exasperado.
—¿Por qué te enfadas tanto cuando te pregunto por ella?
—¿Sinceramente?
—Creía que siempre eras sincero conmigo —replico.
—Procuro serlo.
Le miro con los ojos entornados.
—Eso suena a evasiva.
—Yo siempre soy sincero contigo, Ana. No me interesan los jueguecitos.
Bueno, no ese tipo de jueguecitos —matiza, y su mirada se enardece.
—¿Qué tipo de jueguecitos te interesan?
Inclina la cabeza hacia un lado y me sonríe con complicidad.
—Señorita Steele, se distrae usted con mucha facilidad.
Me echo a reír. Tiene razón.
—Usted es una distracción en muchos sentidos, señor Grey.
Veo bailar en sus ojos grises una chispa jocosa.
—La canción que más me gusta del mundo es tu risa, Anastasia. Dime,
¿cuál era tu primera pregunta? —dice suavemente, y creo que se está riendo de mí.
Intento torcer el gesto para expresar mi desagrado, pero me gusta el
Cincuenta juguetón… es divertido. Me encantan estas bromas matutinas. Arrugo la
frente, intentando recordar mi pregunta.
—Ah, sí. ¿Solo veías a tus sumisas los fines de semana?
—Sí, eso es —contesta, y me mira nervioso.
Le sonrío.
—Así que nada de sexo entre semana.
Se ríe.
—Ah, ahí querías ir a parar. —Parece vagamente aliviado—. ¿Por qué
crees que hago ejercicio todos los días laborables?
Ahora se está riendo claramente de mí, pero no me importa. Soy tan feliz
que tengo ganas de abrazarme. Otra primera vez… bueno, varias primeras veces.
—Parece muy satisfecha de sí misma, señorita Steele.
—Lo estoy, señor Grey.
—Tienes motivos. —Sonríe—. Ahora cómete el desayuno.
Oh, el dominante Cincuenta… siempre al acecho.
* * *
Estamos en la parte de atrás del Audi, con Taylor al volante. Me dejará en
el trabajo, y después a Christian. Sawyer va en el asiento del copiloto.
—¿No dijiste que el hermano de tu compañera de piso llegaba hoy? —
pregunta Christian como sin darle importancia, sin que ni su voz ni su rostro expresen
nada.
—¡Oh, Ethan! —exclamo—. Me había olvidado. Oh, Christian, gracias por
recordármelo. Tendré que volver al apartamento.
Le cambia la cara.>
—¿A qué hora?
—No sé exactamente a qué hora llegará.
—No quiero que vayas sola a ningún sitio —dice tajante.
>—Ya lo sé —musito, y reprimo la tentación de mirar con los ojos en
blanco al señor Exagerado— ¿Sawyer estará espiando… esto… vigilando hoy?
Miro de reojo y con timidez a Sawyer, y compruebo que tiene la parte de
atrás de las orejas teñida de rojo.
—Sí —replica Christian con una mirada glacial.
—Sería más fácil si fuera conduciendo el Saab —mascullo en tono arisco.
—Sawyer tendrá un coche y podrá llevarte al apartamento, a la hora que
sea.
—De acuerdo. Supongo que Ethan se pondrá en contacto conmigo durante
el día. Ya te haré saber los planes entonces.
Se me queda mirando, sin decir nada. Ah, ¿en qué estará pensando?
—Vale —acepta—. A ningún sitio sola, ¿entendido? —dice, haciendo un
gesto de advertencia con el dedo.
—Sí, cariño —musito.
Aparece un amago de sonrisa en su cara.
—Y quizá deberías usar solo tu BlackBerry… te mandaré los correos ahí.
Eso debería evitar que el informático de mi empresa pase una mañana demasiado
entretenida, ¿de acuerdo? —dice en tono sardónico.
—Sí, Christian.
No lo puedo evitar. Le miro con los ojos en blanco, y él me sonríe
maliciosamente.
—Vaya, señorita Steele, me parece que se me está calentando la mano.
—Ah, señor Grey, usted siempre tiene la mano caliente. ¿Qué vamos a
hacer con eso?
Se ríe, pero entonces se ve interrumpido por su BlackBerry, que debe de
estar en silencio, porque no suena. Al ver el identificador de llamada, Christian frunce
el ceño.
—¿Qué pasa? —espeta al teléfono, y luego escucha con atención.
Yo aprovecho la oportunidad para observar sus adorables facciones: su
nariz recta, el cabello despeinado que le cae sobre la frente. Su expresión cambia de
incrédula a divertida, haciendo que deje de comérmelo subrepticiamente con los ojos y
preste atención.
—Estás de broma… Vaya… ¿Cuándo te dijo eso? —Christian se carcajea,
casi sin ganas—. No, no te preocupes. Tú no tienes por qué disculparte. Estoy
encantado de que haya una explicación lógica. Me parecía una cantidad de dinero
ridículamente pequeña… No tengo la menor duda de que tienes en mente un plan
creativo y diabólico para vengarte. Pobre Isaac. —Sonríe—. Bien… Adiós.
Cierra el teléfono de golpe y, aunque de pronto su mirada parece cautelosa,
curiosamente también se le ve aliviado.
—¿Quién era? —pregunto.
—¿De verdad quieres saberlo? —inquiere en voz baja.
Y esa respuesta me basta para saberlo. Niego con la cabeza y observo por
la ventanilla el día gris de Seattle, sintiéndome consternada. ¿Por qué ella es incapaz
de dejarle en paz?
—Eh…
Me coge la mano y me besa los nudillos, uno por uno, y de pronto me chupa
el meñique, con fuerza. Después me muerde con suavidad.
¡Dios…! Tiene una línea erótica que comunica directamente con mi
entrepierna. Jadeo y, nerviosa, miro de reojo a Taylor y a Sawyer, y después a
Christian, que tiene los ojos sombríos y me obsequia con una sonrisa prolongada y
sensual.
—No te agobies, Anastasia —murmura—. Ella pertenece al pasado.
Y me planta un beso en el centro de la palma de la mano que me provoca un
cosquilleo por todo el cuerpo, y mi enojo momentáneo queda olvidado.
—Buenos días, Ana —saluda Jack mientras me dirijo hacia mi mesa—.
Bonito vestido.
Me ruborizo. El vestido forma parte de mi nuevo guardarropa, cortesía de
mi novio increíblemente rico. Es un traje sin mangas, de lino azul claro y bastante
entallado, que llevo con unas sandalias beis de tacón alto. A Christian le gustan los
tacones, creo. Sonrío por dentro al pensarlo, pero enseguida recupero una anodina
sonrisa profesional destinada a mi jefe.
—Buenos días, Jack.
Inicio mi jornada pidiendo un mensajero para que lleve a imprimir sus
folletos. Él asoma la cabeza por la puerta de su despacho.
—Ana, ¿podrías traerme un café, por favor?
—Claro.
Voy hacia la cocina y me encuentro con Claire, la recepcionista, que
también está preparando café.
—Hola, Ana —dice alegremente.
—Hola, Claire.
Charlamos un poco sobre la reunión del fin de semana con su numerosa
familia, en la cual disfrutó muchísimo, y yo le cuento que salí a navegar con Christian.
—Tienes un novio de ensueño, Ana —me dice con los ojos brillantes.
Estoy tentada de mirarla con expresión maravillada.
—No está mal.
Sonrío, y ambas nos echamos a reír.
—¡Cuánto has tardado! —me increpa Jack cuando llego.
¡Oh!
—Lo siento.
Me ruborizo y luego tuerzo el gesto. He tardado lo normal. ¿Qué le pasa? A
lo mejor está nervioso por algo.
Él mueve la cabeza, arrepentido.
—Perdona, Ana. No pretendía gritarte, cielo.
¿Cielo?
—En dirección se está tramando algo y no sé qué es. Estate atenta, ¿vale?
Si oyes algo por ahí… sé que las chicas habláis entre vosotras.
Me sonríe con aire cómplice y siento unas ligeras náuseas. No tiene ni idea
de qué hablamos las «chicas». Además, yo ya sé lo que está pasando.
—Me lo harás saber, ¿verdad?
—Claro —digo entre dientes—. He mandado a imprimir el folleto. Estará
listo a las dos en punto.
—Estupendo. Toma. —Me entrega un montón de manuscritos—. Necesito
una sinopsis del primer capítulo de todos estos, y luego archívalos.
—Me pondré a ello.
Me siento aliviada al salir de su despacho y ocupar mi mesa. Ah, no me
resulta nada fácil disponer de información confidencial. ¿Qué hará Jack cuando se
entere? Se me hiela la sangre. Algo me dice que se enfadará bastante. Echo un vistazo a
mi BlackBerry y sonrío. Hay un e—mail de Christian.
De: Christian Grey
Fecha: 14 de junio de 2011 09:23
Para: Anastasia Steele
Asunto: Amanecer
Me encanta despertarme contigo por la mañana.
Christian Grey
Total y absolutamente enamorado presidente de Grey Enterprises
Holdings, Inc.
Tengo la sensación de que la sonrisa que aparece en mi cara la parte en
dos.
De:> Anastasia Steele
Fecha: 14 de junio de 2011 09:35
Para: Christian Grey
Asunto: Anochecer
Querido total y absolutamente enamorado:
A mí también me encanta despertarme contigo. Aunque yo adoro estar
contigo en la cama y en los ascensores y encima de los pianos y en mesas de billar y
en barcos y escritorios y duchas y bañeras y atada a extrañas cruces de madera y en
inmensas camas de cuatro postes con sábanas de satén rojo y en casitas de
embarcaderos y en dormitorios de infancia.
Tuya
Loca por el sexo e insaciable xx
De: Christian Grey
Fecha: 14 de junio de 2011 09:37
Para: Anastasia Steele
Asunto: Hardware húmedo
Querida loca por el sexo e insaciable:
Acabo de espurrear el café encima de mi teclado.
Creo que nunca me había pasado algo así.
Admiro a una mujer que se entusiasma tanto por la geografía.
¿Debo deducir que solo me quiere por mi cuerpo?
Christian Grey
Total y absolutamente escandalizado presidente de Grey Enterprises
Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 14 de junio de 2011 09:42
Para: Christian Grey
Asunto: Riendo como una tonta… y húmeda también
Querido total y absolutamente escandalizado:
Siempre.
Tengo que trabajar.
Deja de molestarme.
LS amp;I xx
De: Christian Grey
Fecha: 14 de junio de 2011 09:50
Para: Anastasia Steele
Asunto: ¿He de hacerlo?
Querida LS amp;I:
Como siempre, sus deseos son órdenes para mí.
Me encanta que estés húmeda y riendo como una tonta.
Hasta luego, nena.
x
Christian Grey
Total y absolutamente enamorado, escandalizado y embrujado
presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Dejo la BlackBerry y me pongo a trabajar.
A la hora del almuerzo, Jack me pide que vaya a comprarle algo de comer.
En cuanto salgo de su despacho, llamo a Christian.
—Anastasia —contesta inmediatamente con voz cariñosa y acariciante.
¿Cómo consigue este hombre que me derrita por teléfono?
—Christian, Jack me ha pedido que vaya a comprarle la comida.
—Cabrón holgazán —maldice.
No le hago caso, y continúo:
—Así que voy a comprarla. Quizá sería más práctico que me dieras el
teléfono de Sawyer, y así no tendría que molestarte.
—No es ninguna molestia, nena.
—¿Estás solo?
—No. Aquí hay seis personas que me miran atónitas preguntándose con
quién demonios estoy hablando.
Oh, no…
—¿De verdad? —musito aterrada.
—Sí. De verdad. Mi novia —informa, apartándose del teléfono.
¡Madre mia!
—Seguramente todos creían que eras gay, ¿sabes?
Se ríe.
—Sí, seguramente.
Puedo percibir su sonrisa.
—Esto… tengo que colgar.
Estoy segura de que nota cuánto me avergüenza interrumpirle.
—Se lo comunicaré a Sawyer. —Vuelve a reírse—. ¿Has sabido algo de tu
amigo?
—Todavía no. Será usted el primero en enterarse, señor Grey.
—Bien. Hasta luego, nena.
—Adiós, Christian.
Sonrío. Cada vez que dice eso, me hace sonreír… tan impropio de
Cincuenta, pero en cierto modo, también tan de él.
Cuando salgo al cabo de pocos segundos, Sawyer ya me está esperando en
la puerta del edificio.
—Señorita Steele —me saluda muy formal.
—Sawyer —asiento a modo de respuesta, y nos encaminamos juntos hacia
la tienda.
Con Sawyer no me siento tan cómoda como con Taylor. Él sigue vigilando
la calle mientras caminamos por la acera. De hecho, consigue ponerme más nerviosa, y
también yo acabo haciendo lo mismo.
¿Está Leila rondando por aquí cerca? ¿O nos hemos contagiado todos de la
paranoia de Christian? ¿Forma parte esto de sus cincuenta sombras? Lo que daría por
tener una inocente conversación de media hora con el doctor Flynn para averiguarlo.
No se ve nada raro, solo Seattle a la hora del almuerzo: gente que sale a
comer con prisas, que va de compras o a reunirse con amigos. Veo a dos mujeres
jóvenes que se abrazan al encontrarse.
Echo de menos a Kate. Solo hace dos semanas que se fue de vacaciones,
pero me parecen las dos semanas más largas de mi vida. Han pasado tantas cosas…
Kate no me creerá cuando se lo cuente. Bueno, se lo contaré parcialmente, una versión
sujeta a un acuerdo de confidencialidad. Frunzo el ceño. Tengo que hablar con
Christian de eso. ¿Cómo reaccionaría Kate si se enterase? Palidezco al pensarlo. Tal
vez regrese con Ethan. Esa posibilidad me hace temblar de emoción, pero no lo creo
probable. Seguramente se quedará en Barbados con Elliot.
—¿Dónde se pone cuando está esperando y vigilando en la calle? —le
pregunto a Sawyer mientras hacemos cola para la comida.
Está situado delante de mí, de cara a la puerta, controlando continuamente
la calle y a todo el que entra. Resulta inquietante.
—Me siento en la cafetería que hay al otro lado de la calle, señorita Steele.
—¿No es muy aburrido?
—Para mí no, señora. Es a lo que me dedico —dice con frialdad.
Me sonrojo.
—Perdone, no pretendía…
Al ver su expresión amable y comprensiva, me quedo sin palabras.
—Por favor, señorita Steele. Mi trabajo es protegerla. Y eso es lo que
hago.
—¿Ni rastro de Leila, entonces?
—No, señora.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo sabe qué aspecto tiene?
—He visto una fotografía suya.
—Ah, ¿la lleva encima?
—No, señora. —Se da un golpecito en la cabeza—. La guardo en la
memoria.
Pues claro. La verdad es que me gustaría mucho examinar bien una
fotografía de Leila para ver cómo era antes de convertirse en la Chica Fantasma. Me
pregunto si Christian me dejaría tener una copia. Sí, seguramente sí… por mi
seguridad. Urdo un plan, y mi subconsciente se relame y asiente entusiasmada.
* * *
Los folletos llegan a la oficina, y me alivia ver que han quedado muy bien.
Llevo uno al despacho de Jack. Se le ilumina la mirada: no sé si es por mí o por el
folleto. Opto por creer que se trata de esto último.
—Están muy bien, Ana. —Lo hojea tranquilamente—. Sí, buen trabajo.
¿Vas a ver a tu novio esta noche?
Tuerce el labio al decir «novio».
—Sí. Vivimos juntos.
Es una verdad a medias. Bueno, en este momento sí es cierto, así que no es
más que una mentira inocente. Espero que con eso baste para disuadirle.
—¿Se molestaría si fueras conmigo a tomar una copa rápida esta noche?
Para celebrar todo el trabajo que has hecho.
—Tengo un amigo que vuelve a la ciudad esta noche, y saldremos todos a
cenar.
Y estaré ocupada todas las noches, Jack.
—Ya veo. —Suspira, exasperado—. ¿Quizá cuando vuelva de Nueva York,
entonces?
Levanta las cejas, expectante, y se le enturbia la mirada de forma sugerente.
Oh, no… Esbozo una sonrisa evasiva y reprimo un estremecimiento.
—¿Te apetece un café o un té? —pregunto.
—Café, por favor —dice en voz baja y ronca, como si estuviera pidiendo
otra cosa.
Maldita sea. Ahora me doy cuenta de que no piensa rendirse. Oh… ¿qué
hago?
Cuando salgo de su despacho respiro hondo, ya mucho más tranquila. Jack
me pone muy tensa. Christian no se equivoca con él, y en parte me molesta que tenga
razón.
Me siento a mi mesa y suena mi BlackBerry: un número que no reconozco.
—Ana Steele.
—¡Hola, Steele!
El alegre tono de Ethan me coge momentáneamente desprevenida.
—¡Ethan! —casi grito de alegría—. ¿Cómo estás?
—Encantado de haber vuelto. Estaba francamente harto de sol y de ponches
de ron, y de mi hermana pequeña perdidamente enamorada de ese tipo tan importante.
Ha sido infernal, Ana.
—¡Ya! Mar, arena, sol y ponches de ron recuerda mucho al «Infierno» de
Dante —contesto entre risas—. ¿Dónde estás?
—En el aeropuerto, esperando a que salga mi maleta. ¿Qué estás haciendo
tú?
—Estoy en el trabajo. Sí, tengo un trabajo remunerado —replico ante su
exclamación de asombro—. ¿Quieres venir a buscar las llaves? Luego podemos vernos
en el apartamento.
—Me parece estupendo. Nos vemos dentro de cuarenta y cinco minutos, una
hora como mucho. ¿Me das la dirección?
Le doy la dirección de SIP.
—Nos vemos ahora, Ethan.
—Hasta luego, nena —dice, y cuelga.
¿Qué? ¿Ethan también? ¡No! Y caigo en la cuenta de que acaba de pasar una
semana con Elliot. Rápidamente le escribo un correo electrónico a Christian.
De: Anastasia Steele
Fecha: 14 de junio de 2011 14:55
Para: Christian Grey
Asunto: Visitas procedentes de climas soleados
Queridísimo total y absolutamente EEE:
Ethan ha vuelto, y va a venir a buscar las llaves del apartamento.
Me gustaría mucho comprobar que está bien instalado.
¿Por qué no me recoges después del trabajo? ¿Podríamos ir al
apartamento y después salir TODOS a cenar algo?
¿Invito yo?
Tuya
Ana x
Aún LS amp;I
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 14 de junio de 2011 15:05
Para: Anastasia Steele
Asunto: Cenar fuera
Apruebo tu plan. ¡Menos lo de que pagues tú!
Invito yo.
Te recogeré a las seis en punto.
x
P.D.: ¡¡¡Por qué no utilizas tu BlackBerry!!!
Christian Grey
Total y absolutamente enfadado presidente de Grey Enterprises
Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 14 de junio de 2011 15:11
Para: Christian Grey
Asunto: Mandón
Bah, no seas tan rudo ni te enfades tanto.
Todo está en clave.
Nos vemos a las seis en punto.
Ana x
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 14 de junio de 2011 15:18
Para: Anastasia Steele
Asunto: Mujer exasperante
¡Rudo y enfadado!
Ya te daré yo rudo y enfadado.
Y tengo muchas ganas.
Christian Grey
Total y absolutamente más enfadado, pero sonriendo por alguna razón
desconocida, presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 14 de junio de 2011 15:23
Para: Christian Grey
Asunto: Promesas, promesas
Adelante, señor Grey.
Yo también tengo muchas ganas.;D
Ana x
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
No contesta, pero tampoco espero que lo haga. Le imagino quejándose de
las señales contradictorias, y al pensarlo sonrío. Fantaseo un momento sobre lo que
puede hacerme, pero acabo revolviéndome en la silla. Mi subconsciente me mira con
aire reprobatorio por encima de sus gafas de media luna: Sigue trabajando.
Al cabo de un momento, suena el teléfono de mi mesa. Es Claire, de
recepción.
—Aquí hay un chico muy mono que viene a verte. Tenemos que salir juntas
de copas algún día, Ana. Seguro que tú conoces a muchos tíos buenos —sisea a través
del auricular en tono cómplice.
¡Ethan! Cojo las llaves de mi bolso, y corro al vestíbulo.
Madre mía… Cabello rubio tostado por el sol, bronceado espectacular y
unos ojos almendrados que me miran resplandecientes desde el sofá de piel verde. En
cuanto me ve, Ethan se pone de pie y viene hacia mí con la boca abierta.
—Uau, Ana. —Me mira con el ceño fruncido mientras se inclina para
darme un abrazo.
—Estás estupendo —le digo sonriendo.
—Tú estás… vaya… diferente. Más moderna y sofisticada. ¿Qué ha
pasado? ¿Te has cambiado el peinado? ¿La ropa? ¡No sé, Steele, pero estás muy
atractiva!
Siento que me arden las mejillas.
—Oh, Ethan. Es solo la ropa que llevo para trabajar —le regaño medio en
broma.
Claire, que nos está mirando desde su mostrador, arquea una ceja y sonríe
con ironía.
—¿Qué tal por Barbados?
—Divertido.
—¿Cuándo vuelve Kate?
—Ella y Elliot vuelven el viernes. Parece que van bastante en serio —dice
Ethan, alzando la mirada al cielo.
—La he echado de menos.
—¿Sí? ¿Cómo te ha ido con el magnate?
—¿El magnate? —Suelto una risita—. Bueno, está siendo interesante. Esta
noche nos invita a cenar.
—Genial.
Ethan parece sinceramente encantado. ¡Uf!
—Toma. —Le entrego las llaves—. ¿Tienes la dirección?
—Sí. Hasta luego, nena. —Se agacha y me besa en la mejilla.
—¿Eso lo dice Elliot?
—Sí, por lo visto se pega.
—Pues sí. Hasta luego.
Le sonrío y él recoge la enorme bolsa que ha dejado junto al sofá verde y
sale del edificio.
Cuando me doy la vuelta, Jack me está mirando desde el otro extremo del
vestíbulo, con expresión inescrutable. Yo le sonrío, radiante, y me dirijo de vuelta a mi
mesa, consciente en todo momento de que no me quita la vista de encima. Está
empezando a crisparme los nervios. ¿Qué hago? No tengo ni idea. Tendré que esperar
a que vuelva Kate. A ella se le ocurrirá algún plan. Pensar eso disipa mi inquietud, y
cojo el siguiente manuscrito.
* * *
A las seis menos cinco, suena el teléfono de mi mesa. Es Christian.
—Ha llegado el malhumorado Rudo y Enfadado —dice, y sonrío.
Cincuenta sigue juguetón. La diosa que llevo dentro aplaude, feliz como una
cría.
—Bien, aquí Loca por el Sexo e Insaciable. Deduzco que ya estás fuera —
digo.
—Efectivamente, señorita Steele. Tengo ganas de verla —dice en tono
cálido y seductor, y mi corazón empieza a brincar, frenético.
—Lo mismo digo, señor Grey. Ahora salgo.
Cuelgo.
Apago el ordenador y cojo el bolso y mi chaqueta beis.
—Me voy, Jack —le aviso.
—Muy bien, Ana. ¡Gracias por lo de hoy! Que lo pases bien.
—Tú también.
¿Por qué no puede ser así siempre? No le entiendo.
El Audi está aparcado junto al bordillo, y cuando me acerco Christian baja
del coche. Se ha quitado la americana, y lleva esos pantalones grises que le sientan tan
bien, mis favoritos. ¿Cómo puede ser para mí este dios griego? Y me encuentro
sonriendo como una idiota ante su sonrisita tonta.
Lleva todo el día comportándose como un novio enamorado… enamorado
de mí. Este hombre adorable, complejo e imperfecto está enamorado de mí, y yo de él.
De pronto siento en mi interior un gran estallido de júbilo, y saboreo este fugaz
momento en el que me siento capaz de conquistar el mundo.
—Señorita Steele, está usted tan fascinante como esta mañana.
Christian me atrae hacia él y me besa intensamente.
—Usted también, señor Grey.
—Vamos a buscar a tu amigo.
Me sonríe y me abre la puerta del coche.
Mientras Taylor nos lleva hacia el apartamento, Christian me habla del día
que ha tenido, mucho mejor que el de ayer, por lo visto. Le miro arrobada mientras
intenta explicarme el enorme paso adelante que ha dado el departamento de ciencias
medioambientales de la WSU en Vancouver. Apenas comprendo el significado de sus
palabras, pero me cautivan su pasión y su interés por ese tema. Quizá así es como será
nuestra relación: habrá días malos y días buenos, y si los buenos son como este, no
pienso tener ninguna queja. Me entrega una hoja.
—Estas son las horas que Claude tiene libres esta semana —dice.
¡Ah! El preparador.
Cuando nos acercamos al edificio de mi apartamento, saca su BlackBerry
del bolsillo.
—Grey —contesta—. ¿Qué pasa, Ros?
Escucha atentamente, y veo que la conversación será larga.
—Voy a buscar a Ethan. Serán dos minutos —articulo en silencio,
levantando dos dedos.
Él asiente; es obvio que está muy enfrascado en la conversación. Taylor me
abre la puerta con una sonrisa afable. Yo le correspondo; incluso Taylor lo nota. Pulso
el timbre del interfono y grito alegremente:
—Hola, Ethan, soy yo. Ábreme.
La puerta se abre con un zumbido y subo las escaleras hasta el apartamento.
Caigo en la cuenta de que no he estado aquí desde el sábado por la mañana. Parece que
haya pasado mucho más tiempo. Ethan me ha dejado la puerta abierta. Entro y, no sé
por qué, pero en cuanto estoy dentro me quedo paralizada instintivamente. Tardo un
momento en darme cuenta de que es porque hay una persona pálida y triste de pie junto
a la encimera de la isla de la cocina, sosteniendo un pequeño revólver: es Leila, que
me observa impasible.
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