La llama de la
vela quema demasiado. Parpadea y fluctúa con el aire abrasador, un aire que no
alivia el calor. Las suaves alas de gasa se baten de un lado a otro en la
oscuridad, rociando de escamas polvorientas el círculo de luz. Me esfuerzo por
resistir, pero me atrae. Luego todo es muy luminoso y vuelo demasiado cerca del
sol, deslumbrada por la luz, abrasándome y derritiéndome de calor, agotada de
intentar mantenerme en el aire. Estoy ardiendo. El calor es asfixiante,
sofocante. Me despierta.
Abro los ojos
y me encuentro abrazada por Christian Grey. Me envuelve como el patriota
victorioso lo hace en su bandera. Está profundamente dormido, con la cabeza en
mi pecho, el brazo por encima de mí, estrechándome contra su cuerpo, con una
pierna echada por encima de las mías. Me asfixia con el calor de su cuerpo, y
me pesa. Me tomo un momento para digerir que aún está en mi cama y dormido como
un tronco, y que ya hay luz fuera, luz de día. Ha pasado la noche entera
conmigo.
Tengo el brazo
derecho extendido, sin duda en busca de algún sitio fresco y, mientras proceso
el hecho de que aún está conmigo, se me ocurre que puedo tocarlo. Está dormido.
Tímidamente,
levanto la mano y paseo las yemas de los dedos por su espalda. Oigo un gruñido
gutural de angustia, y se revuelve. Me acaricia el pecho con la nariz e inspira
hondo mientras se despierta. Sus ojos grises, soñolientos y parpadeantes, se
topan con los míos por debajo de su mata de pelo alborotado.
—Buenos días
—masculla, y frunce el ceño—. Dios, hasta mientras duermo me siento atraído por
ti.
Se mueve
despacio, despegando sus extremidades de mí mientras se orienta. Noto su
erección contra mi cadera. Percibe mi cara de asombro y me dedica una sonrisa
lenta y sensual.
—Mmm, esto
promete, pero creo que deberíamos esperar al domingo.
Se inclina
hacia delante y me acaricia la oreja con la nariz.
Me ruborizo,
aunque ya estoy roja como un tomate por su calor corporal.
—Estás
ardiendo —susurro.
—Tú tampoco te
quedas corta —me susurra él, y se aprieta contra mi cuerpo, sugerente.
Me sonrojo aún
más. No me refería a eso. Se incorpora sobre un codo y me mira, divertido. Se
inclina y, para mi sorpresa, me planta un suave beso en los labios.
—¿Has dormido
bien? —me pregunta.
Asiento con la
cabeza, mirándolo, y me doy cuenta de que he dormido muy bien salvo por la
última media hora, en la que tenía demasiado calor.
—Yo también.
—Frunce el ceño—. Sí, muy bien. —Arquea la ceja, a la vez sorprendido y
confuso—. ¿Qué hora es?
Miro el
despertador.
—Son las siete
y media.
—Las siete y
media… ¡mierda! —Salta de la cama y se pone los vaqueros.
Ahora me toca
a mí sonreír divertida mientras me incorporo. Christian Grey llega tarde y está
nervioso. Esto es algo que no he visto antes. De pronto caigo en la cuenta de
que el trasero ya no me duele.
—Eres muy mala
influencia para mí. Tengo una reunión. Tengo que irme. Debo estar en Portland a
las ocho. ¿Te estás riendo de mí?
—Sí.
Sonríe.
—Llego tarde.
Yo nunca llego tarde. También esto es una novedad, señorita Steele.
Se pone la
americana, se agacha y me coge la cabeza con ambas manos
—El domingo
—dice, y la palabra está preñada de una promesa tácita.
Las entrañas
se me expanden y luego se contraen de deliciosa expectación. La sensación es
exquisita.
Madre mía, si
mi cabeza pudiera estar a la altura de mi cuerpo. Se inclina y me da un beso rápido.
Coge sus cosas de la mesita y los zapatos, que no se pone.
—Taylor vendrá
a encargarse de tu Escarabajo. Lo dije en serio. No lo cojas. Te veo en mi casa
el domingo. Te diré la hora por correo.
Y, como un
torbellino, desaparece.
Christian Grey
ha pasado la noche conmigo, y me siento descansada. Y no ha habido sexo, solo
hemos hecho la cucharita. Me dijo que nunca había dormido con nadie, pero ya ha
dormido tres veces conmigo. Sonrío y salgo despacio de la cama. Estoy más
animada de lo que he estado en las últimas veinticuatro horas o así. Me dirijo
a la cocina; necesito una taza de té.
Después de
desayunar, me ducho y me visto rápidamente para mi último día en Clayton’s. Es
el fin de una era: adiós a los señores Clayton, a la universidad, a Vancouver,
a mi piso, a mi Escarabajo. Echo un vistazo al cacharro: son las 07:52. Tengo
tiempo.
De: Anastasia
Steele
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:05
Para:
Christian Grey
Asunto: Asalto
y agresión: efectos secundarios
Querido señor
Grey:
Querías saber
por qué me sentí confundida después de que me… ¿qué eufemismo utilizo: me
dieras unos azotes, me castigaras, me pegaras, me agredieras? Pues bien,
durante todo el inquietante episodio, me sentí humillada, degradada y
ultrajada. Y para mayor vergüenza, tienes razón, estaba excitada, y eso era
algo que no esperaba. Como bien sabes, todo lo sexual es nuevo para mí. Ojalá
tuviera más experiencia y, en consecuencia, estuviera más preparada. Me extrañó
que me excitara.
Lo que
realmente me preocupó fue cómo me sentí después. Y eso es más difícil de
explicar con palabras. Me hizo feliz que tú lo fueras. Me alivió que no fuera
tan doloroso como había pensado que sería. Y mientras estuve tumbada entre tus
brazos, me sentí… plena. Pero esa sensación me incomoda mucho, incluso hace que
me sienta culpable. No me encaja y, en consecuencia, me confunde. ¿Responde eso
a tu pregunta?
Espero que el
mundo de las fusiones y adquisiciones esté siendo tan estimulante como siempre,
y que no hayas llegado demasiado tarde.
Gracias por
quedarte conmigo.
Ana
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:24
Para:
Anastasia Steele
Asunto: Libere
su mente
Interesante,
aunque el asunto del mensaje sea algo exagerado, señorita Steele.
Respondiendo a
su pregunta: yo diría «azotes», y eso es lo que fueron.
¿Así que se
sintió humillada, degradada, injuriada y agredida? ¡Es tan Tess Durbeyfield…!
Si no recuerdo mal, fue usted la que optó por la corrupción. ¿De verdad se
siente así o cree que debería sentirse así? Son dos cosas muy distintas. Si es
así como se siente, ¿cree que podría intentar abrazar esas sensaciones y
digerirlas, por mí? Eso es lo que haría una sumisa.
Agradezco su
inexperiencia. La valoro, y estoy empezando a entender lo que significa. En
pocas palabras: significa que es mía en todos los sentidos.
Sí, estaba
excitada, lo que a su vez me excitó a mí; no hay nada malo en eso.
«Feliz» es un
adjetivo que apenas alcanza a expresar lo que sentí. «Extasiado»
se aproxima más.
Los azotes de
castigo duelen bastante más que los sensuales, así que nunca le dolerá más de
eso, salvo, claro, que cometa alguna infracción importante, en cuyo caso me
serviré de algún instrumento para castigarla. Luego me
dolía mucho la mano. Pero me gusta.
También yo me
sentí pleno, más de lo que jamás podrías imaginar.
No malgaste
sus energías con sentimientos de culpa y pecado. Somos mayores de edad y lo que
hagamos a puerta cerrada es cosa nuestra. Debe liberar
su mente y escuchar a su cuerpo.
El mundo de
las fusiones y adquisiciones no es ni mucho menos tan estimulante como usted,
señorita Steele.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
Oh, Dios… «mía
en todos los sentidos». Se me entrecorta la respiración.
De: Anastasia
Steele
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:26
Para:
Christian Grey
Asunto:
Mayores de edad
¿No estás en
una reunión?
Me alegro
mucho de que te doliera la mano.
Y, si
escuchara a mi cuerpo, ahora mismo estaría en Alaska.
Ana
P.D.: Me
pensaré lo de abrazar esas sensaciones.
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:35
Para:
Anastasia Steele
Asunto: No ha
llamado a la poli
Señorita
Steele:
Ya que lo
pregunta, estoy en una reunión, hablando del mercado de futuros.
Por si no lo
recuerda, se acercó a mí sabiendo muy bien lo que iba a hacer.
En ningún
momento me pidió que parara; no utilizó ninguna palabra de seguridad.
Es adulta;
toma sus propias decisiones.
Sinceramente,
espero con ilusión la próxima vez que se me caliente la mano.
Es evidente
que no está escuchando a la parte correcta de su cuerpo.
En Alaska hace
mucho frío y no es un buen escondite. La encontraría.
Puedo rastrear
su móvil, ¿recuerda?
Váyase a
trabajar.
Christian Grey
Presidente de
Grey Enterprises Holdings, Inc.
Miro ceñuda la
pantalla. Tiene razón, claro. Yo decido. Mmm. ¿Dirá en serio lo de ir a
buscarme? ¿Debería optar por escaparme una temporada? Contemplo un instante la
posibilidad de aceptar el ofrecimiento de mi madre. Le doy a «Responder».
De: Anastasia
Steele
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:36
Para:
Christian Grey
Asunto:
Acosador
¿Has buscado
ayuda profesional para esa tendencia al acoso?
Ana
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:38
Para:
Anastasia Steele
Asunto:
¿Acosador, yo?
Le pago al
eminente doctor Flynn una pequeña fortuna para que se ocupe de mi tendencia al
acoso y de las otras.
Vete a
trabajar.
Christian Grey
Presidente de
Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia
Steele
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:40
Para:
Christian Grey
Asunto:
Charlatanes caros
Si me lo
permites, te sugiero que busques una segunda opinión.
No estoy
segura de que el doctor Flynn sea muy eficiente.
Señorita
Steele
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:43
Para:
Anastasia Steele
Asunto:
Segundas opiniones
Te lo permita
o no, no es asunto tuyo, pero el doctor Flynn es la segunda opinión.
Vas a tener
que acelerar en tu coche nuevo y ponerte en peligro innecesariamente. Creo que
eso va contra las normas.
VETE A
TRABAJAR.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
De: Anastasia
Steele
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:47
Para:
Christian Grey
Asunto:
MAYÚSCULAS CHILLONAS
Como soy el
blanco de tu tendencia al acoso, creo que sí es asunto mío. No he firmado aún,
así que las normas me la repampinflan. Y no entro hasta las nueve y media.
Señorita
Steele
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:49
Para:
Anastasia Steele
Asunto:
Lingüística descriptiva
¿«Repampinflan»?
Dudo mucho que eso venga en el diccionario.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
De: Anastasia
Steele
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:52
Para:
Christian Grey
Asunto:
Lingüística descriptiva
Sale después
de «acosador» y de «controlador obsesivo».
Y la
lingüística descriptiva está dentro de mis límites infranqueables.
¿Me dejas en
paz de una vez? Me gustaría irme a trabajar en mi coche nuevo.
Ana
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 08:56
Para:
Anastasia Steele
Asunto:
Mujeres difíciles pero divertidas
Me escuece la
palma de la mano.
Conduzca con
cuidado, señorita Steele.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
Es una gozada
conducir el Audi. Tiene dirección asistida. Wanda, mi Escarabajo, no tiene nada
de eso, así que se acabó el único ejercicio físico que hacía al día, que era el
de conducir. Ah, pero, según las normas de Christian, tendré que lidiar con un
entrenador personal. Frunzo el ceño. Odio hacer ejercicio.
Mientras
conduzco, trato de analizar los correos que hemos intercambiado. A veces es un
hijo de puta condescendiente. Luego pienso en Grace y me siento culpable. Claro
que ella no lo parió. Uf, eso es todo un mundo de dolor desconocido para mí.
Sí, soy adulta, gracias por recordármelo, Christian Grey, y yo decido. El
problema es que yo solo quiero a Christian, no todo su… bagaje, y ahora mismo
tiene la bodega completa de un 747. ¿Que me relaje y lo acepte, como una
sumisa? Dije que lo intentaría, pero es muchísimo pedir.
Me meto en el
aparcamiento de Clayton’s. Mientras entro, caigo en que me cuesta creer que hoy
sea mi último día. Por suerte, hay jaleo en la tienda y el tiempo pasa rápido.
A la hora de comer, el señor Clayton me llama desde el almacén. Está al lado de
un mensajero en moto.
—¿Señorita
Steele? —pregunta el mensajero.
Miro intrigada
al señor Clayton, que se encoge de hombros, tan perplejo como yo. Se me cae el
alma a los pies. ¿Qué me habrá mandado Christian ahora? Firmo el albarán del
paquetito y lo abro enseguida. Es una BlackBerry. Se me desploma el ánimo por
completo. La enciendo.
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 11:15.
Para:
Anastasia Steele
Asunto:
BlackBerry PRESTADA
Quiero poder
localizarte a todas horas y, como esta es la forma de comunicación con la que
más te sinceras, he pensado que necesitabas una BlackBerry.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
De: Anastasia
Steele
Fecha: 27 de mayo
de 2011 13:22
Para:
Christian Grey
Asunto:
Consumismo desenfrenado
Me parece que
te hace falta llamar al doctor Flynn ahora mismo.
Tu tendencia
al acoso se está descontrolando.
Estoy en el
trabajo. Te mando un correo cuando llegue a casa.
Gracias por
este otro cacharrito.
No me
equivocaba cuando te dije que eres un consumista compulsivo.
¿Por qué haces
esto?
Ana
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 13:24
Para:
Anastasia Steele
Asunto: Muy
sagaz para ser tan joven
Una muy buena
puntualización, como de costumbre, señorita Steele.
El doctor
Flynn está de vacaciones.
Y hago esto
porque puedo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
Me meto el
cacharrito en el bolsillo, y ya lo odio. Escribir a Christian me resulta
adictivo, pero se supone que estoy trabajando. Me vibra una vez en el trasero
—qué propio, me digo con ironía—, pero me armo de valor y lo ignoro.
A las cuatro,
los señores Clayton reúnen a los demás empleados de la tienda y, con un
discurso emotivo y embarazoso, me entregan un cheque por importe de trescientos
dólares. En ese momento, se amontonan en mi interior los acontecimientos de las
tres últimas semanas: exámenes, graduación, multimillonarios jodidos e
intensos, desfloramiento, límites tolerables e infranqueables, cuartos de juego
sin consolas, paseos en helicóptero, y el hecho de que mañana me mudo.
Asombrosamente, logro mantener la compostura. Mi subconsciente está pasmada.
Abrazo con fuerza a los Clayton. Han sido unos jefes amables y generosos, y los
echaré de menos.
Kate está
saliendo del coche cuando llego a casa.
—¿Qué es eso?
—pregunta acusadora, señalando el Audi.
No puedo
resistirme.
—Un coche
—espeto. Entrecierra los ojos y, por un momento, me pregunto si también ella me
va a tumbar en sus rodillas—. Mi regalo de graduación —digo con fingido
desenfado.
Sí, me regalan
coches caros todos los días. Se queda boquiabierta.
—Ese capullo generoso
y arrogante, ¿no?
Asiento con la
cabeza.
—He intentado
rechazarlo, pero, francamente, es inútil esforzarse.
Kate frunce
los labios.
—No me extraña
que estés abrumada. He visto que al final se quedó.
—Sí.
Sonrío
melancólica.
—¿Terminamos
de empaquetar?
Asiento y la
sigo dentro. Miro el correo de Christian.
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 13:40
Para:
Anastasia Steele
Asunto:
Domingo
¿Quedamos el
domingo a la una?
La doctora te
esperará en el Escala a la una y media.
Yo me voy a
Seattle ahora.
Confío en que
la mudanza vaya bien, y estoy deseando que llegue el domingo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
Madre mía,
como si hablara del tiempo. Decido contestarle cuando hayamos terminado de
empaquetar. Tan pronto resulta divertidísimo como se pone en plan formal e
insoportable. Cuesta seguirlo. La verdad, es como si le hubiera enviado un
correo a un empleado. Para fastidiar, pongo los ojos en blanco y me voy a
empaquetar con Kate.
Kate y yo
estamos en la cocina cuando alguien llama a la puerta. Veo a Taylor en el
porche, impoluto con su traje. Detecto vestigios de su pasado militar en el
corte de pelo al cero, su físico cuidado y su mirada fría.
—Señorita
Steele —dice—, he venido a por su coche.
—Ah, sí,
claro. Pasa, iré a por las llaves.
Seguramente
esto va mucho más allá de la llamada del deber. Vuelvo a preguntarme en qué
consistirá exactamente el trabajo de Taylor. Le doy las llaves y nos acercamos
en medio de un silencio incómodo —para mí— al Escarabajo azul claro. Abro la
puerta y saco la linterna de la guantera. Ya está. No llevo ninguna otra cosa
personal dentro de Wanda. Adiós, Wanda. Gracias. Acaricio su techo mientras
cierro la puerta del copiloto.
—¿Cuánto
tiempo llevas trabajando para el señor Grey? —le pregunto.
—Cuatro años,
señorita Steele.
De pronto
siento una necesidad irrefrenable de bombardearlo a preguntas. Lo que debe
saber este hombre de Christian, todos sus secretos. Claro que probablemente
habrá firmado un acuerdo de confidencialidad. Lo miro nerviosa. Tiene la misma
expresión taciturna de Ray, y me empieza a caer bien.
—Es un buen
hombre, señorita Steele —dice, y sonríe.
Luego se
despide con un gesto, sube a mi coche y se aleja en él.
El piso, el
Escarabajo, los Clayton… todo ha cambiado ya. Meneo la cabeza mientras vuelvo a
entrar en casa. Y el mayor cambio de todos es Christian Grey. Taylor piensa que
es «un buen hombre». ¿Puedo creerle?
A las ocho,
cenamos comida china con José. Hemos terminado. Ya lo hemos empaquetado todo y
estamos listas para el traslado. José trae varias botellas de cerveza; Kate y
yo nos sentamos en el sofá, él se sienta en el suelo, con las piernas cruzadas,
entre las dos. Vemos telebasura, bebemos cerveza y, a medida que va avanzando
la noche y la cerveza va haciendo efecto, bulliciosos y emotivos, vamos
rescatando recuerdos. Han sido cuatro años estupendos.
Mi relación
con José ha vuelto a la normalidad, olvidado ya el conato de beso. Bueno, lo he
metido debajo de la alfombra en la que está tumbada la diosa que llevo dentro,
comiendo uvas y tamborileando con los dedos, esperando con impaciencia el
domingo. Llaman a la puerta y el corazón se me sube a la boca. ¿Será…?
Abre Kate y
Elliot prácticamente la coge en volandas. La envuelve en un abrazo
hollywoodiense que enseguida se convierte en un apasionado estrujón europeo.
Por favor, marchaos a un hotel. José y yo nos miramos. Me espanta su falta de
pudor.
—¿Nos vamos al
bar? —le pregunto a José, que asiente enérgicamente.
A los dos nos
incomoda demasiado el erotismo desenfrenado que se despliega ante nosotros.
Kate me mira, sonrojada y con los ojos brillantes.
—José y yo
vamos a tomar algo.
Le pongo los
ojos en blanco. ¡Ja! Aún puedo poner los ojos en blanco cuando me plazca.
—Vale.
Sonríe.
—Hola, Elliot.
Adiós, Elliot.
Me guiña uno
de sus enormes ojos azules, y José y yo salimos por la puerta, riendo como dos
adolescentes.
Mientras
bajamos la calle despacio en dirección al bar, me cojo del brazo de José. Dios,
es una persona tan normal. No había sabido valorarlo hasta ahora.
—Vendrás de
todas formas a la inauguración de mi exposición, ¿verdad?
—Desde luego,
José. ¿Cuándo es?
—El 9 de
junio.
—¿En qué día
cae?
De repente me
entra el pánico.
—Es jueves.
—Sí, sin
problema… ¿Y tú vendrás a vernos a Seattle?
—Tratad de
impedírmelo.
Sonríe.
Es tarde
cuando vuelvo del bar. No veo a Kate ni Elliot por ninguna parte, pero los
oigo. Madre mía. Espero no ser tan escandalosa. Sé que Christian no lo es. Me
ruborizo de pensarlo y huyo a mi habitación. Tras un abrazo breve y por suerte
nada embarazoso, José se ha ido. No sé cuándo volveré a verlo, probablemente en
la exposición de sus fotografías; aún me asombra que por fin haya conseguido
exponer. Lo echaré de menos, y echaré de menos su encanto pueril. No he sido
capaz de contarle lo del Escarabajo. Sé que se pondrá frenético cuando se
entere, y con un tío que se me enfade tengo más que suficiente. Ya en mi
cuarto, echo un ojo al cacharro infernal y, por supuesto, tengo correo de
Christian.
De: Christian
Grey
Fecha: 27 de
mayo de 2011 22:14
Para:
Anastasia Steele
Asunto: ¿Dónde
estás?
«Estoy en el
trabajo. Te mando un correo cuando llegue a casa.»
¿Aún sigues en
el trabajo, o es que has empaquetado el teléfono, la BlackBerry y el MacBook?
Llámame o me
veré obligado a llamar a Elliot.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
Maldita sea…
José… mierda.
Cojo el
teléfono. Cinco llamadas perdidas y un mensaje de voz. Tímidamente, escucho el
mensaje. Es Christian.
«Me parece que
tienes que aprender a lidiar con mis expectativas. No soy un hombre paciente.
Si me dices que te pondrás en contacto conmigo cuando termines de trabajar, ten
la decencia de hacerlo. De lo contrario, me preocupo, y no es una emoción con
la que esté familiarizado, por lo que no la llevo bien. Llámame.»
Mierda,
mierda. ¿Es que nunca me va a dar un respiro? Miro ceñuda el teléfono. Me
asfixia. Con una honda sensación de miedo en la boca del estómago, localizo su
número y pulso la tecla de llamada. Mientras espero a que conteste, se me sube
el corazón a la boca.
Seguramente le
encantaría darme una paliza de cincuenta mil demonios. La idea me deprime.
—Hola —dice en
voz baja, y su tono me descoloca, porque me lo esperaba furibundo, pero el caso
es que suena aliviado.
—Hola
—susurro.
—Me tenías
preocupado.
—Lo sé. Siento
no haberte respondido, pero estoy bien.
Hace una pausa
breve.
—¿Lo has
pasado bien esta noche? —me pregunta de lo más comedido.
—Sí. Hemos
terminado de empaquetar y Kate y yo hemos cenado comida china con José.
Aprieto los
ojos con fuerza al mencionar a José. Christian no dice nada.
—¿Qué tal tú?
—le pregunto para llenar el repentino silencio abismal y ensordecedor.
No pienso
consentir que haga que me sienta culpable por lo de José.
Por fin, suspira.
—He asistido a
una cena con fines benéficos. Aburridísima. Me he ido en cuanto he podido.
Lo noto tan
triste y resignado que se me encoge el corazón. Lo recuerdo hace algunas
noches, sentado al piano de su enorme salón, acompañado por la insoportable
melancolía agridulce de la música que tocaba.
—Ojalá
estuvieras aquí —susurro, porque de pronto quiero abrazarlo. Consolarlo. Aunque
no me deje. Necesito tenerlo cerca.
—¿En serio?
—susurra mansamente.
Madre mía. Si
no parece él; se me eriza el cuero cabelludo de repentina aprensión.
—Sí —le digo.
Al cabo de una
eternidad, suspira.
—¿Nos veremos
el domingo?
—Sí, el
domingo —susurro, y un escalofrío me recorre el cuerpo entero.
—Buenas
noches.
—Buenas
noches, señor.
Mi apelativo
lo pilla desprevenido, lo sé por su hondo suspiro.
—Buena suerte
con la mudanza de mañana, Anastasia.
Su voz es
suave, y los dos nos quedamos pegados al teléfono como adolescentes, sin querer
colgar.
—Cuelga tú —le
susurro.
Por fin, noto que
sonríe.
—No, cuelga
tú.
Ahora sé que
está sonriendo.
—No quiero.
—Yo tampoco.
—¿Estabas
enfadado conmigo?
—Sí.
—¿Todavía lo
estás?
—No.
—Entonces, ¿no
me vas a castigar?
—No. Yo soy de
aquí te pillo, aquí te mato.
—Ya lo he
notado.
—Ya puede
colgar, señorita Steele.
—¿En serio
quiere que lo haga, señor?
—Vete a la
cama, Anastasia.
—Sí, señor.
Ninguno de los
dos cuelga.
—¿Alguna vez
crees que serás capaz de hacer lo que te digan?
Parece
divertido y exasperado a la vez.
—Puede. Lo
sabremos después del domingo.
Y pulso la
tecla de colgar.
Elliot admira
su obra. Nos ha reconectado la tele al satélite del piso de Pike Place Market.
Kate y yo nos tiramos al sofá, riendo como bobas, impresionadas por su
habilidad con el taladro eléctrico. La tele de plasma queda rara sobre el fondo
de ladrillo visto del almacén reconvertido, pero ya me acostumbraré.
—¿Ves, nena?
Fácil.
Le dedica una
sonrisa de dientes blanquísimos a Kate y ella casi literalmente se derrite en
el sofá.
Les pongo los
ojos en blanco a los dos.
—Me encantaría
quedarme, nena, pero mi hermana ha vuelto de París y esta noche tengo cena
familiar ineludible.
—¿No puedes
pasarte luego? —pregunta Kate tímidamente, con una dulzura impropia de ella.
Me levanto y
me acerco a la zona de la cocina fingiendo que voy a desempaquetar una de las
cajas. Se van a poner pegajosos.
—A ver si me
puedo escapar —promete.
—Bajo
contigo—dice Kate sonriendo.
—Hasta luego, Ana
—se despide Elliot con una amplia sonrisa.
—Adiós,
Elliot. Saluda a Christian de mi parte.
—¿Solo
saludar? —Arquea las cejas como insinuando algo.
—Sí.
Me guiña el
ojo y me pongo colorada mientras él sale del piso con Kate.
Elliot es un encanto,
muy distinto de Christian. Es agradable, abierto, cariñoso, muy cariñoso,
demasiado cariñoso, con Kate. No se quitan las manos de encima el uno al otro;
lo cierto es que llega a resultar violento… y yo me pongo verde de envidia.
Kate vuelve
unos veinte minutos después con pizza; nos sentamos, rodeadas de cajas, en
nuestro nuevo y diáfano espacio, y nos la comemos directamente de la caja. La
verdad es que el padre de Kate se ha portado. El piso no es un palacio, pero sí
lo bastante grande: tres dormitorios y un salón inmenso con vistas a Pike Place
Market. Son todo suelos de madera maciza y ladrillo rojo, y las superficies de
la cocina son de hormigón pulido, muy práctico, muy actual. A las dos nos
encanta el hecho de que vamos a estar en pleno centro de la ciudad.
A las ocho
suena el interfono. Kate da un bote y a mí se me sube el corazón a la boca.
—Un paquete,
señorita Steele, señorita Kavanagh.
La decepción
corre de forma libre e inesperada por mis venas. No es Christian.
—Segundo piso,
apartamento dos.
Kate abre al
mensajero. El chaval se queda boquiabierto al ver a Kate, con sus vaqueros
ajustados, su camiseta y el pelo recogido en un moño con algunos mechones
sueltos. Tiene ese efecto en los hombres. El chico sostiene una botella de
champán con un globo en forma de helicóptero atado a ella. Kate lo despide con
una sonrisa deslumbrante y me lee la tarjeta.
Señoritas:
Buena suerte
en su nuevo hogar.
Christian Grey
Kate mueve la
cabeza en señal de desaprobación.
—¿Es que no
puede poner solo «de Christian»? ¿Y qué es este globo tan raro en forma de
helicóptero?
—Charlie
Tango.
—¿Qué?
—Christian me
llevó a Seattle en su helicóptero.
Me encojo de
hombros.
Kate me mira
boquiabierta. Debo decir que me encantan estas ocasiones, porque son pocas:
Katherine Kavanagh, muda y pasmada. Me doy el gustazo de disfrutar del
instante.
—Pues sí,
tiene helicóptero y lo pilota él —digo orgullosa.
—Cómo no… Ese
capullo indecentemente rico tiene helicóptero. ¿Por qué no me lo habías
contado?
Kate me mira
acusadora, pero sonríe, cabeceando con incredulidad.
—He tenido
demasiadas cosas en la cabeza últimamente.
Frunce el
ceño.
—¿Te las
apañarás sola mientras estoy fuera?
—Claro
—respondo tranquilizadora.
Ciudad nueva,
en paro… un novio de lo más rarito.
—¿Le has dado
nuestra dirección?
—No, pero el
acoso es una de sus especialidades —barrunto sin darle importancia.
Kate frunce
aún más el ceño.
—Por qué será
que no me sorprende. Me inquieta, Ana. Por lo menos el champán es bueno, y está
frío.
Por supuesto,
solo Christian enviaría champán frío, o le pediría a su secretaria que lo
hiciera… o igual a Taylor. Lo abrimos allí mismo y localizamos nuestras tazas;
son lo último que hemos empaquetado.
—Bollinger
Grande Année Rosé 1999, una añada excelente.
Sonrío a Kate
y brindamos.
Me despierto
temprano en la mañana de un domingo gris después de una noche de sueño
asombrosamente reparador, y me quedo tumbada mirando fijamente mis cajas.
Deberías ir desempaquetando tus cosas, me regaña mi subconsciente, juntando y
frunciendo sus labios de arpía. No, hoy es el día. La diosa que llevo dentro
está fuera de sí, dando saltitos primero con un pie y luego con el otro. La
expectación, pesada y portentosa, se cierne sobre mi cabeza como una oscura
nube de tormenta tropical. Siento las mariposas en el estómago, además del
dolor más oscuro, carnal y cautivador que me produce el tratar de imaginar qué
me hará. Luego, claro, tengo que firmar ese condenado contrato… ¿o no? Oigo el
sonido de correo entrante en el cacharro infernal, que está en el suelo junto a
la cama.
De: Christian
Grey
Fecha: 29 de
mayo de 2011 08:04
Para:
Anastasia Steele
Asunto: Mi
vida en cifras
Si vienes en
coche, vas a necesitar este código de acceso para el garaje subterráneo del
Escala: 146963.
Aparca en la
plaza 5: es una de las mías.
El código del
ascensor: 1880.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
De: Anastasia
Steele
Fecha: 29 de
mayo de 2011 08:08
Para:
Christian Grey
Asunto: Una
añada excelente
Sí, señor.
Entendido.
Gracias por el
champán y el globo de Charlie Tango, que tengo atado a mi cama.
Ana
De: Christian
Grey
Fecha: 29 de
mayo de 2011 08:11
Para:
Anastasia Steele
Asunto:
Envidia
De nada.
No llegues
tarde.
Afortunado
Charlie Tango.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
Pongo los ojos
en blanco ante lo dominante que es, pero la última línea me hace sonreír. Me
dirijo al baño, preguntándome si Elliot volvería anoche y esforzándome por
controlar los nervios.
¡Puedo
conducir el Audi con tacones! Justo a las 12.55 h entro en el garaje del Escala
y aparco en la plaza 5. ¿Cuántas plazas tiene? El Audi SUV está ahí, el R8 y
dos Audi SUV más pequeños. Compruebo cómo llevo el rímel, que rara vez uso, en
el espejito iluminado de la visera de mi asiento. En el Escarabajo no tenía.
¡Ánimo! La
diosa que llevo dentro agita los pompones; la tengo en modo animadora. En el
reflejo infinito de espejos del ascensor me miro el vestido color ciruela…
bueno, el vestido color ciruela de Kate. La última vez que me lo puse Christian
quiso quitármelo enseguida. Me excito al recordarlo. Qué sensación tan
deliciosa… y luego recupero el aliento. Llevo la ropa interior que Taylor me
compró. Me sonrojo al imaginar a ese hombre de pelo rapado recorrer los
pasillos de Agent Provocateur o dondequiera que lo comprara. Se abren las
puertas y me encuentro en el vestíbulo del apartamento número uno.
Cuando salgo
del ascensor, veo a Taylor delante de la puerta de doble hoja.
—Buenas
tardes, señorita Steele —dice.
—Llámame Ana,
por favor.
—Ana.
Sonríe.
—El señor Grey
la espera.
Apuesto a que
sí.
Christian está
sentado en el sofá del salón, leyendo la prensa del domingo. Alza la vista
cuando Taylor me hace pasar. La estancia es exactamente como la recordaba; aunque
solo hace una semana que estuve aquí, me parece que haga mucho más. Christian
parece tranquilo y sereno; de hecho, está divino. Viste vaqueros y una camisa
suelta de lino blanco; no lleva zapatos ni calcetines. Tiene el pelo revuelto y
despeinado, y en sus ojos hay un brillo malicioso. Se levanta y se acerca
despacio a mí, con una sonrisa satisfecha en esos labios tan bien esculpidos.
Yo sigo
inmóvil a la puerta del salón, paralizada por su belleza y la dulce expectación
ante lo que se avecina. La corriente que hay entre nosotros está ahí,
encendiéndose lentamente en mi vientre, atrayéndome hacia él.
—Mmm… ese
vestido —murmura complacido mientras me examina de arriba abajo—. Bienvenida de
nuevo, señorita Steele —susurra y, cogiéndome de la barbilla, se inclina y me
deposita un beso suave en la boca.
El contacto de
sus labios y los míos resuena por todo mi cuerpo. Se me entrecorta la
respiración.
—Hola
—respondo ruborizándome.
—Llegas
puntual. Me gusta la puntualidad. Ven. —Me coge de la mano y me lleva al sofá—.
Quiero enseñarte algo —dice mientras nos sentamos.
Me pasa el
Seattle Times. En la página ocho, hay una fotografía de los dos en la ceremonia
de graduación. Madre mía. Salgo en el periódico. Leo el pie de foto.
Christian Grey
y su amiga en la ceremonia de graduación de la Universidad Estatal de
Washington, en Vancouver.
Me echo a
reír.
—Así que ahora
soy tu «amiga».
—Eso parece. Y
sale en el periódico, así que será cierto.
Sonríe
satisfecho.
Está sentado a
mi lado, completamente vuelto hacia mí, con una pierna metida debajo de la
otra. Alarga la mano y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja con el
índice. Mi cuerpo revive con sus caricias, ansioso y expectante.
Entonces,
Anastasia, ahora tienes mucho más claro cuál es mi rollo que la otra vez que
estuviste aquí.
—Sí.
¿Adónde
pretende llegar?
—Y aun así has
vuelto.
Asiento
tímidamente con la cabeza y sus ojos se encienden. Mueve la cabeza, como si le
costara digerir la idea.
—¿Has comido?
—me pregunta de repente.
Mierda.
—No.
—¿Tienes
hambre?
Se está
esforzando por no parecer enfadado.
—De comida, no
—susurro, y se le inflan las aletas de la nariz.
Se inclina
hacia delante y me susurra al oído.
—Tan
impaciente como siempre, señorita Steele. ¿Te cuento un secreto? Yo también.
Pero la doctora Greene no tardará en llegar. —Se incorpora—. Deberías comer
algo —me reprende moderadamente.
Se me enfría
la sangre hasta ahora encendida. Madre mía, la visita médica. Lo había
olvidado.
—Háblame de la
doctora Greene —digo para distraernos a los dos.
—Es la mejor
especialista en ginecología y obstetricia de Seattle. ¿Qué más puedo decir?
Se encoge de
hombros.
—Pensaba que
me iba a atender «tu» doctora. Y no me digas que en realidad eres una mujer,
porque no te creo.
Me lanza una
mirada de no digas chorradas.
—Creo que es
preferible que te vea un especialista, ¿no? —me dice con suavidad.
Asiento. Madre
mía, si de verdad es la mejor ginecóloga y la ha citado para que venga a verme
en domingo, ¡a la hora de comer!, no quiero ni imaginarme la pasta que le habrá
costado. Christian frunce el ceño de pronto, como si hubiera recordado algo
desagradable.
—Anastasia, a
mi madre le gustaría que vinieras a cenar esta noche. Tengo entendido que
Elliot se lo va a pedir a Kate también. No sé si te apetece. A mí se me hace
raro presentarte a mi familia.
¿Raro? ¿Por
qué?
—¿Te
avergüenzas de mí? —digo sin poder disimular que estoy dolida.
Por supuesto
que no —contesta poniendo los ojos en blanco.
—¿Y por qué se
te hace raro?
—Porque no lo
he hecho nunca.
—¿Por qué tú
si puedes poner los ojos en blanco y yo no?
Me mira
extrañado.
—No me he dado
cuenta de que lo hacía.
—Tampoco yo,
por lo general —espeto.
Christian me
mira furioso, estupefacto. Taylor aparece en la puerta.
—Ha llegado la
doctora Greene, señor.
—Acompáñala a
la habitación de la señorita Steele.
¡La habitación
de la señorita Steele!
—¿Preparada
para usar algún anticonceptivo? —me pregunta mientras se pone de pie y me
tiende la mano.
—No irás a
venir tú también, ¿no? —pregunto espantada.
Se echa a
reír.
—Pagaría un
buen dinero por mirar, créeme, Anastasia, pero no creo que a la doctora le
pareciera bien.
Acepto la mano
que me tiende, y Christian tira de mí hacia él y me besa apasionadamente. Me
aferro a sus brazos, sorprendida. Me sostiene la cabeza con la mano hundida en
mi pelo y me atrae hacia él, pegando su frente a la mía.
—Cuánto me
alegro de que hayas venido —susurra—. Estoy impaciente por desnudarte.
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