Levanto la vista para mirar a través de las rendijas de la
sombrilla de brezo y admiro el más azul de los
cielos, un azul veraniego, mediterráneo.
Suspiro satisfecha. Christian está a mi lado, tirado en una
tumbona. Mi marido, mi sexy y guapísimo marido,
sin camisa y con unos vaqueros cortados, está leyendo un
libro que predice la caída del sistema bancario
occidental. Sin duda se trata de una lectura absorbente porque
jamás le había visto tan quieto. Ahora mismo
parece más un estudiante que el presidente de una de las
principales empresas privadas de Estados
Unidos.
Son los últimos días de nuestra luna de miel y
estamos haraganeando bajo el sol de la tarde en la playa del
hotel Beach Plaza Monte Carlo de Mónaco, aunque
en realidad no nos alojamos en él. Abro los ojos para
buscar al Fair Lady, que está anclado en el puerto. Nosotros
estamos en un yate de lujo, por supuesto.
Construido en 1928, flota majestuosamente sobre
las aguas, reinando sobre todos los demás barcos del
puerto. Parece de juguete. A Christian le
encanta y sospecho que tiene la tentación de comprarlo. Los niños y
sus juguetes…
Me acomodo en la tumbona y me pongo a escuchar
la selección de música que ha metido Christian Grey
en mi nuevo iPod y me quedo medio dormida bajo
el sol de última hora de la tarde recordando su proposición
de matrimonio. Oh, esa maravillosa proposición
que me hizo en la casita del embarcadero… Casi puedo oler
el aroma de las flores del prado…
—¿Y si nos casamos mañana? —me susurra
Christian al oído.
Estoy tumbada sobre su pecho bajo la pérgola
llena de flores de la casita del embarcadero, más que
satisfecha tras haber hecho el amor
apasionadamente.
—Mmm…
—¿Eso es un sí? —Reconozco en su voz cierta
sorpresa y esperanza.
—Mmm.
—¿O es un no?
—Mmm.
Siento que sonríe.
—Señorita Steele, ¿está siendo incoherente?
Yo también sonrío.
—Mmm.
Ríe y me abraza con fuerza, besándome en el
pelo.
—En Las Vegas. Mañana. Está decidido.
Adormilada, levanto la cabeza.
—No creo que a mis padres les vaya a gustar
mucho eso.
Recorre con las yemas de los dedos mi espalda
desnuda, arriba y abajo, acariciándome con suavidad.
—¿Qué es lo que quieres, Anastasia? ¿Las Vegas?
¿Una boda por todo lo alto? Lo que tú me digas.
—Una gran boda no… Solo los amigos y la
familia. —Alzo la vista para mirarle, emocionada por la
silenciosa súplica que veo en sus brillantes
ojos grises. ¿Y qué es lo que quiere él?
—Muy bien —asiente—. ¿Dónde?
Me encojo de hombros.
—¿Por qué no aquí? —pregunta vacilante.
—¿En casa de tus padres? ¿No les importará?
Ríe entre dientes.
—A mi madre le daríamos una alegría. Estará
encantada.
—Bien, pues aquí. Seguro que mis padres también
lo preferirán.
Christian me acaricia el pelo. ¿Se puede ser
más feliz de lo que soy yo ahora mismo?
—Bien, ya tenemos el dónde. Ahora falta el
cuándo.
—Deberías preguntarle a tu madre.
—Mmm. —La sonrisa de Christian desaparece—. Le
daré un mes como mucho. Te deseo demasiado para
esperar ni un segundo más.
—Christian, pero si ya me tienes. Ya me has
tenido durante algún tiempo. Pero me parece bien, un mes.
Le doy un beso en el pecho, un beso suave y
casto, y le miro sonriéndole.
—Te vas a quemar —me susurra Christian al oído,
despertándome bruscamente de mi siesta.
—Solo de deseo por ti. —Le dedico la más dulce
de las sonrisas. El sol vespertino se ha desplazado y
ahora estoy totalmente expuesta a sus rayos. Él
me responde con una sonrisita y tira de mi tumbona con un
movimiento rápido para ponerme bajo la
sombrilla.
—Mejor lejos de este sol mediterráneo, señora
Grey.
—Gracias por su altruismo, señor Grey.
—Un placer, señora Grey, pero no estoy siendo
altruista en absoluto. Si te quemas, no voy a poder tocarte.
—Alza una ceja y sus ojos brillan divertidos.
El corazón se me derrite—. Pero sospecho que ya lo sabes y
que te estás riendo de mí.
—¿Tú crees? —pregunto fingiendo inocencia.
—Sí, eso creo. Lo haces a menudo. Es una de las
muchas cosas que adoro de ti. —Se inclina y me da un
beso, mordiéndome juguetón el labio inferior.
—Tenía la esperanza de que quisieras darme más
crema solar —le digo haciendo un mohín muy cerca de
sus labios.
—Señora Grey, me está usted proponiendo algo
sucio… pero no puedo negarme. Incorpórate —me ordena
con voz ronca.
Hago lo que me pide y con movimientos lentos y
meticulosos de sus dedos fuertes y flexibles me cubre el
cuerpo de crema.
—Eres preciosa. Soy un hombre con suerte
—murmura mientras sus dedos pasan casi rozando mis pechos
para extender la crema.
—Sí, cierto. Es usted un hombre afortunado,
señor Grey. —Le miro a través de las pestañas con coqueta
modestia.
—La modestia le sienta bien, señora Grey.
Vuélvete. Voy a darte crema en la espalda.
Sonriendo, me doy la vuelta y él me desata la
tira trasera del biquini obscenamente caro que llevo.
—¿Qué te parecería si hiciera topless como las
demás mujeres de la playa? —le pregunto.
—No me gustaría nada —me dice sin dudarlo—. Ni
siquiera me gusta que lleves tan poca cosa como
ahora. —Se acerca a mí inclinándose y me
susurra al oído—. No tientes a la suerte.
—¿Me está desafiando, señor Grey?
—No. Estoy enunciando un hecho, señora Grey.
Suspiro y sacudo la cabeza. Oh, Christian… mi
posesivo y celoso obseso del control…
Cuando termina me da un azote en el culo.
—Ya está, señorita.
Su BlackBerry, omnipresente y siempre
encendida, empieza a vibrar. Frunzo el ceño y él sonríe.
—Solo para mis ojos, señora Grey. —Levanta una
ceja en una advertencia juguetona, me da otro azote y
vuelve a su tumbona para contestar la llamada.
La diosa que llevo dentro ronronea. Tal vez
esta noche podamos hacer algún tipo de espectáculo en el
suelo solo para sus ojos. La diosa sonríe
cómplice arqueando una ceja. Yo también sonrío por lo que estoy
pensando y vuelvo a abandonarme a mi siesta.
—Mam’selle? Un Perrier pour moi, un Coca-Cola light pour ma femme,
s’il vous plaît. Et quelque chose
à manger… laissez-moi voir la carte.
Mmm… El fluido francés de Christian me
despierta. Parpadeo un par de veces a causa de la luz del sol y
cuando abro los ojos le encuentro observándome
mientras una chica joven con librea se aleja con la bandeja
en alto y una coleta alta y rubia oscilando
provocativamente.
—¿Tienes sed? —me pregunta.
—Sí —murmuro todavía medio dormida.
—Podría pasarme todo el día mirándote. ¿Estás
cansada?
Me ruborizo.
—Es que anoche no dormí mucho.
—Yo tampoco. —Sonríe, deja la BlackBerry y se
levanta. Los pantalones cortos se le caen un poco, de esa
forma sugerente que tanto me gusta, dejando a
la vista el bañador que lleva debajo. Después se quita los
pantalones y las chanclas y yo pierdo el hilo
de mis pensamientos—. Ven a nadar conmigo. —Me tiende la
mano y yo le miro un poco aturdida—. ¿Nadamos?
—repite ladeando un poco la cabeza y con una expresión
divertida. Como no respondo, niega lentamente
con la cabeza—. Creo que necesitas algo para despertarte. —
De repente se lanza sobre mí y me coge en
brazos. Yo chillo, más de sorpresa que de miedo.
—¡Christian! ¡Bájame! —le grito.
Él ríe.
—Solo cuando lleguemos al mar, nena.
Varias personas que toman el sol en la playa
nos miran con ese desinterés divertido tan típico de los
monegascos, según acabo de descubrir, mientras
Christian me lleva hasta el mar entre risas y empieza a
sortear las olas.
Le rodeo el cuello con los brazos.
—No te atreverás —le digo casi sin aliento
mientras intento sofocar mis risas.
Él sonríe.
—Oh, Ana, nena, ¿es que no has aprendido nada
en el poco tiempo que hace que me conoces?
Me besa y yo aprovecho la oportunidad para
deslizar los dedos entre su pelo, agarrárselo con las dos
manos y devolverle el beso invadiéndole la boca
con mi lengua. Él inspira bruscamente y se aparta con la
mirada ardiente pero cautelosa.
—Ya me conozco tu juego —me susurra y se va
hundiendo lentamente en el agua fresca y clara conmigo
en brazos, mientras sus labios vuelven a
encontrarse con los míos. El frescor del mediterráneo queda pronto
olvidado cuando envuelvo a mi marido con el
cuerpo.
—Creía que te apetecía nadar —le digo junto a
su boca.
—Me has distraído… —Christian me roza el labio
inferior con los dientes—. Pero no sé si quiero que la
buena gente de Montecarlo vea cómo mi esposa se
abandona a la pasión.
Le rozo la mandíbula con los dientes, con su
principio de barba cosquilleándome la lengua, sin importarme
un comino la buena gente de Montecarlo.
—Ana —gime. Se enrolla mi coleta en la muñeca y
tira con suavidad para obligarme a echar la cabeza
hacia atrás y tener mejor acceso a mi cuello.
Después me besa la oreja y va bajando lentamente.
—¿Quieres que vayamos más adentro? —pregunta en
un jadeo.
—Sí —susurro.
Christian se aparta un poco y me mira con los
ojos ardientes, llenos de deseo, divertidos.
—Señora Grey, es usted una mujer insaciable y
una descarada. ¿Qué clase de monstruo he creado?
—Un monstruo hecho a tu medida. ¿Me querrías de
alguna otra forma?
—Te querría de cualquier forma en que pudiera
tenerte, ya lo sabes. Pero ahora mismo no. No con público
—dice señalando la orilla con la cabeza.
¿Qué?
Es cierto que varias personas en la playa han
abandonado su indiferencia y ahora nos miran con verdadero
interés. De repente Christian me coge por la
cintura y me tira al aire, dejando que caiga al agua y me hunda
bajo las olas hasta tocar la suave arena que
hay en el fondo. Salgo a la superficie tosiendo, escupiendo y
riendo.
—¡Christian! —le regaño mirándole fijamente.
Creía que íbamos a hacer el amor en el agua… pero él ha
vuelto a salirse con la suya. Se muerde el
labio inferior para evitar reírse. Yo le salpico y él me responde
salpicándome también.
—Tenemos toda la noche —me dice sonriendo como
un tonto—. Hasta luego, nena. —Se zambulle bajo
el agua y vuelve a la superficie a un metro de
donde estoy. Después, con un estilo crol fluido y grácil, se aleja
de la orilla. Y de mí.
¡Oh, Cincuenta! Siempre tan seductor y
juguetón… Me protejo los ojos del sol con la mano mientras le veo
alejarse. Cómo le gusta provocarme… ¿Qué puedo
hacer para que vuelva? Mientras nado de vuelta a la
orilla, sopeso las posibilidades. En la zona de
las tumbonas ya han llegado nuestras bebidas. Le doy un sorbo
rápido a mi Coca-Cola. Christian solo es una
pequeña motita en la distancia.
Mmm… Me tumbo boca arriba y, tras pelearme un
poco con los tirantes, me quito la parte de arriba del
biquini y la dejo caer despreocupadamente sobre
la tumbona de Christian. Para que vea lo descarada que
puedo ser, señor Grey… ¡Ahora chúpate esa!
Cierro los ojos y dejo que el sol me caliente la piel y los
huesos… El calor me relaja mientras mis
pensamientos vuelven al día de mi boda.
—Ya puedes besar a la novia —anuncia el
reverendo Walsh.
Sonrío a mi flamante marido.
—Al fin eres mía —me susurra tirando de mí para
rodearme con los brazos y darme un beso casto en los
labios.
Estoy casada. Ya soy la señora de Christian
Grey. Estoy borracha de felicidad.
—Estás preciosa, Ana —murmura y sonríe con los
ojos brillando de amor… y algo más, algo oscuro y
lujurioso—. No dejes que nadie que no sea yo te
quite ese vestido, ¿entendido? —Su sonrisa sube de
temperatura mientras con las yemas de los dedos
me acaricia la mejilla, haciéndome hervir la sangre.
Madre mía… ¿Cómo consigue hacerme esto, incluso
aquí, con toda esta gente mirando?
Asiento en silencio. Vaya, espero que nadie nos
haya oído. Por suerte el reverendo Walsh se ha apartado
discretamente. Miro a la multitud allí reunida
vestida con sus mejores galas… Mi madre, Ray, Bob y los
Grey, todos aplaudiendo. Y también Kate, mi
dama de honor, que está genial con un vestido rosa pálido de
pie junto al padrino de Christian: su hermano
Elliot. ¿Y quién iba a pensar que Elliot podía tener tan buena
pinta una vez arreglado? Todos muestran unas
brillantes sonrisas de oreja a oreja… excepto Grace, que está
llorando discretamente cubriéndose con un
delicado pañuelo blanco.
—¿Preparada para la fiesta, señora Grey?
—murmura Christian con una sonrisa tímida. Me derrito al verlo.
Está fabuloso con un sencillo esmoquin negro
con chaleco y corbata plateados. Se le ve… muy elegante.
—Preparadísima. —La cara se me ilumina con una
sonrisa bobalicona.
Un poco más tarde, la fiesta está en su apogeo…
Carrick y Grace se han superado. Han hecho que
volvieran a colocar la carpa y la han decorado
con rosa pálido, plata y marfil, dejando los lados abiertos con
vistas a la bahía. Hemos tenido la suerte de
tener un tiempo estupendo y ahora el sol de última hora de la tarde
brilla sobre el agua. Hay una pista de baile en
un extremo de la carpa y un buffet muy generoso en el otro.
Ray y mi madre están bailando y riéndose
juntos. Tengo una sensación agridulce al verlos así. Espero que
Christian y yo duremos más; no sé qué haría si
me dejara. Casamiento apresurado, arrepentimiento asegurado.
Ese dicho no deja de repetirse en mi cabeza.
Kate está a mi lado. Está guapísima con un
vestido largo de seda. Me mira y frunce el ceño.
—Oye, que se supone que hoy es el día más feliz
de tu vida —me regaña.
—Y lo es —le digo en voz baja.
—Oh, Ana, ¿qué te pasa? ¿Estás mirando a tu
madre y a Ray?
Asiento con aire triste.
—Son felices.
—Sí, felices separados.
—¿Te están entrando las dudas? —me pregunta
Kate alarmada.
—No, no, claro que no. Solo es que… le quiero
muchísimo. —Me quedo petrificada, sin poder o sin
querer expresar mis miedos.
—Ana, es obvio que te adora. Sé que habéis tenido
un comienzo muy poco convencional en vuestra
relación, pero yo he visto lo felices que
habéis sido durante el último mes. —Me coge y me aprieta las manos
—. Además, ya es demasiado tarde —añade con una
sonrisa.
Suelto una risita. Kate siempre diciendo lo que
no hace falta decir. Me atrae hacia ella para darme el
Abrazo Especial de Katherine Kavanagh.
—Ana, vas a estar bien. Y si te hace daño
alguna vez, aunque solo sea en un pelo de la cabeza, tendrá que
responder ante mí. —Me suelta y le sonríe a
alguien que hay detrás de mí.
—Hola, nena. —Christian me sorprende rodeándome
con los brazos y me da un beso en la sien—. Kate —
saluda. Sigue mostrándose algo frío con ella,
aunque ya han pasado seis semanas.
—Hola otra vez, Christian. Voy a buscar al
padrino, que es tu hombre preferido y también el mío. —Con
una sonrisa para ambos se aleja para ir con
Elliot, que está bebiendo con el hermano de Kate, Ethan, y
nuestro amigo José.
—Es hora de irse —murmura Christian.
—¿Ya? Es la primera fiesta a la que asisto en
la que no me importa ser el centro de atención. —Me giro
entre sus brazos para poder mirarle de frente.
—Mereces serlo. Estás impresionante, Anastasia.
—Y tú también.
Me sonríe y su expresión sube de temperatura.
—Ese vestido tan bonito te sienta bien.
—¿Este trapo viejo? —me ruborizo tímidamente y
tiro un poco de ribete de fino encaje del vestido de
novia sencillo y entallado que ha diseñado para
mí la madre de Kate. Me encanta que el encaje caiga justo por
debajo del hombro; queda recatado, pero
seductor, espero.
Se inclina y me da un beso.
—Vámonos. No quiero compartirte con toda esta
gente ni un minuto más.
—¿Podemos irnos de nuestra propia boda?
—Nena, es nuestra fiesta y podemos hacer lo que
queramos. Hemos cortado la tarta. Y ahora mismo lo que
quiero es raptarte para tenerte toda para mí.
Suelto una risita.
—Me tiene para toda la vida, señor Grey.
—Me alegro mucho de oír eso, señora Grey.
—¡Oh, ahí estáis! Qué dos tortolitos.
Gruño en mi fuero interno… La madre de Grace
nos ha encontrado.
—Christian, querido… ¿Otro baile con tu abuela?
Christian frunce los labios.
—Claro, abuela.
—Y tú, preciosa Anastasia, ve y haz feliz a un
anciano: baila con Theo.
—¿Con quién, señora Trevelyan?
—Con el abuelo Trevelyan. Y creo que ya puedes
llamarme abuela. Vosotros dos tenéis que poneros
cuanto antes manos a la obra en el asunto de
darme bisnietos. No voy a durar mucho ya. —Nos mira con una
sonrisa tontorrona.
Christian la mira parpadeando, horrorizado.
—Vamos, abuela —dice cogiéndola apresuradamente
de la mano y llevándola a la pista de baile. Me mira
casi haciendo un mohín y pone los ojos en
blanco—. Luego, cariño.
Mientras voy de camino adonde está el abuelo
Trevelyan, José me aborda.
—No te voy a pedir otro baile. Creo que ya te
he monopolizado demasiado en la pista de baile hasta
ahora… Me alegro de verte feliz, pero te lo
digo en serio, Ana. Estaré aquí… si me necesitas.
—Gracias, José. Eres un buen amigo.
—Lo digo en serio. —Sus ojos oscuros brillan
por la sinceridad.
—Ya lo sé. Gracias de verdad, José. Pero si me
disculpas… Tengo una cita con un anciano.
Arruga la frente, confuso.
—El abuelo de Christian —aclaro.
Me sonríe.
—Buena suerte con eso, Annie. Y buena suerte
con todo.
—Gracias, José.
Después de mi baile con el siempre encantador
abuelo de Christian, me quedo de pie junto a las cristaleras
viendo como el sol se hunde lentamente por
detrás de Seattle provocando sombras de color naranja y
aguamarina en la bahía.
—Vamos —me insiste Christian.
—Tengo que cambiarme. —Le cojo la mano con
intención de arrastrarle hacia la cristalera y que suba las
escaleras conmigo. Frunce el ceño sin
comprender y tira suavemente de mi mano para detenerme—. Creía
que querías ser tú el que me quitara el vestido
—le explico.
Se le iluminan los ojos.
—Cierto. —Me mira con una sonrisa lasciva—.
Pero no te voy a desnudar aquí. Entonces no nos iríamos
hasta… no sé… —dice agitando su mano de largos
dedos. Deja la frase sin terminar pero el significado está
más que claro.
Me ruborizo y le suelto la mano.
—Y no te sueltes el pelo —me murmura
misteriosamente.
—Pero…
—Nada de «peros», Anastasia. Estás preciosa. Y
quiero ser yo el que te desnude.
Frunzo el ceño.
—Guarda en tu bolsa de mano la ropa que te ibas
a poner —me ordena—. La vas a necesitar. Taylor ya
tiene tu maleta.
—Está bien.
¿Qué habrá planeado? No me ha dicho adónde
vamos. De hecho, no creo que nadie sepa nada. Ni Mia ni
Kate han conseguido sacarle la información. Me
vuelvo hacia mi madre y Kate.
—No me voy a cambiar.
—¿Qué? —dice mi madre.
—Christian no quiere que me cambie. —Me encojo
de hombros, como si eso lo explicara todo.
Ella arruga la frente.
—No has prometido obedecer —me recuerda con
mucha diplomacia. Kate intenta hacer que su risa
ahogada parezca una tos. La miro entornando los
ojos. Ni ella ni mi madre tienen ni idea de la pelea que
Christian y yo tuvimos por eso. No quiero
resucitar esa discusión. Dios, mi Cincuenta Sombras se puede
poner muy furioso a veces… y después tener
pesadillas. El recuerdo me reafirma en mi decisión.
—Lo sé, mamá, pero le gusta mi vestido y quiero
darle ese gusto.
Su expresión se suaviza. Kate pone los ojos en
blanco y con mucha discreción se aleja para dejarnos solas.
—Estás muy guapa, hija. —Carla me coloca con
cariño uno de los rizos que se me ha soltado y me acaricia
la barbilla—. Estoy tan orgullosa de ti, cielo…
Vas a hacer muy feliz a Christian —me dice y me da un
abrazo.
Oh, mamá…
—No me lo puedo creer… Pareces tan mayor ahora…
Vas a empezar una nueva vida; solo tienes que
recordar siempre que los hombres vienen de un
planeta diferente. Así todo te irá bien.
Suelto una risita. Christian no es de otro
planeta, es de otro universo. Si ella supiera…
—Gracias, mamá.
Ray se acerca a nosotras sonriéndonos
dulcemente.
—Te ha salido una niña preciosa, Carla —dice
con los ojos brillándole por el orgullo. Está impecable con
su esmoquin negro y el chaleco rosa pálido. Me
emociono y se me llenan los ojos de lágrimas. Oh, no…
Hasta ahora había conseguido no llorar…
—Y tú la has ayudado a crecer y a ser lo que
es, Ray. —La voz de Carla suena nostálgica.
—Y he adorado cada momento del tiempo que he
pasado con ella. Eres una novia sensacional, Annie. —
Ray me coloca tras la oreja el mismo rizo
suelto de antes.
—Oh, papá… —Intento contener un sollozo y él me
abraza brevemente, un poco incómodo.
—Y vas a ser una esposa sensacional también —me
susurra con voz ronca.
Cuando me suelta, Christian está a mi lado.
Ray le estrecha la mano afectuosamente.
—Cuida de mi niña, Christian.
—Eso es lo que pretendo hacer, Ray. Carla.
—Saluda a mi padrastro con un movimiento de cabeza y le da
un beso a mi madre.
El resto de los invitados han creado un largo
pasillo humano con un arco formado por sus brazos
extendidos para que pasemos por él hacia la
salida de la casa.
—¿Lista? —pregunta Christian.
—Sí.
Me coge la mano y me guía bajo esos brazos
estirados mientras los invitados nos gritan felicitaciones y
deseos de buena suerte y nos tiran arroz. Al
final del pasillo nos esperan Grace y Carrick con grandes
sonrisas. Los dos nos abrazan y nos besan por turnos.
Grace está emocionada de nuevo. Nos despedimos
rápidamente de ellos.
Taylor nos espera junto al Audi todoterreno.
Christian se queda sosteniendo la puerta del coche para que
yo entre, pero antes me giro y tiro el ramo de
rosas de color blanco y rosa hacia el grupo de mujeres jóvenes
que se ha reunido. Mia lo coge al vuelo y
sonríe de oreja a oreja.
Cuando entro en el todoterreno riéndome por la
audaz forma de atrapar el ramo de Mia, Christian se
agacha para ayudarme con el vestido. Cuando ya
estoy bien acomodada dentro, se vuelve para despedirse de
los invitados.
Taylor mantiene la puerta abierta para él.
—Felicidades, señor.
—Gracias, Taylor —responde Christian mientras
se sienta a mi lado.
Cuanto Taylor entra en el coche, los invitados
empiezan a tirarle arroz al coche. Christian me coge la mano
y me besa los nudillos.
—¿Todo bien por ahora, señora Grey?
—Por ahora todo fantástico, señor Grey. ¿Adónde
vamos?
—Al aeropuerto —dice con una sonrisa
enigmática.
Mmm… ¿Qué estará planeando?
Taylor no se dirige a la terminal de salidas
como yo esperaba, sino que cruza una puerta de seguridad y va
directamente hacia la pista. ¿Qué demonios…? Y
entonces lo veo: el jet de Christian con GREY ENTERPRISES
HOLDINGS, INC. escrito en el fuselaje con grandes letras azules.
—No me digas que vas a volver a hacer un uso
personal de los bienes de la empresa.
—Oh, eso espero, Anastasia —me sonríe
Christian.
Taylor detiene el Audi al pie de la escalerilla
que sube al avión y salta del coche para abrirle la puerta a
Christian. Intercambian unas palabras y después
Christian viene a abrirme la puerta. Y en vez de apartarse
para dejarme espacio para salir, se inclina y
me coge en brazos.
—¡Hey! ¿Qué haces? —chillo.
—Cogerte en brazos para cruzar el umbral —me
dice.
—Oh…
Pero ¿eso no se supone que se hace al cruzar el
umbral de la casa?
Me sube por la escalerilla sin esfuerzo
aparente y Taylor nos sigue llevando mi maleta. La deja a la entrada
del avión y vuelve al Audi. Dentro de la cabina
reconozco a Stephan, el piloto de Christian, con su uniforme.
—Bienvenido a bordo, señor. Señora Grey —nos
saluda con una sonrisa.
Christian me baja al suelo y estrecha la mano
de Stephan. De pie junto a Stephan hay una mujer de pelo
oscuro de unos… ¿qué? ¿Treinta y pocos? Ella
también lleva uniforme.
—Felicidades a los dos —continúa Stephan.
—Gracias, Stephan. Anastasia, ya conoces a
Stephan. Va a ser nuestro comandante hoy. Y esta es la
primera oficial Beighley.
La chica se sonroja cuando Christian la
presenta y parpadea muy rápido. Tengo ganas de poner los ojos en
blanco. Otra mujer que está completamente
cautivada por mi marido, que es demasiado guapo incluso para su
propio bien.
—Encantada de conocerla —dice efusivamente
Beighley.
Le sonrío con amabilidad. Después de todo… él
es mío.
—¿Todo listo? —les pregunta Christian a ambos
mientras yo examino la cabina. El interior es de madera
de arce clara y piel de un suave color crema.
Hay otra mujer joven en el otro extremo de la cabina, también
vestida de uniforme; tiene el pelo castaño y es
realmente guapa.
—Ya nos han dado todos los permisos. El tiempo
va a ser bueno desde aquí hasta Boston.
¿Boston?
—¿Turbulencias?
—Antes de llegar a Boston no. Pero hay un
frente sobre Shannon que puede que nos dé algún sobresalto.
¿Shannon, Irlanda?
—Ya veo. Bien, espero dormir durante el
trayecto —dice Christian sin preocuparse lo más mínimo.
¿Dormir?
—Bien, vamos a prepararnos para despegar, señor
—anuncia Stephan—. Les dejo en las capaces manos
de Natalia, nuestra azafata. —Christian mira en
su dirección y frunce el ceño, pero después se vuelve hacia
Stephan con una sonrisa.
—Excelente. —Me coge la mano y me lleva hasta
uno de los lujosos asientos de piel. Debe de haber unos
doce en total—. Siéntate —dice mientras se
quita la chaqueta y se desabrocha el chaleco de fino brocado.
Nos sentamos en dos asientos individuales
situados el uno frente al otro con una mesita reluciente entre
ambos.
—Bienvenidos a bordo, señor, señora. Y
felicidades. —Natalia ha aparecido junto a nosotros para
ofrecernos una copa de champán rosado.
—Gracias —dice Christian. Ella nos sonríe
educadamente y se retira a la cocina.
—Por una feliz vida de casados, Anastasia.
—Christian levanta su copa y brindamos. El champán está
delicioso.
—¿Bollinger? —pregunto.
—El mismo.
—La primera vez que lo probé lo bebí en tazas
de té. —Sonrío.
—Recuerdo perfectamente ese día. Tu graduación.
—¿Adónde vamos? —Ya no soy capaz de contener mi
curiosidad ni un segundo más.
—A Shannon —dice Christian con los ojos
iluminados por el entusiasmo. Parece un niño pequeño.
—¿Irlanda? —¡Vamos a Irlanda!
—Para repostar combustible —añade juguetón.
—¿Y después? —le animo.
Su sonrisa se hace más amplia y niega con la
cabeza.
—¡Christian!
—A Londres —dice mirándome fijamente para ver
mi reacción.
Doy un respingo. Madre mía… Pensaba que iríamos
a algún sitio como Nueva York o Aspen, o incluso al
Caribe. Casi no me lo puedo creer. La ilusión
de mi vida siempre ha sido ir a Inglaterra. Siento que una luz se
enciende en mi interior: la luz incandescente
de la felicidad.
—Después París.
¿Qué?
—Y finalmente el sur de Francia.
¡Uau!
—Sé que siempre has soñado con ir a Europa —me
dice en voz baja—. Quiero hacer que tus sueños se
conviertan en realidad, Anastasia.
—Tú eres mi sueño hecho realidad, Christian.
—Lo mismo digo, señora Grey —me susurra.
Oh, Dios mío…
—Abróchate el cinturón.
Le sonrío y hago lo que me ha dicho.
Mientras el avión se encamina a la pista, nos
bebemos el champán sonriéndonos bobaliconamente. No me
lo puedo creer. Con veintidós años por fin voy
a salir de Estados Unidos para ir a Europa, a Londres para ser
más exactos.
Después de despegar Natalia nos sirve más
champán y nos prepara el banquete nupcial. Y menudo
banquete: salmón ahumado seguido de perdiz
asada con ensalada de judías verdes y patatas dauphinoise,
todo cocinado y servido por la tremendamente
eficiente Natalia.
—¿Quiere postre, señor Grey? —le pregunta.
Niega con la cabeza y se pasa un dedo por el
labio inferior mientras me mira inquisitivamente con una
expresión oscura e inescrutable.
—No, gracias —murmura sin romper el contacto
visual conmigo.
Cuando Natalia se retira, sus labios se curvan
en una sonrisita secreta.
—La verdad —vuelve a murmurar— es que había
planeado que el postre fueras tú.
Oh… ¿aquí?
—Vamos —me dice levantándose y tendiéndome la
mano. Me guía hasta el fondo de la cabina.
—Hay un baño ahí —dice señalando una
puertecita, pero sigue por un corto pasillo hasta cruzar una puerta
que hay al final.
Vaya… un dormitorio. Esta habitación también es
de madera de arce y está decorada con colores crema.
La cama de matrimonio está cubierta de cojines
de color dorado y marrón. Parece muy cómoda.
Christian se gira y me rodea con sus brazos sin
dejar de mirarme.
—Vamos a pasar nuestra noche de bodas a diez
mil metros de altitud. Es algo que no he hecho nunca.
Otra primera vez. Me quedo mirándole con la
boca abierta y el corazón martilleándome en el pecho… el
club de la milla. He oído hablar de él.
—Pero primero tengo que quitarte ese vestido
tan fabuloso.
Le brillan los ojos de amor y de algo más
oscuro, algo que me encanta y que despierta a la diosa que llevo
dentro. Empiezo a quedarme sin aliento.
—Vuélvete. —Su voz es baja, autoritaria y
tremendamente sexy.
¿Cómo puede una sola palabra encerrar tantas
promesas? Obedezco de buen grado y sus manos suben
hasta mi pelo. Me va quitando las horquillas,
una tras otra. Sus dedos expertos acaban con la tarea en un
santiamén. El pelo me va cayendo sobre los
hombros, rizo tras rizo, cubriéndome la espalda y sobre los
pechos. Intento quedarme muy quieta, pero deseo
con todas mis fuerzas su contacto. Después de este día tan
excitante, aunque largo y agotador, le deseo,
deseo todo su cuerpo.
—Tienes un pelo precioso, Ana. —Tiene la boca
junto a mi oído y siento su aliento aunque no me toca
con los labios. Cuando ya no me quedan
horquillas, me peina un poco con los dedos y me masajea
suavemente la cabeza.
Oh, Dios mío… Cierro los ojos mientras disfruto
de la sensación. Sus dedos siguen recorriendo mi pelo y
después me lo agarra y me tira un poco para
obligarme a echar atrás la cabeza y exponer la garganta.
—Eres mía —suspira. Me tira del lóbulo de la
oreja con los dientes.
Yo dejo escapar un gemido.
—Silencio —me ordena.
Me aparta el pelo y, siguiendo con un dedo el
borde de encaje del vestido, recorre la parte alta de mi
espalda de un hombro a otro. Me estremezco por
la anticipación. Me da un beso tierno en la espalda justo
encima del primer botón del vestido.
—Eres tan guapa… —dice mientras me desabrocha
con destreza el primer botón—. Hoy me has hecho el
hombre más feliz del mundo. —Con una lentitud
infinita me va desabrochando los botones uno a uno,
bajando por toda la espalda—. Te quiero
muchísimo. —Va encadenando besos desde mi nuca hasta el
extremo del hombro. Después de cada beso
murmura una palabra—: Te. Deseo. Mucho. Quiero. Estar.
Dentro. De. Ti. Eres. Mía.
Las palabras me resultan embriagadoras. Cierro
los ojos y ladeo el cuello para facilitarle el acceso y voy
cayendo cada vez más profundamente bajo el
hechizo de Christian Grey, mi marido.
—Mía —repite en un susurro. Me va deslizando el
vestido por los brazos hasta que cae a mis pies en una
nube de seda marfil y encaje—. Vuélvete —me
pide de nuevo con la voz ronca.
Lo hago y él da un respingo.
Llevo puesto un corsé ajustado de seda de un
tono rosáceo con liguero, bragas de encaje a juego y medias
de seda blancas. Los ojos de Christian me
recorren el cuerpo ávidamente, pero no dice nada. Se limita a
mirarme con los ojos muy abiertos por el deseo.
—¿Te gusta? —le pregunto en un susurro,
consciente del tímido rubor que me está apareciendo en las
mejillas.
—Más que eso, nena. Estás sensacional. Ven. —Me
tiende la mano para ayudarme a desprenderme del
vestido—. No te muevas —murmura, y sin apartar
sus ojos cada vez más oscuros de los míos, recorre con el
dedo corazón la línea del corsé que bordea mis
pechos. Mi respiración se acelera y él repite el recorrido sobre
mis pechos. Ese dedo travieso está provocándome
escalofríos por toda la espalda. Se detiene y gira el dedo
índice en el aire indicándome que dé una
vuelta.
Ahora mismo haría cualquier cosa que me
pidiera.
—Para —dice. Estoy de espaldas a él, mirando a
la cama. Me rodea la cintura con el brazo, apretándome
contra él, y me acaricia el cuello. Muy
suavemente me cubre los pechos con las manos y juguetea con ellos
mientras hace círculos sobre mis pezones con
los pulgares hasta que logra que presionen y tensen la tela del
corsé—. Mía —me susurra.
—Tuya —jadeo yo.
Abandona mis pechos y recorre con las manos mi
estómago, mi vientre y después sigue bajando por los
muslos y pasa casi rozándome el sexo. Ahogo un
gemido. Mete los dedos por debajo de las tiras del liguero
y, con su destreza habitual, suelta las dos
medias a la vez. Ahora sus manos se dirigen a mi culo.
—Mía —repite con las manos extendidas sobre mis
nalgas y las puntas de los dedos rozándome el sexo.
—Ah.
—Chis. —Las manos descienden por la parte
posterior de mis muslos y sueltan las presillas del liguero.
Se inclina y aparta la colcha de la cama.
—Siéntate.
Lo hago totalmente hipnotizada por sus
palabras. Christian se arrodilla a mis pies y me quita con suavidad
los zapatos de novia de Jimmy Choo. Agarra la
parte superior de mi media izquierda y la va deslizando por
mi pierna lentamente, recorriendo la piel con
el pulgar. Repite el proceso con la otra media.
—Esto es como desenvolver los regalos de
Navidad. —Me sonríe y me mira a través de sus largas pestañas
oscuras.
—Un regalo que ya tenías…
Frunce el ceño contrariado.
—Oh no, nena. Ahora eres mía de verdad.
—Christian, he sido tuya desde que te dije que
sí. —Me inclino hacia él y le rodeo con las manos esa cara
que tanto amo—. Soy tuya. Siempre seré tuya,
esposo mío. Pero ahora mismo creo que llevas demasiada
ropa. —Me agacho todavía más para besarlo y él
viene a mi encuentro, me besa en los labios y me coge la
cabeza mientras enreda los dedos en mi pelo.
—Ana —jadea—. Mi Ana. —Sus exigentes labios se
unen con los míos una vez más. Su lengua es
invasivamente persuasiva.
—La ropa —susurro.
Nuestras respiraciones se mezclan mientras tiro
del chaleco. A él le cuesta quitárselo, así que tiene que
liberarme un momento. Se detiene y me mira con
los ojos muy abiertos, llenos de deseo.
—Déjame, por favor. —Mi voz suena suave y
sensual. Quiero desnudar a mi marido, a mi Cincuenta.
Se sienta sobre los talones y yo me acerco para
cogerle la corbata (la corbata gris plateada, mi favorita),
suelto el nudo lentamente y se la quito.
Levanta la barbilla para dejarme desabrochar el botón superior de la
camisa blanca. Cuando lo consigo, paso a los
gemelos. Lleva unos gemelos de platino grabados con una A y
una C entrelazadas: mi regalo de boda. Cuando
se los quito, me los coge de la mano y cierra la suya sobre
ellos. Le da un beso a esa mano y después se
los guarda en el bolsillo de los pantalones.
—Qué romántico, señor Grey.
—Para usted, señora Grey, solo corazones y
flores. Siempre.
Le cojo la mano y le miro a través de las
pestañas mientras le doy un beso a su sencilla alianza de platino.
Gime y cierra los ojos.
—Ana —susurra, y mi nombre es como una oración.
Alzo las manos para ocuparme del segundo botón
y, repitiendo lo que él me ha hecho a mí hace unos
minutos, le doy un suave beso en el pecho
después de desabrochar cada botón. Entre los besos voy
intercalando palabras.
—Tú. Me. Haces. Muy. Feliz. Te. Quiero.
Vuelve a gemir y en un movimiento rapidísimo me
agarra por la cintura y me sube a la cama. Él me
acompaña un segundo después. Sus labios
encuentran los míos y me rodea la cara con las manos para
mantenerme quieta mientras nuestras lenguas se
regodean la una de la otra. De repente Christian se aparta y
se queda de rodillas, dejándome sin aliento y
deseando más.
—Eres tan preciosa… esposa mía. —Me recorre las
piernas con las manos y me agarra el pie izquierdo—.
Tienes unas piernas espectaculares. Quiero
besar cada centímetro de ellas. Empezando por aquí. —Me da un
beso en el dedo gordo y después me araña la
yema de ese dedo con los dientes.
Todo lo que hay por debajo de mi cintura se
estremece. Desliza la lengua por el arco del pie. Después
empieza a morderme en el talón y va subiendo
hasta el tobillo. Recorre el interior de mi pantorrilla dándome
besos, unos besos suaves y húmedos. Me retuerzo
bajo su cuerpo.
—Quieta, señora Grey —me advierte, y sin previo
aviso me gira para dejarme boca abajo y continúa su
viaje de placer recorriendo con la boca la
parte posterior de las piernas, los muslos, el culo… y entonces se
detiene. Gimo.
—Por favor…
—Te quiero desnuda —murmura, y me va soltando
lentamente el corsé, desabrochando los corchetes uno
a uno. Cuando la prenda queda plana sobre la
cama debajo de mi cuerpo, él desliza la lengua por toda la
longitud de mi espalda.
—Christian, por favor.
—¿Qué quiere, señora Grey? —Sus palabras son
dulces y las oigo muy cerca de mi oído. Está casi
tumbado sobre mí. Puedo sentir su erección
contra mis nalgas.
—A ti.
—Y yo a ti, mi amor, mi vida… —me susurra, y
antes de darme cuenta ha vuelto a girarme y a ponerme
boca arriba.
Se coloca de pie rápidamente y en un movimiento
de lo más eficiente se quita a la vez los pantalones y los
bóxer y se queda gloriosamente desnudo,
cerniéndose sobre mí, listo para lo que va a venir. La pequeña
cabina queda eclipsada por su impresionante
belleza, su deseo y su necesidad de tenerme. Se inclina y me
quita las bragas. Después me mira.
—Mía —pronuncia.
—Por favor —le suplico.
Él me sonríe; una sonrisa lasciva, perversa y
tentadora. Una sonrisa muy propia de mi Cincuenta Sombras.
Sube a cuatro patas a la cama y va recorriendo
mi pierna derecha esta vez, llenándola de besos… Hasta
que llega al vértice entre mis muslos. Me abre
bien las piernas.
—Ah… esposa mía —susurra antes de poner la boca
sobre mi piel. Cierro los ojos y me rindo a esa lengua
mucho más que hábil. Le agarro el pelo con las
manos mientras mis caderas oscilan y se balancean. Me las
sujeta para que me quede quieta, pero no
detiene esa deliciosa tortura. Estoy cerca, muy cerca.
—Christian… —gimo con fuerza.
—Todavía no —jadea y asciende por mi cuerpo
para hundirme la lengua en el ombligo.
—¡No! —¡Maldita sea! Siento su sonrisa contra
mi vientre pero no interrumpe su viaje hacia el norte.
—Qué impaciente, señora Grey. Tenemos hasta que
aterricemos en la isla Esmeralda. —Me va besando
reverencialmente los pechos. Me coge el pezón
izquierdo entre los labios y tira de él. No deja de mirarme
mientras me martiriza y sus ojos están tan
oscuros como una tormenta tropical.
Oh, madre mía… Se me había olvidado. Europa…
—Te deseo, esposo. Por favor.
Se coloca sobre mí, cubriéndome con su cuerpo y
descansando el peso en los codos. Me acaricia la nariz
con la suya y yo recorro con las manos su
espalda fuerte y flexible hasta llegar a su culo extraordinario.
—Señora Grey… esposa. Estoy aquí para
complacerla. —Me roza con los labios—. Te quiero.
—Yo también te quiero.
—Abre los ojos. Quiero verte.
—Christian… ah… —grito cuando entra lentamente
en mi interior.
—Ana, oh, Ana… —jadea Christian y empieza a
moverse.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —grita
Christian, despertándome de ese sueño tan placentero.
Está de pie, mojado y hermoso, a los pies de mi
tumbona mirándome fijamente.
¿Qué he hecho? Oh, no… Estoy boca arriba. No,
no, no. Y él está furioso. Mierda. Está hecho una
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